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Universidades
Tribuna
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El ataque a Harvard, una agresión moral

Los sistemas educativos del mundo han logrado sus mayores progresos mediante el libre intercambio de personas e ideas entre países

View of the Harvard University library on Monday, in Cambridge (Massachusetts).

La decisión de la Secretaria de Seguridad Nacional de Estados Unidos de revocar la autorización que tiene la Universidad de Harvard para otorgar visas a estudiantes y académicos extranjeros es causa de una profunda preocupación. Esta indignante decisión— la más reciente de una serie de ataques a cargo de la administración Trump que buscan socavar a la Universidad de Harvard— privaría a nuestra universidad de un elemento clave para continuar nuestra misión. Lograr que el conocimiento avance y contribuir a que la humanidad tenga mejores condiciones a través del impulso a la educación solamente es posible cuando las ideas no se ven limitadas por la existencia de fronteras, y cuando mentes de diversas formaciones y orígenes colaboran libremente. Los estudiantes y académicos internacionales son fundamentales para este intercambio vital para la Universidad de Harvard.

El desarrollo de la ciencia y las actividades docentes son actividades globales. Los desafíos que buscamos abordar desde las universidades trascienden las fronteras nacionales y a lo largo de la historia, los mayores progresos científicos han sido posibles cuando los investigadores han tenido la libertad de colaborar y sumar esfuerzos en proyectos comunes. La presencia de estudiantes y académicos internacionales en Harvard es indispensable y enriquecedora para llevar a cabo estas actividades.

Charles William Eliot, vigésimo segundo Presidente de la Universidad de Harvard, logró transformarla y pasarla de ser una institución provinciana a una institución académica líder a nivel global, al promover la colaboración internacional y ampliar tanto el profesorado extranjero como los programas de posgrado y profesionales. Sus viajes de estudio a Francia y Alemania inspiraron las ideas que adoptó para Harvard, demostrando lo mucho que ha ganado la Universidad cuando nuestros líderes han ampliado su mirada más allá de nuestras propias fronteras.

La misión de mejorar el mundo a través de la educación se cumple cuando estudiantes de diversos países y culturas pueden aprender unos de otros forjando vínculos para toda la vida, sentando bases para futuras colaboraciones profesionales. Los programas docentes en la Universidad de Harvard se verían profundamente afectados si nuestra comunidad se integrara únicamente con quienes comparten una nacionalidad, quienes además serían privados de la oportunidad de aprender sobre otras regiones en donde vive la mayor parte de la humanidad.

Todo esto es conocido por quienes comprenden el propósito y el potencial de la educación superior en el siglo XXI. En Harvard sabemos que la internacionalización de la universidad es esencial para alcanzar la excelencia en nuestra docencia e investigación. La administración del Presidente Trump también lo sabe, y es precisamente por eso que busca reducir la Universidad de Harvard a una institución de corta e irrelevante visión, echando atrás los logros en materia de internacionalización alcanzados desde la presidencia de Eliot entre 1869 y 1909.

A lo largo de mi carrera académica he promovido la colaboración internacional en el ámbito educativo porque estoy convencido de que los avances en expandir las oportunidades educativas son una actividad global por excelencia. Los sistemas educativos del mundo han logrado sus mayores progresos mediante el libre intercambio de personas e ideas entre países. He tenido también la oportunidad de crear programas de posgrado e iniciado proyectos de investigación en colaboración con investigadores e investigadoras de muchos países, quienes hemos unido voces y esfuerzos para comprender desafíos apremiantes tales como la forma en que la educación puede contribuir a reducir la pobreza, la desigualdad, las amenazas a la democracia y el cambio climático. Mi participación en las juntas de gobierno de diversos Centros de Harvard dedicados al estudio de países de África, Asia, Latinoamérica y de los asuntos globales, me han convencido de la decisiva importancia de la colaboración internacional para lograr nuestra misión.

Por todas estas experiencias, tengo la certeza de que prohibir la entrada de estudiantes y académicos extranjeros a Harvard sería devastador para nuestra universidad. Esta pérdida sería trágica no solo para la propia universidad y los Estados Unidos, sino para todo el mundo. Por sus consecuencias, estoy convencido de que es necesario usar todos los medios posibles para denunciar este inmoral ataque por lo que representa: un intento más del actual Gobierno de los Estados Unidos para castigar a una Universidad que se ha opuesto a demandas ilegítimas con las que se busca controlar lo que se enseña, y lo que hace su alumnado y profesorado.

Alzo la voz porque creo que garantizar la autonomía de las universidades resulta esencial para que las democracias del mundo funcionen. Una de las tareas más importantes de una universidad es apoyar a estudiantes y profesores a imaginar un futuro mejor y a colaborar en tareas de investigación y de docencia a construir ese mejor futuro. Los esfuerzos de la administración del Presidente Trump por atacar y controlar a Harvard son demostraciones de un poder arbitrario, huérfano de visión y de la capacidad para unir a las personas en la busca del bien común. Espero que una comprensión clara de lo que representa la cooperación internacional para la educación superior, ayude a inspirar a ciudadanos, políticos y periodistas de diversos países a denunciar a quienes buscan afectar a la Universidad de Harvard. De lograr su cometido, las medidas que buscan impedir que estudiantes y académicos extranjeros vengan a Harvard, destruirán el espíritu de investigación y colaboración que debe definir la educación superior en las sociedades democráticas de cualquier lugar del mundo.

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