Leire Gotera y Otilio
Uno se imagina que las cloacas del poder tienen algo de ‘glamour’, pero al final son los que se sentaban en la fila de atrás del autobús en el instituto, solo que en traje


Cuando alguien era torpe o cateto, mi tío Hilario solía decir entre risas “ese no se va a caer por las escaleras de La Moncloa”. La expresión, de la que todos nos reíamos, asume de algún modo el ideal platónico de los reyes filósofos; es decir, que nuestros gobernantes serían los mejores de entre nosotros, personas que combinarían de manera sublime sabiduría, conocimiento y virtud.
Pensar que nuestras élites son mejores que nosotros da cierta sensación de seguridad, de que hay alguien al volante. Por eso sacralizamos La Moncloa, el Congreso, los platós o las redacciones y a quienes las pisan. Pero cualquiera que las haya visto lo suficientemente de cerca se da cuenta de que no hace falta ser una lumbrera, ni mucho menos un ser de luz, para caerse por las escaleras de ninguno de esos lugares.
Es por eso que un día conocemos que la mano derecha del presidente del Gobierno tenía supuestas prostitutas de confianza y que parte de su sueldo se lo pagábamos entre todos, en forma de salario público. Otro día, se publica un audio en el que una miembra del PSOE ofrece tratos de favor con la Fiscalía a empresarios juzgados por presunto fraude fiscal a cambio de información sobre miembros de la UCO. Y no es solo el qué, sino también el cómo: es imposible escuchar esos audios y no sorprenderse por la chabacanería y la vileza de todos los que participan en ellos. En esa tendencia a sacralizar las estructuras de poder, uno se imagina que incluso sus cloacas tienen un poco de glamour y sus cloaqueros un poco de elegancia, pero al final no son más que los que se sentaban en la fila de atrás del autobús en el instituto, solo que ahora van en traje. Nos imaginamos los tejemanejes ocultos de nuestros poderosos como una trama de House of Cards, pero en realidad se parecen más a Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio.
Cada día vamos conociendo nuevos datos (exclusivas para quien las saca, filtraciones para quien no) sobre Leire Díez, que bien podría ser un personaje de Paquita Salas: no solo ofrecía tratos de favor con la Fiscalía (y, “¿de quién depende la Fiscalía?”, que decía aquél), sino que también se reunió varias veces con el abogado de Carles Puigdemont para, presuntamente, obtener datos de la Operación Cataluña y enfriar tensiones con Junts, o con el guardia civil implicado en el caso Koldo en busca de trapos sucios de la UCO.
Puede que finalmente veamos publicado el libro que dice que está escribiendo sobre los hidrocarburos y que justificaría esas reuniones. Puede que los periodistas no supiéramos hasta ahora que podíamos ir por ahí ofreciendo tratos con la Fiscalía a empresarios en apuros. Puede que sea simplemente la Pequeña Nicolasa del PSOE, una mitómana pasiega que, según El Diario Montañés, iba contando en su tierra que estaba haciendo “asesoramientos contra la desinformación” para Santos Cerdán. Todo eso puede ser.
Pero lo que parece una tomadura de pelo es que el PSOE nos quiera contar que es “una militante” monda y lironda, una mocita feliz que se hacía fotos con los dirigentes del partido porque era una pobre provinciana ilusionada de conocerlos, obviando que tuvo recientemente varios puestos directivos en Correos, así como en otra empresa estatal, ENUSA. Las explicaciones, tan pobres, unidas a las tibias medidas que se han tomado contra ella, dejan la sensación de que hubo un tiempo en el que nos meaban y nos decían que llovía. Pero al menos entonces, aunque falsas, nuestra casta política sentía que tenía que darnos explicaciones.
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