Al negador y al afirmador, al músico y a la persona. Gracias por todo
Era el último y definitivo concierto de Joaquín Sabina, mago capaz de arañar las fibras más íntimas de multitud de personas durante 40 años


Ocurría en El último vals, la preciosa despedida en forma de réquiem glorioso que filmó Scorsese para testimoniar el último concierto de la vibrante The Band, compartida con músicos más allá del bien y el mal como Dylan, Van Morrison y Neil Young. Imagino el llanto, ya que no estaba presente, de tanta gente conmovida. He visto y vivido multitud de conciertos. Pero existen algunos especiales respecto al estado de ánimo del público. Uno fue en julio del 82, en el Calderón, en medio de rayos, aguacero e ilusión compartida cuando aparecieron los Rolling Stones. Esa emoción de los espectadores, la sensación de que determinadas canciones han sido compuestas exclusivamente para ti, para tus emociones, para tu identificación, también lo consigue Springsteen.
Y el domingo pasado, observando las reacciones de la gente y la mía, sentí algo parecido. Era el último y definitivo concierto de Joaquín Sabina, mago capaz de arañar las fibras más íntimas de multitud de personas durante 40 años. Y el mundo ha sido, es y será una porquería, que afirmaba la sublime canción Cambalache, pero existen cosas y personas que al escucharlas lo alivian, que te hacen sentir y vibrar, que transmiten lo que tú has vivido, imaginado, gozado, padecido. Que te alteran el corazón, el ánimo, las certezas, las dudas, los momentos milagrosos. Esos seres impagables aportan vida o supervivencia al que los escucha. Y están hablando de ellos. Pero lo que cuentan nos pertenece a todos. Tal vez exagero. A gente de cualquier condición. Jóvenes y mayores. Son la expresividad torrencial, la irreverencia, la subversión, la ternura, la acidez, la complejidad amorosa, vital, emocional.
Y como a tantos espectadores me aparece la lágrima, la exaltación, el recuerdo de las personas que dejaron huella en tu vida y con las que compartiste esas letras magistrales, esa música que alimenta el alma. Y me gustaría acercarme a ese fulano, con el que compartí muchos momentos y amaneceres tan sabrosos, presididos por la bendita risa, para darle un abrazo. Pero todo Madrid quiere hacer lo mismo. Y él debe de sentirse exhausto. Su ángel guardián le saca del tumulto. O sea, que te mando un abrazo allí donde estés. Solo contarte que cada vez que pienso en ti o te escucho me aparece la eterna sonrisa. Y muchas gracias por todo. Por tus canciones y por tu existencia. ¿Sabes con las que lloré? Con Yo me bajo en Atocha, ¿Quién me ha robado el mes de abril? y Contigo. Mañana será con otras. Que vivas o sobrevivas bien todo el tiempo que tú quieras.
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