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COLUMNA
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Piedras caídas del cielo

La aparición de un mineral puede cambiar el destino de mucha gente, a veces para mal

Excavación en busca de minerales raros en Ucrania.
Delia Rodríguez

La moldavita no es una tierra rara, ni un mineral estratégico, pero también está en disputa. Un trozo diminuto de esta piedra de color verde oscuro cuesta treinta, cuarenta, cincuenta euros. Su historia es fascinante de principio a fin, desde cómo se creó a cómo se utiliza hoy. Pertenece al grupo de las tectitas, que son los vidrios formados en nuestro planeta cuando un meteorito cae sobre él. Uno de ellos impactó en Baviera, Alemania, donde aún se puede ver el enorme cráter que dejó, y los restos líquidos de terreno volaron hasta el río Moldava, en la República Checa, donde al enfriarse formaron la piedra nombrada en su honor. Durante muchos años la moldavita fue solo una curiosidad de aficionados a los minerales y creyentes en los poderes de los cristales, todos ellos atraídos por su origen casi extraterrestre. “Es otra de las piedras del New Age”, dijo de ella Judy Hall en La Biblia de los Cristales, libro de referencia de esta pseudociencia. “Es una fusión de energías extraterrestres con la Madre Tierra”, escribe. “Muchas personas piensan que vino a ayudar en la transición de la Tierra y que ha llegado el momento de usar sus energías sabiamente”. Entonces, tras unos 15 millones de años de historia bastante tranquilos para la moldavita, llegó TikTok, donde cientos de personas han empezado a compartir testimonios donde le atribuyen la capacidad de ponerte la vida del revés, empujando cambios dramáticos pero necesarios que suelen tener un final feliz, aunque no siempre. Es, de hecho, muy temida. Su fama ha llegado a tal punto que abundan las falsificaciones, es cada vez más difícil de encontrar, y su precio se ha disparado.

La vida de los minerales tiene estos sobresaltos, los mismos que la cultura y la ciencia humana. El sílex útil para crear el fuego y las herramientas que empujaron la evolución descansa ahora en paz en los cerros de Madrid sin que nadie lo mire. Las cruces de Santiago (quiastolita, una piedra que al corte forma aspas perfectas) acompañaron como amuleto a los peregrinos del Camino hasta que dejaron de hacerlo. Los humildes cantalobos del sur de La Rioja, que los pastores usaban para ahuyentar animales, son ahora piritas de exposición por las que personas de todo el mundo hacen turismo mineralógico en Navajún. El carbón del Norte que movió la industrialización española ha atravesado una larga decadencia. El wolframio gallego y extremeño fue crucial en la Segunda Guerra Mundial, pero ni siquiera se descubrió hasta el siglo XVIII. Lo que hace unos años era un tesoro, ahora son baratijas; y al revés, la escombrera de unos se convierte en el tesoro de otros. Se vuelven a explorar minas descartadas, a rebuscar nuevos materiales en los sitios de siempre. En Zarréu, Asturias, cinco mineros que bajaron a una explotación de carbón en busca de grafito —mineral que por cierto, abunda en Ucrania— han muerto en un accidente con grisú que despierta fantasmas del pasado.

España, un país mediano, pero geológicamente diverso e interesante, vuelve a aparecer en el mapa de los delicados equilibrios geoestratégicos mundiales por su abundancia en minerales vitales para la modernidad, pero que habían sido largamente olvidados: níquel, cobre, cobalto, platino, litio, wolframio otra vez. Me gustaría aplicar la enseñanza metafórica de la moldavita: la aparición de un mineral en nuestras vidas puede cambiar destinos, a veces para mal, a veces para bien. Hay poder, peligro y un enorme potencial de transformación en ello.


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Sobre la firma

Delia Rodríguez
Es periodista y escritora especializada en la relación entre tecnología, medios y sociedad. Fundó Verne, la web de cultura digital de EL PAÍS, y fue subdirectora de 'La Vanguardia'. En 2013 publicó 'Memecracia', ensayo que adelantó la influencia del fenómeno de la viralidad. Su newsletter personal se llama 'Leer, escribir, internet'.
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