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Tribuna
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Pedro Sánchez, oveja negra de la OTAN

España aparece en cierta prensa internacional como un país que se aprovecha del resto. Pero calmar a unos socios de izquierdas profundamente antimilitaristas pasaba por oponerse a más gasto defensivo

Pedro Sánchez, en su comparecencia el día 22 en La Moncloa para anunciar el acuerdo con la OTAN.
Estefanía Molina

Se rumoreó durante un tiempo que Pedro Sánchez quería ser secretario general de la OTAN, y se le ha cerrado la puerta de golpe. No será porque nos hayamos vuelto de repente la ‘excepción ibérica’ de la defensa; eso habrá que verlo en 2029. Al contrario: el órdago del Gobierno revela más ansiedad ante sus casos de corrupción presunta y debilidad política interna, que un aguerrido alarde de soberanía frente a un desafiante Donald Trump o el mundo.

Es obvio que calmar a unos socios de izquierdas profundamente antimilitaristas pasaba por oponerse a más gasto defensivo. El discurso de “o mantequilla o cañones” ayudaba a aplacar a Podemos, que ya da al Gobierno por “muerto” en su lucha fratricida contra Sumar y su necesidad de reinventar otro 15-M. Echarse a la cara un enemigo exterior, como en este caso el todopoderoso Estados Unidos, puede empujar hasta al español menos patriota a un cierre de filas en torno a la bandera. En definitiva, el Gobierno ha pasado de decirle a sus adeptos eso de “elegid entre corrupción presunta o ultraderecha”, a dar a entender que ciertos escándalos son sistémicos en España —el Ejecutivo parece estar deseando que se retomen los juicios de la Kitchen este otoño para hacer el “y tú más” con el PP—pero al menos ellos “sin hacer recortes como la derecha”.

Se vuelve flagrante la estrategia de Sánchez a cuenta de la OTAN, si uno imagina de qué otra forma se podía gestionar este lío; por ejemplo, adoptando un perfil bajo, y en unos cuantos años haber entonado un “vaya, lo siento, esta vez tampoco hemos llegado al objetivo”. Nuestro país no logró en 2024 ni satisfacer la cifra del 2% del PIB en gasto, nos quedamos alrededor de un 1,3%, y nadie nos ha echado de la Alianza Atlántica por estar entre los países de la cola.

Precisamente, los aduladores mensajes de Mark Rutte a Donald Trump denotan que el jefe de la Alianza Atlántica solo busca cerrar filas entre los socios, tener una cumbre en paz, acallando las ansias estadounidenses de que Europa pague “a lo grande”, en palabras de Rutte. El contexto geopolítico actual obligaba a darle a Trump un trofeo que exhibir ante las bases del MAGA, tras años de quejas porque Europa viva de los réditos de una paz que otros pagan por ella. De hecho, en 2029 podría haber incluso otro presidente en la Casa Blanca que relajara las exigencias.

La consecuencia es que España aparece hoy en cierta prensa internacional como un país que se aprovecha del resto. Varios socios atlantistas están enfadados por cómo explicar a sus opiniones públicas el lío. No será porque España se libre de apoquinar, por más que el ministro Óscar Puente se haga eco en X de que nos llamen “villanos” en medios europeos como Politico, algo que le viene bien a La Moncloa para apuntalar la idea de una excepción que solo es condicional. La realidad es que España tendrá que cumplir con los objetivos de capacidad estratégica, y si el 2,1% de gasto no es suficiente, la OTAN podría elevar sus reivindicaciones hasta el 3,5% o una cifra parecida.

Sin embargo, lo anterior no exime de preguntarse si un 5% de gasto en Defensa —incluida la ciberseguridad—es necesario, o incluso, preocuparse por si tan abultada cifra nos traería recortes. Según un estudio del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), vinculado al Ministerio de Defensa, nuestro país tiene un déficit de inversión en capacidades militares funcionales: equipos, soldados y armamento. En cambio, es legítimo creer que semejante gasto suena excesivo, pero ese debate tampoco lo vamos a tener de forma seria. El presidente toma muchas decisiones en política exterior por su cuenta, y no mediante votaciones en el Parlamento. También habría ahorrado mucho jaleo que compareciera ante los periodistas con preguntas, no en solitario en la sala de prensa de La Moncloa.

El caso es que España no tiene Presupuestos aprobados, ni horizonte de momento de lograrlos, otro factor que explica por qué el Ejecutivo cuestiona el acuerdo con la OTAN. El truco de mover partidas presupuestarias vía modificación del Consejo de Ministros para incrementar el gasto en Defensa —como se viene haciendo— en algún momento llega a su límite cuando hablamos de cantidades tan elevadas.

A la postre, Sánchez podría haber esgrimido otro argumento ante Trump o Rutte, convincente para muchos otros Estados europeos: mientras seguimos dependiendo de Estados Unidos, no estamos desarrollando nuestro proyecto defensivo autónomo como Unión Europea. Ello sería en justa coherencia con la independencia estratégica que vimos necesario alcanzar tras la invasión ilegal de Rusia a Ucrania. Claro está, eso no quedaba tan sexy como volverse la oveja negra de la OTAN, con tal de contentar a cierta izquierda o generar un revuelo internacional que disipara por un momento la atención de la política doméstica. Que nuestro presidente le espetara a Alberto Núñez Feijóo la carta de Rutte por redes sociales —a modo de zasca— es otra prueba de que el Gobierno necesitaba un golpe de efecto.

La pregunta es si ha valido la pena tanta acrobacia discursiva de cara a la galería interna, viendo cómo nos amenaza ahora el jefe de la Casa Blanca con más aranceles.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y en el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER. Presenta el podcast 'Selfi a los 30' (SER Podcast).
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