Alcaraz en el verano ario
Jannick gana en Wimbledon y hasta el más español reconoce la perfección semiótica de la foto final


Unas manos de dedos finos con manicura primorosa sobre las que brilla un zafiro azul de Sri Lanka rodeado de 14 diamantes se entrelazan con otras: masculinas, rosadas y cubiertas de pecas. Ella —hija de una clase media que es canon de todas, la británica― consiguió el sueño aspiracional por excelencia: colarse en el núcleo duro de una casa real, tomando el ascensor social educativo (a su marido, heredero al trono, lo conoció en la universidad). Él es vástago de trabajadores de un resort de esquí, quienes, a fuerza de relacionarse con buenas familias, acabaron consiguiendo que su hijo quisiera ser un as en un deporte de clases altas (¿hay algún pasatiempo que genere más imágenes más bellas y sugerentes que el tenis?). Sobre el trofeo se refleja una panorámica distorsionada de los espectadores sentados en las gradas, todos conscientes de que el mundo les observa, todos vestidos con prendas de lujo, todos con dientes perfectos, todos con relojes carísimos, todos con suficiente categoría, dinero, influencia, poder, como para estar en un torneo en el que el dress code está claro: blanco, blanco, blanco. El ganador recoge el premio de una representante de la última gran familia colonialista. El ario Jannik derrota al morocho y muy españolista Alcaraz (no es mérito suyo, sino de los fenicios que hubo en Murcia) y hasta el más español reconoce la perfección semiótica de la foto final. La siempre impecable Kate Middleton (nunca una palabra más alta que otra, jamás un escándalo, siempre leal a la Corona, ocasionalmente émula de su suegra santa y rubia, madre amantísima) entrega una copa de un metal noble coronada por una piña tropical de plata a Jannik Sinner (sangre alemana, movimientos alpinos, pelo rojo, facciones grecorromanas) y la estampa que forman es de una pulcritud que escalofría. Todo pasa el fin de semana en que arde la tierra natal del derrotado y buena parte de la prensa española compra el discurso de Vox y por fin llama a las manos que hacen el trabajo sucio de Europa “inmigrantes ilegales”. Un fantasma recorre el Continente.
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