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Columna
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Objetivo #1: luchar contra la corrupción

Hay dos antivirus sencillos y conocidos para garantizar la integridad de los políticos, pero a estos solo les gustan cuando están en la oposición

Pedro Sánchez, a su llegada a la reunión de la Ejecutiva Federal del partido celebrada este lunes en Ferraz.
Víctor Lapuente

Esto no es el caso Koldo, ni el caso Ábalos ni Cerdán ni Sánchez ni PSOE, como tampoco fue el caso Gürtel, Bárcenas o PP. Es el caso España.

Si formamos un nuevo partido, de la ideología que sea, con sede en la calle Fuencarral, y ganamos las próximas generales ¿quién duda de que, en ocho años, nuestro líder estará dando explicaciones sobre un escándalo de corrupción? A través de una pantalla, de plasma o maquillaje, aparecerá compungido, sorprendido de quien hasta la noche antes era su mano derecha. El problema no está en Ferraz ni en Génova, ni en el clientelismo socialista ni en la avaricia popular. Si todos los partidos se corrompen es que la semilla del mal no habita en unas convicciones políticas.

Pero no pasa en todos los países. En las naciones de nuestro entorno no hay “ganaderías” de empresas que, según sospecha la UCO, estarían ligadas a los partidos para conseguir millones en obras públicas. Y vamos a peor. Como señalamos hace unos meses, en la última edición del índice de Transparencia Internacional (TI) sobre la capacidad para luchar contra la corrupción, estamos en la posición 46 del mundo, por debajo de países con menos recorrido democrático, tanto cercanos culturalmente (Portugal o Chile) como a media distancia (Estonia o Lituania) o lejanos (Botsuana o Ruanda).

En todos los lugares y tiempos, desde el origen de la civilización, han existido personas dispuestas a arriesgarse para obtener un beneficio ilícito. Pero no en todos los ecosistemas esos individuos forman grupos organizados para el atraco sistematizado de las arcas públicas.

¿Por qué no hay ganaderías (o granjas de renos) de empresas en Finlandia o Alemania? Pues porque la contratación pública está protegida por dos poderosos antivirus. Primero, la transparencia total (en lugar del secretismo, a menudo respaldado en aras del “interés general”) en todo el proceso, desde las reuniones entre empresarios y funcionarios hasta las renegociaciones ex post de un contrato público (que es donde los licitadores sin escrúpulos sacan tajada tras una inicial baja casi temeraria). Y, segundo, que las decisiones son tomadas por equipos de personas cuyos futuros profesionales no dependen los unos de los otros: por un lado, políticos y, por el otro, técnicos independientes (de verdad); profesionales que no trabajan para, sino con los políticos.

Los dos antivirus son sencillos y conocidos. Y les encantan a todos los políticos… mientras están en la oposición. Al llegar al poder, se olvidan todos. En Ferraz, Génova o Fuencarral.

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