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COLUMNA
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La semana negra

Entre miércoles y miércoles se encapsula la quizás más abrupta y paradójica crisis del mundo globalizado

Una pantalla en el edificio News Corporation en Nueva York mostraba el jueves la caída de la Bolsa.
Xavier Vidal-Folch

El miércoles 2 de abril, uno, el primer poder mundial declaró la guerra comercial a todos los demás: los aranceles “recíprocos” de la infame pizarra. Al siguiente miércoles, 9 de abril, este uno se rendía a la evidencia de su derrota provisional. Todos se habían concitado, de una u otra forma, contra uno, el agresor. Así que le tocaba rebajar y congelar su ataque a —casi— todos, mientras lo multiplicaba hacia China.

De miércoles a miércoles. Entre ambas fechas se encapsula así la quizás más abrupta crisis existencial del mundo globalizado. La más paradójica, por autoinfligida desde la superpotencia. La que causa mayor destrozo de fondo en este siglo, al aniquilar el hilo conductor de una —discreta y declinante— confianza económica universal. Colapso de confianza. No sucedió eso con Lehman Brothers (2008), la crisis de la deuda europea (2011), la pandemia (2020) ni con la invasión rusa de Ucrania (2022).

El acento en la crisis de los bonos del Tesoro de EE UU como desencadenante del giro de Donald Trump es certero. No es el primer temblor en la cotización de la deuda soberana que flirtea con el derrumbe de los mercados. Pero sí el único en el que cunde la certeza absoluta de que no hay nadie sensato al timón.

Fue esa vorágine en los bonos del Tesoro —los instrumentos refugio de la deuda soberana— la palanca para revertir el gran error proteccionista, sí. Y también el signo inequívoco —y habitual en toda ruptura sistémica— de cómo una crisis sectorial, en este caso comercial, se hace inhabitable al transformarse en bursátil, financiera. No en vano, las finanzas operan como sistema arterial de la economía.

Pero muchos otros factores convergieron para el desenlace, esa victoria parcial de la razón liberal frente al conato de voltear al mundo del revés. La cohabitación de una resistencia frontal como la china (respuesta automática y simétrica; indicios de intervención pasiva en el mercado de deuda y del dólar), con otras mixtas como la europea o la canadiense (negociación y firmeza) y algunas posiciones “de perfil”: ninguna entusiasta. La crítica acerba y cortés de la Reserva Federal y del BCE. La desafección empresarial. El descontento republicano. Las obscenas peleas en la corte presidencial, trufadas de insultos tabernarios.

Y tan o más decisivas, las advertencias de inminente recesión formuladas por los grandes banqueros de inversión, de Goldman Sachs a JP Morgan. La paralización de grandes decisiones de inversión, de fusiones y adquisiciones: la senda hacia el estrangulamiento financiero y de rebote, productivo. Y el surgimiento de una primera protesta social masiva en la calle, ante los atisbos inflacionarios y los recortes sociales.

La semana negra alumbra el final de la escapada. Pero aquel uno sigue ahí. Parte de sus medidas permanecen. Y la transmisión del terremoto comercial a lo financiero y lo monetario está por yugular. Queda faena.

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