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CIUDAD DE MÉXICO
Tribuna
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El Che, Fidel y Cristóbal Colón

Las estatuas van y vienen en las calles de la capital mexicana, ya las ponga la gente como las quiten las autoridades

Traslado de las estatuas de Fidel y el Che de la colonia Tabacalera.
Carmen Morán Breña

Las intervenciones en el espacio público no son cualquier cosa, como tampoco lo son los nombres que se le asignan al callejero de pueblos y ciudades. En la capital de México, sin embargo, la laxitud se hace evidente con solo dar un paseo: lo mismo para los puestos comerciales sembrados por cualquier rincón que para los negocios hosteleros que invaden las banquetas sin despeinarse. También las estatuas siguen esa anarquía. Los antimonumentos son comunes en el paseo de la Reforma, una de las grandes arterias de la ciudad. Se trata de símbolos que la gente coloca de un día para otro en memoria o reivindicación de causas dolorosas, como los asesinatos machistas, la muerte de niños por una escuela incendiada o los mineros que un día quedaron sepultados bajo tierra. Nadie osa quitarlos porque nadie les hizo justicia antes. Se comprende.

La misma arbitrariedad siguen las autoridades. Una mañana, el ciudadano se levanta y la estatua de Cristóbal Colón ha desaparecido de su pedestal; otro día, sin mediar aviso ni explicación, Fidel Castro y el Che Guevara son aupados en la pala de una máquina pesada, con todo y su puro, y trasladados vete a saber dónde. Así ha ocurrido ahora con el dictador cubano y el guerrillero, por orden de la alcaldesa de la delegación Cuauhtémoc, Alessandra Rojo de la Vega, quien ha argumentado falta de permisos y otros requisitos administrativos cuando fueron instaladas, allá por 2017. De la Vega ha debido considerarlo una prioridad en sus políticas públicas.

Lógicamente, no le ha salido gratis. Desde una esquina han protestado algunos cubanos, que consideran que ambos cuates son parte de la memoria histórica de la ciudad, porque en la colonia Tabacalera pasaron sus buenos días pergeñando la revolución contra el miserable Batista. Desde la otra esquina, ha sido la misma presidenta de la República quien se ha sonreído con el gesto de su adversaria política y le ha pedido ambos hombres de bronce para llevarlos a otro parque. También el Instituto de la Juventud los ha reclamado.

Claudia Sheinbaum sabía que no podía entrar a este asunto sin que le recordaran que ella misma derrocó a Colón con nocturnidad, así que la mandataria ya tenía el discurso preparado y no hizo falta que alguien lo sacara a colación. Dijo este jueves que lo suyo era distinto, que al almirante, (también esclavista, según a quien se le pregunte), se le ha dado otra morada. Así fue. Ah, y que además, aquello se hizo por aclamación popular, que eran muchas las personas, sobre todo indígenas, que lo habían pedido en las oficinas municipales, añadió. Bueno, también los bronces de los cubanos han sido pintarrajeados en ocasiones por quienes no gustan de verles la jeta. Y no serán pocos, a tenor de quién gana las elecciones en esa alcaldía.

Conciliar gustos, ideologías, tradiciones, memoria, caprichos y manías no es fácil. Cómo va a serlo. De esa frágil y veleidosa materia están hechas las dificultades democráticas. Sería más sencillo tener unas leyes claras o consultar como es debido a la población sobre estos asuntos. O llegar a consensos entre partidos, o explicar bien las cosas sin andarse por las ramas. Hay políticas que requieren debates sesudos en los Parlamentos, como es natural. El caso de las estatuas, sin embargo, es algo más llevadero, no corre prisa, se puede consultar y cada quien tratar de llevar el agua a su molino con argumentos.

Si no, cualquier día tendremos una pelea gorda por la estatua de Josip Broz Tito, que se alza también en el paseo de la Reforma, ahí, bajo los árboles y entre las plantas. ¿En esa no ha caído la alcaldesa Rojo de la Vega? Lo mismo tampoco tiene permisos. Habrá quien diga que el yugoslavo fue un héroe de la resistencia contra los nazis y quien sencillamente lo califique de dictador. Y quizá ambos tengan razón, pero ¿qué se hace entonces con la estatua?

A estos monumentos les pasa lo mismo que a los premios Nobel de la Paz, que más valdría que los concedieran 50 años después de morir el candidato, no vaya a ser que salga rana y se atragante Suecia entera y parte de la humanidad. Y ya para entonces, si la memoria aguanta, que los esculpan en bronce y acuñen monedas. Si quieren.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.
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