Grandeza mexicana
Debajo de la costra del nuevo modelo sobreviven millones y millones de familias que, un tantito ayudados por las becas y un tantito desfalcados por el peor sistema de salud, no pecan de ingenuos: saben que la grandeza mexicana es el arte de sobrevivir cada día


La grandeza mexicana es el arte de sobrevivir día a día. Lo sabían los tlaxcaltecas, escapando de que los hicieran pozole, lo sabe cualquiera que encuentra en un mexicano al amigo que al arranque de la fiesta se puede quitar el suéter por él, y al final de la misma apuñalarle por una terqueada.
En la antesala del Mundial conviene recordar que no somos buenos para los deportes colectivos, que quien acaso bajo mexicana bandera destaca es en marcha, box, ciclismo, golf y automovilismo…. O, dicho de otra forma, que eso de desarrollarnos todos en grupo no se nos dio.
El duelo de un sector al cumplirse el año siete del obradorismo es, precisamente, por el abandono del paradigma que se resignaba, con optimismo, a esa condición. La alternancia buscaba premiar el esfuerzo individual, elevando al máximo el “sálvese quien pueda”.
Sin duda hubo entre 1997 y 2018 iniciativas e intentos para hacer que el piso parejo fuera mayor y de mejor calidad. Pero obedecían la lógica de la escalera. Prometían una que otra zanahoria a quienes, contra todo pronóstico, conquistaran la cima. Un juego nacional del calamar.
Las y los mexicanos le entraron a ese echaleganismo con la misma fe con la que antes sus familias aprendieron que solo había de dos sopas, o vivir del presupuesto o sobrevivir en el error. Del ogro filantrópico a, luego de varias crisis, un descampado meritocrático.
Toda una corriente de opinión vio en esa ruta la más democrática, la que más oportunidades abriría a los hijos y las hijas de México. Que el gobierno estorbe lo menos posible, que se regule lo más mediante autónomos, que los servicios básicos sean básicos y ahí luego vemos.
El experimento dejó a medio país fuera de la jugada. Al medio país cuyos sueños de no morir en pobreza ya antes había traicionado el PRI. La fórmula encalló al no atreverse a erradicar privilegios para generar oportunidades: el éxito, además de individual, ha de ser excepcional.
Al conformarse con que cambiaran las reglas pero no la realidad, ninguno de los gobiernos de los tres sexenios prianistas pudo ver que la complacencia les llevaría al cinismo de que “poquitos menos pobres eran buenísimos resultados” porque no se podía testerear al FMI. Con su indolencia vigorizaron el discurso que proponía quitar “a la mafia del poder”.
El séptimo aniversario de la llegada de Andrés Manuel López Obrador al poder ha dado de qué hablar. Un recuento de los daños, para unos; la relatoría de una epopeya, para otros; tales son las laderas en que al respecto se deslizan las plumas de buena parte de la opinión pública.
El saldo esencial en siete años, como bien mostró el Zócalo el sábado, es el viraje hacia un forzado “nosotros” aún más dependiente del partido de Estado que con el PRI. Una sola escalera, masiva, popular, igualadora antes que igualitaria; una unidad, menos individualidad.
La principal diferencia del 2018 a la fecha es la relación entre una persona y el Gobierno. De hecho, la entraña de como se relaciona el gobierno con las personas. Ahora aquel lo tiene todo, y éstas tienen todas… las de perder si creen que en lo individual pueden bastarse.
Guiados por eso de que encarnan al pueblo, expresidente, presidenta y movimiento han cancelado múltiples avenidas que surgieron durante la transición democrática a favor del ciudadano. Desde la CNDH hasta el INAI, desde la ley de amparo hasta visitas a Palacio Nacional.
A cambio, la narrativa gubernamental ofrece que, dado que las instancias de la alternancia estaban corrompidas, hoy toda gestión ha de ser hecha directamente por el ciudadano ante un gobierno que se autodefine como honesto, austero y cuyos fines justifican todo medio.
El desbalance entre el poder de una persona y el del actual régimen se parece mucho al que se padecía con el PRI, salvo porque los del tricolor creían que habían inventado el hilo negro para un país ingobernable, y Morena cree ser la versión corregida y aumentada de la paz social.
¿Llegaremos a la excelencia en lo colectivo ahora que “por el bien de todos primero los pobres” funciona como mantra para centralizar en el gobierno todas las decisiones y cerrarle a los ciudadanos ventanillas de quejas, reclamos y controversias? Desde luego que no.
El esfuerzo del Gobierno por monopolizar toda decisión ni hará un gobierno más barato —tan no lo es que medido en déficit o en deuda la carga presupuestal ha crecido— ni más eficiente: lo que resistía apoyaba, y ahora se ha socavado toda forma de resistencia.
Quedan espacios y reductos para opositores. Sí, a condición de que estos entiendan que la actual relación entre los mexicanos y el partido gobernante alimenta una nostalgia que sí creía que éramos un pueblo bueno por naturaleza, culto por tradición oral, elegido divinamente por la Guadalupana y capaz de ganar el Mundial.
Cuando llegue el desencanto, promover un retorno al individualismo y la meritocracia tampoco será opción para los opositores al régimen anticiudadano. En primera, porque mientras no se renueven quién les va a creer que ahora sí combatirán, antes que rebrandear, el privilegio; pero sobre todo porque debajo de la costra del nuevo modelo sobreviven millones y millones de familias que, un tantito ayudados por las becas y un tantito desfalcados por el peor sistema de salud, no pecan de ingenuos: saben que la grandeza mexicana es el arte de sobrevivir cada día… que el sálvese quien pueda aplica sobre todo ante gobiernos empoderados.
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