Una OTAN a la medida de Trump
El presidente estadounidense ha impuesto sus intereses en La Haya y obviado la gran preocupación europea: la amenaza de Rusia


Donald Trump ha conseguido lo que se proponía. Los socios de la OTAN han decidido alcanzar el 5% de su PIB en gastos vinculados a la defensa en los próximos 10 años, tal como exigía el presidente de Estados Unidos, fiel a su concepción mercantilista de las relaciones internacionales, en la que cada uno de los aliados debe pagar religiosamente su correspondiente factura por la seguridad que le garantiza ser parte de la organización liderada por EE UU.
Para que Trump se saliera con la suya ha sido fundamental la capacidad de convicción del secretario general de la Alianza, el ex primer ministro neerlandés, Mark Rutte, hiperbólico en sus elogios hacia los logros del presidente estadounidense y complaciente con sus exigencias. Una complacencia traducida incluso en el formato del encuentro, diseñado a la medida del mandatario republicano: dos horas y media de cumbre y un breve comunicado centrado en la cifra mágica de gasto en defensa y sin referencias a la imprescindible solidaridad con Ucrania. Todo lo más, con una vaga apología del artículo 5 del Tratado Atlántico que no borra la preocupación por el escaso compromiso del inquilino de la Casa Blanca con la cláusula de defensa mutua, que Trump ha llegado a considerar “interpretable”.
El temor a que esta fuera la cumbre de la retirada de las tropas estadounidenses del continente europeo —o al menos la del anuncio de su gradual repliegue para centrarse en el Pacífico— ha sido algo más que una sombra amenazante. Trump llegó a La Haya crecido por la exhibición de fuerza militar contra Irán pero ciego a la evidencia de que siguen peligrosamente activas las dos guerras a las que prometió poner fin “en 24 horas”: en Ucrania y en Gaza.
El presidente republicano consiguió una vez más que la reunión girase en torno a sus intereses —la discusión sobre el 5%— y dejase de lado un asunto tan urgente para los aliados como la actitud de la Casa Blanca hacia el Kremlin: mientras Europa considera a Rusia su gran amenaza, Trump sigue sin definir su relación con Vladímir Putin y, por momentos, jugando a la equidistancia entre Moscú y Kiev, es decir, entre el país agresor y el agredido.
Alejado Volodímir Zelenski del pleno, la única voz discordante fue Pedro Sánchez con su negativa a aceptar la arbitraria cifra del 5%. No le faltan razones al Gobierno español para no secundar el fetichismo general en torno a ese porcentaje, expresión de la sumisión a EE UU más que de una responsabilidad presupuestaria con la defensa europea, algo que nadie, tampoco España, puede eludir. De hecho, muchos países saben que no cumplirán el compromiso con esa cifra, que el propio Rutte ha maquillado y matizado anunciando su revisión en 2029.
La fundamentada disidencia de Sánchez, que no logró trenzar alianzas antes de la cumbre, recibió la respuesta esperable en una reunión organizada en honor de Trump. Según el presidente estadounidense, España deberá pagar en aranceles lo que no quiere pagar en gasto de defensa. Expresada con un tono amenazante impropio entre socios de la OTAN, la fórmula es un concentrado de la idea transaccional que tiene de la política exterior Donald Trump, para el que no hay aliados sino clientes y al que importa poco la solidaridad colectiva predicada por el Tratado y mucho las crudas relaciones de poder entre una superpotencia y los países de su zona de influencia.
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