Trump, Netanyahu y la ‘iraquización’ de Irán
El objetivo de Israel es rediseñar una vez más el mapa de Oriente Próximo en detrimento de la estabilidad y la democracia


La guerra desatada por Israel contra Irán, en un marco de violación sistemática del derecho internacional, se justifica con el recurrente pretexto de velar por la “seguridad” del territorio israelí, cada vez más extenso. No es una postura, desde luego, desconocida; basta recordar que la dinámica de la guerra de 1967 contra Egipto, la de Estados Unidos en 2003 en Irak, para derrocar el régimen de Saddam Hussein, la contienda contra la Libia de Gadafi, en 2011, todas en nombre de la “seguridad”, han desembocado en similares resultados de fondo: el auge del integrismo religioso y la destrucción de las bases estatales de las naciones afectadas. La idea de la seguridad de Israel late, pues, como una vieja letanía, siempre presta para paralizar cualquier crítica a su política; muestra el eco de la hostilidad de los países de la región, que no han aceptado la desposesión histórica que se ha infligido sobre los palestinos. Hoy Israel es en una superpotencia, dotada de más de 200 cabezas nucleares, a la que solo dos o tres grandes países del mundo podrían hacerle frente. Como una cruel paradoja de la hubris, se ha encerrado en una lógica de guerra permanente, con el respaldo incondicional, como nunca antes, de los Estados Unidos de Donald Trump: rechaza todas las propuestas de paz, continúa colonizando y masacrando al pueblo palestino en los territorios ocupados y en Gaza...
La tensión entre Irán e Israel no es en absoluto fruto de una mayor presencia de la amenaza iraní. Como bien habían comprendido los gobiernos democráticos de los países europeos y Estados Unidos, es factible contener el programa de enriquecimiento del uranio iraní (que ronda en torno al 60%, lejos de la producción efectiva de armamento nuclear), creando las condiciones necesarias para apuntalar una negociación en esa dirección. Pero Benjamin Netanyahu no apuesta por dicha vía y ha persuadido a Trump para interrumpirla, como ya hizo desde el comienzo de su primer mandato. En efecto, el mandatario norteamericano tampoco está por la labor de un acuerdo con Irán, porque ha puesto el foco en la capitulación de este país. Su estrategia regional se centra en exportar el caos, aprovechando la manifiesta debilidad estructural tanto de sus aliados como de sus adversarios, que ha ido hilvanando una maquiavélica lógica imperialista de Estados Unidos, capaz de imponerse a los propios Estados europeos. En Oriente Próximo, el objetivo último es provocar la caída de los regímenes rebeldes y favorecer la proliferación de “gobiernos clientes” para imponer sus condiciones. Y, de paso, permitir a la familia Trump desarrollar sin ambages sus negocios.
Los objetivos bélicos de Netanyahu siguen esta senda, aunque definidos por su particular visión: en primer lugar, se plantea destruir Irán como fuerza regional, ya que es el único país que sigue resistiendo actualmente a Israel; los demás países (Arabia Saudí, Egipto, Emiratos Árabes Unidos) llevan mucho tiempo pasando por el aro del eje estadounidense. Por lo tanto, no es cierto, como se afirma, que el presidente israelí solo busque neutralizar el potencial nuclear iraní; antes bien, sabe muy bien que así provocará que Irán se convierta en un adversario aún más determinante. Dicho de otra manera, el tándem Netanyahu-Trump ha puesto en marcha un proceso de derrocamiento definitivo de la República Islámica de Irán —la iraquización de Irán–, que dará paso a una nueva inestabilidad regional, a la proliferación de las guerras identitarias internas entre comunidades y tribalismos como en Irak, Siria y Libia. No es difícil entenderlo: se trata de forjar, en torno a los intereses de Israel y Estados Unidos, poderes impotentes y divididos. Y, de otro lado, la guerra contra Irán servirá para tirar al profundo pozo de los recuerdos el reconocimiento de un Estado palestino por parte de los europeos.
El objetivo global es rediseñar –y repartirse una vez más— el mapa de Oriente Próximo, y ello resulta ahora aparentemente posible porque Vladímir Putin se está apoderando progresivamente de Ucrania con la complicidad de Trump. Queda por saber si Rusia, China, e incluso los países árabes clientes de EEUU, aceptarán sin tapujos la destrucción de la República islámica iraní, teniendo en cuenta las previsibles y dramáticas repercusiones regionales que se derivarían de un cambio de régimen impuesto desde fuera. La iraquización de Irán que Trump y Netanyahu desean como opción estratégica en Oriente Próximo tendrá un efecto comparable al lanzamiento de un arma atómica. Irán, que desempeña un papel turbio desde principios de la década de los años ochenta, no se dejará morir sin reaccionar con la mayor virulencia posible ante el caos que atenaza su integridad. Lamentablemente, y frente a otros momentos terribles de la historia contemporánea, hoy contemplamos el espectáculo de dirigentes con poderes absolutos que coinciden en el tiempo, y que detentan en sus manos la humanidad indefensa como terreno de experimentación de sus cálculos delirantes y sangrientos. ¿Quién pensaba que los Hitler, los Stalin, son irrepetibles?
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