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tribuna
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El papelón de Podemos y Yolanda Díaz

Marcar distancia como si nunca hubieran formado parte del Gobierno en el que también estaba Ábalos tal vez sea otra prueba de fracaso político

Las dirigentes de Podemos Ione Belarra e Irene Montero participan en una manifestación contra la caza del lobo, en junio en Madrid.
Estefanía Molina

A Podemos le ha entrado amnesia. Ione Belarra va diciendo que la mejor etapa de los últimos diez años en España fue con ellos dentro del Gobierno. “Cuando el PSOE manda él solo, ya vemos lo que pasa: casos de corrupción”. Belarra obvia que la presunta trama habría transcurrido también mientras ellos compartían mesa de Consejo de Ministros con el hoy investigado exministro José Luis Ábalos. Qué frágil puede volverse la memoria a veces.

Es el nuevo argumentario de Podemos: vótenles porque su partido dista mucho de estas presuntas prácticas turbias; es más, están para salvarnos de ellas. Es cierto que no hay ningún indicio de que el partido morado conociera lo que supuestamente ocurría en el Ministerio de Transportes, ni de que se beneficiaran de las presuntas mordidas vinculadas a adjudicaciones de obra pública. Ahora bien, marcar distancia como si nunca hubieran formado parte de aquel Ejecutivo (estuvieron allí desde 2020 a 2023; mientras que Ábalos fue cesado en 2021) tal vez sea otra prueba del enésimo fracaso del 15-M.

La nueva política nació, precisamente, para fiscalizar al bipartidismo. Se creía entonces que la corrupción era algo sistémico, tanto que hacía falta savia nueva para controlar al PP y al PSOE. Si los gobiernos fueran de coalición, y no de mayorías absolutas o monocolor —llegó a decirse— habrá más ojos in vigilando, de manera que no volverían a ocurrir irregularidades. Sin embargo, la incapacidad de los morados para ejercer como contrapeso habla mucho de las carencias de nuestro sistema a la hora de fiscalizar a nuestros representantes.

De un lado, porque si Podemos ha estado en una coalición donde estos casos ocurrían presuntamente, qué garantiza que no puedan ocurrir en adelante, aun con ellos dentro. Seguramente alegarán que no es todo culpa suya. En parte, tiene que ver con que unos ministros no están para controlar a otros, o que Sánchez encapsulara a sus socios morados en seudoministerios. Es decir, sin darles acceso al poder real: la mayoría de los ministros morados heredaron secretarías de Estado o restos de otras carteras. Ello lanza una advertencia estructural a futuro, incluso para la derecha. Tanto el PSOE como el PP comparten esa visión de que sus competidores son meros subalternos molestos, de manera que si Vox —o en su momento Ciudadanos— llegara a un Ejecutivo popular es probable que también fueran arrinconados, sin enterarse de qué se cuece en el otro lado.

Del otro lado, la hemeroteca tampoco permite a Podemos salvarse de ciertas críticas individuales. Pablo Iglesias llegó a escribir en el digital Ctxt, allá por 2021. “La exclusiva sobre Ábalos es simplemente basura y a la gentuza que llama a eso periodismo y a quien lo difunde en sus televisiones creo que, en la mejor tradición de Labordeta, debemos mandarles democráticamente a la mierda”, dijo, tras unas publicaciones —muy incipientes—sobre la supuesta vida personal del ya entonces exministro de Transportes.

Así que el error en aquel momento, no solo de Iglesias como exvicepresidente sino generalizado, fue no haber puesto en barbecho cualquier eventual sospecha, por extraña que pareciera. Quién sabe si no habremos pagado caro la polarización a la que sirvieron conceptos como la “fachosfera” o el “muro”, viendo hasta qué punto estos han ido laminando la posibilidad de dar credibilidad a ningún actor o contrapeso fuera de las propias filas. El PSOE solo se ha adueñado del esquema maniqueo de amigo-enemigo que había introducido antaño, sutilmente, el partido de Iglesias.

El caso es que Podemos solo pelea ya por darle la puntilla a Sumar; el resto es puesta en escena. El papelón de Yolanda Díaz es notorio: a Mariano Rajoy le pedía dimitir, y con Sánchez no sabe dónde meterse, por más indignada que se proclame. Esta izquierda se ha vuelto de capillitas, de grupúsculos sometidos a un juego de suma cero por subir uno o dos escaños a costa del otro. Algunos, como Compromís, ya van saltando del barco de la vicepresidenta. Sumar siempre fue una plataforma, jamás un partido: su sino era descomponerse, y ahora va a paso rápido.

A la postre, que Podemos dé por “muerto” a este Gobierno es otra pata más de su relato. Apoyarán cualquier medida social que mejore la vida de la gente. Noquean a Sánchez, al parecer, solo en los ratos que conviene a los morados de cara a la galería: dieron luz verde recientemente a la reforma que permitirá ilegalizar entidades que exalten la dictadura.

En definitiva, el mayor fallo de Podemos quizás no sea su amnesia, sino la sospecha de que actúan con oportunismo, como si desearan el advenimiento de un ciclo de derecha y ultraderecha para quizás no lograr remontar siquiera ni hasta los 10 escaños. Es decir, un premio de consolación, cuando no, la demostración del fracaso de quienes vinieron dando lecciones, para acabar transformando en nada los males profundos de la política española. Habrá quien se alegre. Desde luego, no el votante progresista que un día soñó con otra política posible. Si el papelón de Podemos o Yolanda Díaz parece notorio, el erial que podría quedar a la izquierda del PSOE cuando Sánchez se marche solo actuará como la prueba definitiva.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y en el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER. Presenta el podcast 'Selfi a los 30' (SER Podcast).
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