Ir al contenido
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

‘Me suda la sociedad’

Esos niños gritones e hiperactivos, que a muchos pasajeros del bus les debían parecer unos mal educados, eran de lejos las personas más cuerdas del viaje

Dos niños jugando en un autobús.
Najat El Hachmi

Compartí un largo trayecto de autobús con un par de hermanos traviesos que bien podrían protagonizar un tebeo al modo de Zipi y Zape. Nada más sentarse uno de ellos le pidió a su madre que le hiciera el wifi en la tablet. Creí que con eso ya se haría el silencio y que los críos quedarían atrapados en la pantalla como lo estábamos todos los adultos que viajábamos con ellos. Al principio fue así, uno de los chicos, con la cabeza teñida al modo de Lamine Yamal, se puso a seguir una coreografía con Freed from desire sin saber, claro está, que muchos de los mayores que tenía a su alrededor bailamos hace décadas ese himno discotequero. No tardó mucho en cansarse de los vídeos y volvió a hacer lo que han hecho siempre los críos en todas partes y en todas las épocas: buscar de forma insistente la atención de su hermano por todas las vías que se le ocurrían, incluida la de fastidiarlo intentando quitarle el sitio.

Eran sin duda los más ruidosos del bus pero había algo reconfortante y esperanzador en ver que esos niños siguen siendo niños, revoltosos e inquietos, no unos zombis embobados en los deslumbrantes espejos digitales. Me di cuenta de que esos locos bajitos, gritones e hiperactivos que a muchos pasajeros les debían parecer unos mal educados, eran de lejos las personas más cuerdas de todos los que compartíamos ese viaje, los más sanos. Hablaban y gritaban y se molestaban, pero también intentaban establecer contacto humano con los que ni siquiera mirábamos a nuestro alrededor, absortos en nuestros móviles.

Uno de ellos se fijó en una niña estadounidense sentada dos asientos por delante y al ver que comía unas famosas patatas se puso a gritar la marca con exagerado acento gringo. Lo hizo largo rato pero a la pequeña, callada y quieta, no se le ocurrió ofrecerle al chaval su aperitivo. Sin venir a cuenta de nada, el chico acabó gritando que a él no le importa nada nadie. “Solo el papa, la mamá, S. y la abuela, solo la familia”. A lo que el otro no tardó en añadir: “¿Y tu hermano? ¿No te importa tu hermano?“. Bajaron el tono y se hizo la calma un breve instante en que perdí el hilo de su conversación. Hasta que, pasados unos minutos, el de las patatas empezó a gritar: “Mi hermano dice que le suda la sociedad”. Lo repitió varias veces hasta que llegó a parecer el lema de una manifestación. Al final el aludido lo corrigió: “Es se la suda la sociedad no le suda". Nadie se atrevió a corear con ellos esa frase que, sin embargo, parecía a la medida de los rostros inexpresivos y agotados de todos nosotros.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Najat El Hachmi
Escritora catalano-rifeña, nacida en Beni Sidel (Marruecos) en 1979. Licenciada en filología árabe por la UB, ganadora del premio Ramon Llull con 'El último patriarca' (2008) y del premio Nadal con 'El lunes nos querrán' (2021). Autora del ensayo 'Siempre han hablado por nosotras'.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_