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red de redes
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La guerra de los 12 tuits

Todos los medios tienen su agenda, y la de las redes va dirigida al alcance, no a la información ni al diálogo

Donald Trump durante la cumbre de la OTAN en La Haya (Países Bajos), el 25 de junio de 2025.
Jaime Rubio Hancock

Todo el mundo sabe que la mejor forma de dar por finiquitada una guerra es en una red social que te has montado por tu cuenta. Como hizo Donald Trump el lunes, al anunciar en Truth Social el inicio de un alto el fuego entre Israel e Irán, tras el que “el mundo anunciará oficialmente el FIN DE LA GUERRA DE LOS 12 DÍAS”. Sí, él mismo le puso el nombre, igual que cambió el del Golfo de México (o lo intentó). Aparte de que eso es como cuando intentas ponerte tu propio apodo (“llamadme el Halcón”), el anuncio le salió regular porque apenas cuatro horas más tarde Israel e Irán se cruzaron misiles, algo incomprensible si tenemos en cuenta que Trump publicó otro mensaje que decía “ISRAEL. NO LANCES ESAS BOMBAS”. ¿Qué más hace falta?

Al medio satírico The Onion le dio para publicar que Trump había anunciado un “alto el fuego inusualmente violento” y algunos tuiteros se preguntaban si la guerra ya era “de los 13 días”. La tregua finalmente se puso en marcha, pero a Trump le salió otro problema: aseguró, también en su red social, que había destruido toda la capacidad nuclear iraní, y poco más tarde supimos que, según el Pentágono, los ataques solo suponían un retraso de unos meses. Al menos pudo compartir el mensaje de peloteo de Mark Rutte, secretario general de la OTAN, antes de la cumbre que comenzaba este miércoles.

Lo de intentar gobernar, llegar a acuerdos e incluso declarar armisticios en redes sociales tiene sus ventajas: puedes decir lo que te dé la gana y da igual si es verdad o no. Es más, debes, si quieres que se te vea. Veamos un ejemplo local: Pedro Sánchez anunció el domingo un acuerdo con la OTAN que permitirá a España ser flexible con el porcentaje del PIB destinado a Defensa siempre que se alcancen los objetivos acordados. Alberto Núñez Feijóo (o sus asesores) le contestaba en Twitter diciendo que había comprometido “el gasto militar para los próximos diez años, sin presupuestos y sin pasar por el Congreso”. A lo que Sánchez (o sus asesores) le respondió con un “toma, Alberto. Que alguien te la traduzca. A ver si eso aclara tus dudas”, publicación que acompañaba de la carta de Mark Rutte que explica el acuerdo. Pero eso no aclaró las dudas de nadie, sino que llevó a una discusión entre tuiteros sobre cómo interpretar esos tres parrafillos.

Todos los medios tienen su agenda, como escribía Neil Postman en Divertirse hasta morir (1986). La imprenta facilitó la difusión de textos y la televisión lo convirtió todo en entretenimiento, incluida la política. Aunque no es lo mismo Instagram que X, en redes el contenido va dirigido a los seguidores y al algoritmo. No se busca el diálogo con gente que piensa diferente, aunque se pueda usar para eso y en casos contados se consiga. El objetivo es el alcance, llegar al máximo número de gente. Y eso se logra con contenidos breves, emocionales y a poder ser divisivos, en los que da igual lo que haya pasado en Irán o lo que diga Mark Rutte. No hay que compartir ideas, sino construir una secta, y para eso hay que evitar mensajes como “la tortilla con cebolla también me gusta aunque la prefiero sin”, e ir directamente a “la gente que come tortilla con cebolla debería estar en campos de concentración”.

Pero igual que tenemos algoritmos que personalizan los contenidos, la oferta política también se individualiza y los partidos sufren escisiones, y las escisiones pasan por escisiones, siempre en busca de contentar a votantes más segmentados, pero también más convencidos. Tradicionalmente la izquierda era la que sufría este problema, con formaciones que ofrecían un grado mayor de pureza ideológica. Pero también pasa en la derecha, a pesar de que sus votantes tienen fama de resignarse con la idea, bastante sensata, de que si el mundo no es perfecto, aún menos lo va a ser el partido al que votemos. No solo al PP le salió un Vox, sino que a Vox le ha salido un SALF, en una progresión cada vez más caricaturesca y ajustada al perfil de los usuarios más activos, que nunca son los más moderados.

El pluralismo está estupendo, pero al final nos va a salir un Parlamento no solo dividido, sino fractal.

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Sobre la firma

Jaime Rubio Hancock
Redactor en Ideas y columnista en Red de redes. Antes fue el editor de boletines, ayudó a lanzar EL PAÍS Exprés y pasó por Verne, donde escribió sobre redes sociales, filosofía y humor, entre otros temas. Es autor de los ensayos '¿Está bien pegar a un nazi?' y 'El gran libro del humor español', y de las novelas 'El informe Penkse' y 'Sitges'.
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