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COLUMNA
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Esa gota cabrona

En los días de lluvia pienso en los féretros con goteras y en la paciencia de los muertos, tan aseados, a lo mejor con el traje con el que se casaron o con el que se divorciaron, y con los zapatos relucientes como el charol

Servando Rocha
Juan José Millás

Estos días de lluvia pienso en los ataúdes con goteras. No me cuesta imaginar al muerto tan tranquilo, con las manos cruzadas sobre el pecho, en posición supina, recibiendo en su ojo derecho la gota que, como una lágrima inversa, se cuela por la grieta del féretro, toc toc toc, y atraviesa el párpado del difunto y horada el globo ocular, o lo que ha quedado de él, y alcanza la catedral de la caja del cráneo, vacía ya, o con un cerebro deshidratado y ruin, del tamaño de media nuez. ¿Qué hace una gota ahí? ¿Qué haría yo, si fuera una gota de agua, en el interior de esa gran oquedad del pensamiento?

He vivido en casas con goteras. He dormido escuchando el silbido de la gota al atravesar el aire desde las honduras del techo y he sentido su impacto sobre mi sien. Y me he hecho el muerto para hacerle ver a la gota que no me molestaba, para comprobar si de ese modo desistía de caer. Pero tal es el destino de las gotas: el de caer, como el del pobre es recibirlas con paciencia. A veces, me he colocado en la cama de tal forma que cayera justo dentro de mi boca, como si mi boca fuera un cubo o una palangana. También como si mi boca fuera una boca sedienta, una flor del desierto (una flor mi boca, qué delirio). He jugado mucho a eso cuando era pequeño. Y la gota, muy fría, incluso cuando hacía calor, se estrellaba con cierta violencia sobre mi garganta y se deslizaba tubo digestivo abajo. Le perdía la pista en el esófago.

Por eso, en los días de lluvia pienso en los féretros con goteras y en la paciencia de los muertos (y de las muertas, que el genérico no siempre alcanza), tan aseados y aseadas, a lo mejor con el traje con el que se casaron o con el que se divorciaron, y con los zapatos relucientes como el charol. Disimulan, igual que yo de crío, la molestia que les produce esa gota cabrona, que no tiene otra cosa que hacer que despertarlos como despierta a los niños (y a las niñas) de las infraviviendas.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.
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