La inmigración, chivo expiatorio
Las propuestas xenófobas de Vox forman parte de la carrera electoral en la que ha entrado con el PP


El congreso del Partido Popular confirmó este fin de semana que la asunción por parte de la derecha moderada de algunas de las tesis de la extrema derecha sobre la inmigración avanza sin freno. Y que, si de los ultras depende, ese será uno de los temas sobre los que giren las próximas campañas electorales. No hay más que ver el modo en que fue aclamado Alberto Núñez Feijóo al defender la nueva postura de su partido, que, entre otras cosas, desliga el empadronamiento del acceso de los inmigrantes en situación irregular a las “prestaciones asistenciales”. “¿Cómo lo ilegal va a tener derechos?”, dijo ante un auditorio puesto en pie.
Santiago Abascal no tardó en calificar el giro del PP como una “victoria” propia. La paulatina aceptación de sus posiciones anima a la ultraderecha a radicalizarlas. Ayer mismo, la diputada de Vox Rocío de Meer hablaba de deportar a ocho millones de personas de origen extranjero, incluidos inmigrantes de segunda generación, es decir, nacidos en España. Para justificar tal medida —a la que se refirió con un eufemismo, “remigración”, acuñado por los neonazis alemanes— recurrió a la teoría xenófoba y racista del “reemplazo demográfico”, según la cual existe un compló para sustituir a la población de origen español por personas de origen extranjero. Las propuestas del PP están lejos de las de Vox, pero, dado que su congreso abrió la puerta a pactos con Abascal y que en algunas autonomías —para llegar al poder o aprobar los presupuestos— ya han asumido sus imposiciones, sería tranquilizador que los populares se desmarcaran nítidamente de semejante despropósito.
La radicalización contra la migración, incentivada por los partidos extremistas, es un fenómeno global que, lamentablemente, ha terminado encontrando su mejor altavoz en la aquiescencia de los partidos moderados, temerosos de perder a parte de sus votantes. Que por cálculo electoralista se naturalicen prejuicios que no se compadecen con la realidad es una irresponsabilidad socialmente inflamable, por mucho que el endurecimiento de la política migratoria no diferencie al PP de otros partidos de su familia europea. En Portugal, sin ir más lejos, el recién reelegido Ejecutivo de Montenegro se dispone a extremar las condiciones por las que se puede obtener y perder la nacionalidad portuguesa, adoptando algunas de las propuestas del ultraderechista Chega. Es esa normalización la que llevó a que el pacto migratorio aprobado hace un año por la UE plantease términos que hasta hace una década figuraban solo en el discurso de la extrema derecha.
La retórica que vende un Occidente asediado por masas de extranjeros que vienen a socavar el Estado de bienestar solo se puede combatir con datos. Y los datos están ahí. Según un reciente estudio del Banco Central Europeo, el 80% del incremento del PIB de los últimos cinco años en España ha sido impulsado por los trabajadores venidos de fuera. Además, las cifras del ministerio del Interior desmontan sistemáticamente otro de los mantras ultras: la relación entre inmigración y criminalidad. Pero no se trata solo de realidades sino también de percepciones. Por eso al relato de la inmigración como invasión o incluso como crisis hay que contraponerle la idea de la inmigración como un fenómeno protagonizado por personas cuya dignidad es innegociable más allá de que aporten un beneficio neto a la sociedad. Todo país tiene el derecho a ordenar los flujos migratorios que recibe, pero ante dogmas reaccionarios que no solo no resuelven los problemas sino que los agravan, hay que contestar con respuestas pragmáticas, prudentes y, ante todo, humanas.
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