Pepe Mujica, el hombre sin celular que dominó el algoritmo
El expresidente de Uruguay no tuvo que acudir a las redes en busca de shares, ‘likes’ y reproducciones: las redes acudían a él

En el año 2012, luego de una cumbre internacional sobre desarrollo sostenible en Río de Janeiro, un presidente de un país de tan solo tres millones de habitantes se volvió global. Y viral. O viral y después global.
Después lo fueron sus otros discursos como el de la Asamblea General de las Naciones Unidas, extractos de sus entrevistas o defensas a políticas de su partido o su gobierno como la legalización del consumo de marihuana, el matrimonio igualitario, la despenalización del aborto o el cambio de la matriz energética.
Ese era José Mujica, que se transformó en el presidente uruguayo con mayor impacto en el planeta de la historia. Esto podría haber empezado, también, por la anécdota que tanto le gustaba contar sobre el día que llegó por primera vez al Parlamento en su vieja Vespa cuando un policía —sin reconocerlo como diputado— le preguntó si la iba a dejar mucho tiempo ahí: “Mire, salvo que vengan los milicos me pienso quedar cinco años”, contestó Pepe.
Un faro moral, discursivamente viral aún sin redes propias, en contra de toda lógica de contenidos cortos y digeribles, viral con charlas largas y profundas. Con posturas desafiantes e incómodas, con preguntas a la humanidad y cuestionamientos a nuestros comportamientos individuales. Nuestras elecciones y desvelos, nuestras renuncias a las cosas más simples de la vida por las exigencias del mercado de consumo y las enormes jornadas de trabajo alejados de las familias.
De ahí en más no paró de impactar en un mundo que no era el suyo, pero que dominaba con potencia inusitada para un presidente de un país al margen. Tapas de los periódicos más importantes del mundo, entrevistas en medios tradicionales y películas sobre su presente y su pasado. Documentales y ficción. De Jordi Évole a Emir Kusturica, del New York Times a la BBC, de Noah Chomsky a libros infantiles en japonés. Todo eso con su correlato digital y sus decenas o cientos de millones de reproducciones.
Un mensaje sereno y desenfadado, repetido y conciso, pero, sobre todo, coherente y contracultural. Un legado de amor y naturaleza. Quizá el último referente de la contracultura que la izquierda supo encarnar en el siglo pasado pero no reinventar en este. Pura disrupción por exceso de normalidad que reafirma el mito de excepcionalidad uruguaya: un país tranquilo e institucionalmente estable donde la política funciona y los cambios son lentos pero duraderos. Su renuncia, explícita y militante, al protocolo, los lujos y privilegios que representa la política lo convirtió en un rara avis dentro del mundo que él recorrió desde el momento mismo que se integró a la política. Venerado por su austeridad por los mismos que disfrutan del exceso que él denunciaba sobre todo con su accionar.
No se puede obviar su recorrido político y vital para entender la complejidad de su discurso político. Ese que parece sencillo y siempre inteligible, el que se volvió viral. De la guerrilla a la cárcel, de las peores condiciones de detención a la integración democrática. De rehén de la dictadura a presidente, siendo diputado, senador y ministro. Es en ese andar es que se forjó su personalidad política, su discurso y también su identidad digital. Una presencia total pero contada por otros, desde otras cuentas. Pepe no tenía celular o cuando lo tuvo era un antiguo modelo con teclas y el número anotado en una cinta pegada en el dorso. Un discurso, que en tiempo de exaltación de formatos y las tácticas comunicacionales, es el único que explica su éxito global. No son las formas, ni las suyas ni las de nadie, las que articulan la trascendencia a su época, es la política que más allá de la gestión se convierte en acción por contraste. No era el presidente pobre. “Yo no soy pobre, vivo con austeridad”, se cansó de repetir.
La comunicación nunca subordina a la política pero la proyecta. En Pepe, sus modos, su lenguaje y su desparpajo potencian la llegada, sobre todo a los más jóvenes. Pero es su desenfado político el que articula su éxito comunicacional. Él no debió acudir a las redes en busca de shares, likes y reproducciones: las redes acudían a él. En clave filosófica desafía los cánones de época por contraste y contenido, no por formato. Y eso en política contemporánea es mucho, demasiado.
Él solía decir que “los mejores dirigentes son los que dejan una barra que lo supera con ventaja” quizá también sean los que demuestran que todavía el contenido es más importante que las formas.
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