El santo y el mastodonte
En las redes sociales públicas, los mensajes de las instituciones no dependen de la voluntad de una empresa. Allí es donde deben estar


No pasa una semana sin que Elon Musk dé razones para no usar su red social X. Esta vez, Musk se ha peleado con su propia inteligencia artificial, ha dicho que le avergüenza que responda cosas que difieren radicalmente de su propia y retorcida percepción del mundo y ha prometido ”reescribir el corpus del conocimiento humano” para instruir a la próxima versión. El profesor de Ciencias de la Información de la Universidad de Indiana Ted Underwood ha dicho en Bluesky que esto “desafortunadamente está a nivel del Michelson-Morley [que intentó medir un “éter luminoso” solo para descubrir que no existía] en la lista de importantes experimentos fallidos”. Puede ser que Musk, muy a su pesar, haya descubierto empíricamente aquello de lo que bromeaba Stephen Colbert hace años: que la realidad tiene un claro sesgo de izquierdas.
The motivations and the people involved are all disgusting, but this unfortunately belongs up with Michelson-Morley in the list of important failed experiments
— Ted Underwood (@tedunderwood.me) Jun 21, 2025 at 13:15
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Sin embargo, casi tan importante como marcharse de X es buscar una alternativa. Cuenta la tradición que Francisco de Borja quedó tan impresionado al ver el cadáver descompuesto de la emperatriz Isabel de Portugal, una de las mujeres más bellas de su tiempo, que prometió “ya jamás servir a señor que se pueda morir”. Es lo que ha pensado mucha gente cuando lo que era Twitter se echó a perder. Según un informe del departamento de I+D de la BBC, se está produciendo una división clara entre “las actuales plataformas, donde una mayoría de usuarios van a consumir contenido de forma pasiva” y, poco a poco, cada vez más espacios donde “la gente busca una conexión social más directa y más alineada con los intereses de sus usuarios”.
Esa división llega al mismo tiempo en que Europa (incluida la Comisión Europea) empieza a actuar en serio ante la dependencia de las instituciones y empresas del continente y el papel casi monopolístico de las grandes redes con sede en EE UU y (ahora, por TikTok) China. El problema es considerar que la respuesta a Google, a Meta, a X, es “un Google europeo”, “un Meta europeo”, “un X europeo”. Para los escarmentados de lo que fue Twitter, sería otra vez entregar los frutos de nuestra creatividad a una empresa privada, que nos puede imponer sus términos de uso y quedarse con todo lo que entreguemos.
Por eso crece la idea de “un Twitter público” en el que puedan participar las instituciones. Pero mucha gente lo ve como un deseo cuando existe algo que puede ser algo más que Twitter. De hecho, puede ser más que todas las redes comerciales por separado.
“Dame cuatro minutos y cambiaré tu forma de ver las redes sociales”, promete la cineasta y fotógrafa Elena Rossini en un vídeo en el que explica el funcionamiento del Fediverso, un creciente grupo de redes sociales cuya principal característica es que son compatibles entre sí. “Imagínate publicar un vídeo en YouTube y que te den me gusta en Instagram y Facebook”, explica. La aplicación más popular del Fediverso es hoy Mastodon, una red que se ha ganado una reputación (no del todo injustificada) de ser sesuda, aburrida y llena de gente más que dispuesta a darte la barrila por hacer el Internet mal. El propósito de Rossini es atraer a la gente al Fediverso mostrándole su cara más amable.
Pero, para las instituciones públicas, el argumento tiene que ser otro: aunque las instituciones puedan y deban usar plataformas comerciales para su comunicación, el origen de su mensaje debe estar bajo su completo control. Es más trabajoso gestionar un servidor (una instancia, en la jerga), pero en él son las instituciones las ponen las reglas, son las que deciden qué mensajes pueden y no pueden poner, y de ahí transmitir a todas las redes del Fediverso, que decidirán qué hacer con esos mensajes. Porque si una institución tiene vocación de permanencia, no puede servir a señor que se pueda morir.
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