La paradoja de una generación desencantada
Los lectores escriben sobre la precariedad de los jóvenes, Carlos Mazón, la adicción de los adultos a las pantallas y la vuelta de la “operación biquini”

De niño soñaba con escapar de los imperativos sociales que moldeaban la vida de mis padres: tener un coche, una casa, un trabajo estable, una pareja, un hijo o una hija. Me prometí a mí mismo no vivir según el guion preestablecido, no rendirme a un esquema que parecía reducir la existencia a una lista. Hoy, en plena crisis de empleo, vivienda y vínculos afectivos, me descubro deseando, precisamente, aquello de lo que durante tanto tiempo quise huir. Lo que antes me parecía una cárcel, ahora se presenta como un anhelo que apenas puedo alcanzar. Mientras, a mi generación parece no preocuparle un futuro que, siendo honestos, no pinta nada bien. Preferimos gastar lo poco que tenemos en viajes y fiestas, a la vez que dejamos que buena parte de nuestro tiempo se diluya entre pantallas, enganchados a un scroll infinito que nada aporta, y mantenemos relaciones superficiales en Tinder, donde ni siquiera eso parece ya funcionar. La modernidad llegó disfrazada de progreso, porque de no haber sido así, nos habríamos dado cuenta que esta no venía a liberarnos, sino a reemplazar viejas reglas por otras nuevas, que resultaron ser en muchos casos peores que las anteriores.
Jorge Corrales Rol. Trujillo (Cáceres)
Mazón y mis impuestos
Carlos Mazón fue recibido entre aplausos por sus “éxitos” en el congreso del Partido Popular celebrado este sábado. Es algo que puede alterar los nervios a cualquiera que tenga un ápice de moral o sentimientos. Pero lo peor no es eso: en unos años el president tendrá derecho a una jubilación que pagaremos entre todos. ¿Qué puedo hacer yo para que mi pequeña parte de impuestos que pago religiosamente no llegue en un futuro a su bolsillo? Nada. Y eso es algo que me hace sentir vergüenza. Tendré que abonar mi parte a quien tiene a sus espaldas más de 200 muertos en Valencia.
César Moya Villasante. Madrid
Pantalla pasada
Me gustaría volver a ser niño y jugar con el gotelé, hacer volar mis peluches y enfadarme con otros niños porque no me dejan jugar con la pelota. Me gustaría ser niño y que el mundo fuese ese lugar infinito e inocente. Tirar la peonza, intercambiar los cromos, pelearme con las olas, ir a buscar caracoles con mi abuelo, aplastar los charcos… Pero, sobre todo, me gustaría volver a ser niño para no pasarme los días frente a una pantalla.
Daniel Velázquez García. Valladolid
Un escaparate de normas
Con la llegada del verano, me sorprendo a veces preguntándome si encajo lo suficiente en el cliché corporal que algunos esperan ver en la playa. Aún me agobia que siga hablándose de la “operación biquini”, como si el verano fuera una pasarela obligatoria, y no un momento para disfrutar, estar al aire libre, compartir y descansar. Esta idea tiene un trasfondo peligroso: convierte el cuerpo en un proyecto que debe ser modificado para ser aceptado. También pienso en las miradas. En cómo muchas veces nos detenemos a observar a quién tiene celulitis, estrías, barriga o cualquier signo de cuerpo real. Y lo peor, no solo miramos, sino que juzgamos, juzgamos desde la propia inseguridad. Propongo otro tipo de verano. Uno en el que dejemos de mirar cuerpos ajenos como si tuvieran que justificarse. Uno en el que la playa no sea un escaparate de normas, sino un espacio de libertad.
Sara García Martínez. Torrevieja (Alicante)
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