Los votantes que no merecen respeto
Algunos políticos han detectado que el racismo da votos, pero entender los delirios de la ultraderecha es una extraña forma de plantarle cara


Pidió Feijóo respeto para los votantes de un partido que propone deportaciones masivas y abraza la doctrina racista y nazi del reemplazo demográfico. El reclamo del presidente del PP es coyuntural y táctico: los sondeos dicen que hay mucho votante azul que se está pasando al verde. Por eso, este respeto hacia el energúmeno es cauterizador y contiene la esperanza de preservar a los propios energúmenos. Más allá de que esto desmienta de raíz el viaje al centro, Feijóo tan solo expresó sin ambages un sentimiento compartido por la mayoría de los políticos europeos. Todos respetan a los racistas. Ser racista hoy en Europa te garantizan un respeto y una atención que casi nadie ―y mucho menos los inmigrantes y sus hijos— disfruta.
Las leyes migratorias europeas, los programas políticos, las alianzas y las promesas de todos los gobiernos (incluida la coalición de izquierdas española) comprenden al racista y se hacen cargo de su miedo. Unos alegan que así no lo capitaliza la extrema derecha. Otros han detectado que el racismo da votos y creen que una dosis liviana de empatía hacia los vecinos de barrios con mucha población de origen extranjero no hace daño. En España, la cultura nacionalista dominante en muchos sitios, tan preocupada por la pérdida de las esencias y la desaparición de lo vernáculo, ofrece un buen punto de partida. Si entendemos el miedo de un paisano por la extinción de su paisaje, ¿cómo no vamos a entender al racista que no soporta que el bar de la esquina lo regenten chinos y que la carnicería venda carne halal?
Hay que entenderlos, dicen algunos políticos en privado (solo Feijóo se atreve a entenderlo en público), y desde esa comprensión se legislan atrocidades y se planean deportaciones. Extraña forma de plantar cara a la ultraderecha, comprendiendo sus delirios y atendiendo a sus paranoias.
La valentía política exige no comprender al racista. La valentía política obliga a decir que el mundo cambia, que las esencias no existen, que no hubo una edad de oro en ese barrio y que los inmigrantes no van a violar a las hijas de nadie, como dijo Abascal. La valentía política pasa por decir que la migración es un problema humanitario que obliga a intervenir a quienes han suscrito la carta de los derechos humanos. La valentía política implica no dar cuartel al racista, no comprenderlo, señalarlo y sacarlo de la discusión democrática porque sus miedos y delirios nazis no caben en una sociedad abierta y humanista. Hasta que no pierdan el respeto a esos votantes de los que hablaba Feijóo, todos los partidos serán los tontos útiles del neonazismo.
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