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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Miseria en Cuba

No es suficiente con que el Gobierno cubano haya reconocido que cunde la pobreza. Es necesaria una apertura del régimen

Una persona busca en la basura en una calle de La Habana.
El País

El Gobierno cubano cedió esta semana, por primera vez en décadas, a la presión social. La indignación generada por las grotescas declaraciones de la ministra de Trabajo y Seguridad Social, que había negado la existencia de mendigos en la isla, desembocó en su renuncia. Fue el propio presidente, Miguel Díaz-Canel, quien le enseñó la puerta de salida con una desautorización pública. A las críticas de la oposición, dentro y fuera del país, se sumó el malestar incluso del aparato del Partido Comunista. Lo significativo es que el mandatario acabó reconociendo lo evidente; que en Cuba cunde la pobreza. La dimisión de Marta Elena Feitó supone un hito en 60 años de gobierno monolítico acostumbrado a negar la realidad y es la enésima muestra de las penurias a las que el régimen condena a la población.

El pasado 11 de julio se cumplieron cuatro años de la última gran oleada de protestas antigubernamentales. Cientos de activistas siguen en prisión y la liberación en enero de un grupo de 553 personas gracias a la mediación del papa Francisco fue un gesto esencialmente cosmético. Díaz-Canel incumplió lo pactado con el Vaticano y ha vuelto a encerrar a un número indeterminado de opositores excarcelados. Los que siguen en sus casas están sometidos a un régimen de vigilancia permanente, según relataron a Human Rights Watch (HRW). La organización de defensa de los derechos humanos ha publicado los abusos que sufrieron los detenidos durante las movilizaciones, entre ellos palizas, aislamiento, privación del sueño y atención médica, alimentación insuficiente y condiciones insalubres.

En estos años, la situación no ha hecho más que empeorar. La profunda crisis económica, agravada por la pandemia, aceleró el éxodo de cientos de miles de personas, llevando el exilio cubano a números nunca alcanzados. En tan solo un año, entre 2022 y 2023, la población de la isla se redujo en casi un 20%, pasando de 11 millones de personas a alrededor de 8,5. Las autoridades no han cambiado su retórica y siguen culpando del desastre económico al embargo económico impuesto por Estados Unidos, evadiendo cualquier responsabilidad en la gestión. No obstante, el reconocimiento oficial de que en Cuba sí hay pobreza y no “personas disfrazadas de mendigos”, como sostuvo la ya exministra de Trabajo, es un hecho sin precedentes.

Al drama de la miseria y a la precariedad de las condiciones de vida se añade una crisis energética que con cada vez más frecuencia sume a amplios territorios de la isla en la oscuridad. Mientras la inmensa mayoría de la población vive de espaldas a las autoridades y a la propia revolución, el presidente de EE UU, Donald Trump, ha colocado a cientos de miles de migrantes al borde de la deportación. La única forma de paliar esta emergencia pasa, como siempre, por una apertura al mercado y al exterior y por el respeto a los derechos humanos. Un paso que corresponde dar a Díaz-Canel. Cuba no puede esperar más.

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