Una llave digital para abrir las puertas de Ciudad de México a los migrantes
Una de las principales dificultades que enfrentan quienes intentan integrarse a la vida en un nuevo país es contar con una identificación válida. La tecnología está permitiendo a quienes llegan a la Ciudad de México acceder a ese derecho


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El albergue Bocanegra se levanta como un cubo macizo y naranja con ventanas blancas en una calle ocupada del barrio Tepito, en el centro de la Ciudad de México. Adentro, suben y bajan cajas, computadores, sillas y colchones. Corren niños y se limpian pisos. El edificio era parte del botín de una red del crimen organizado, y tras ser confiscado en un proceso judicial, pasó a ser administrado por el Gobierno de la capital, que alberga a 52 familias que quieren hacer vida en el país. A pesar de concentrar cientos de historias de supervivencia, de travesías infortunadas, deportaciones abruptas y clamores de refugio, la unidad se siente viva, como una oportunidad.
Angie Colmenares, una venezolana de 36 años, está sentada bajo el tibio sol de la azotea, donde todavía quedan rastros de la celebración de una posada navideña. Cuenta que, antes de llegar a México, pasó por ocho países: Colombia, Chile, Panamá, Nicaragua, Honduras y Guatemala, donde vivió una pesadilla. “Cuando íbamos a cruzar en lanchas, nos secuestraron. Duramos cinco días secuestrados”, recuerda. Como muchos de sus paisanos, huyó de su país por miedo. Su hermana era miembro de la Fuerza Armada Bolivariana y desertó para irse a Estados Unidos, dejando a sus cinco hijos con su madre. Un día, allanaron su casa en búsqueda de su hermana. Entonces, decidió dejar atrás su hogar y empezó un periplo junto con sus sobrinos, madre, esposo y sus propios hijos: en total nueve niños, contando a un adolescente con una discapacidad compleja que requiere de atención constante, con el que cruzaron el Darién.
“Fue una locura”, recuerda. Finalmente, decidieron quedarse en México por temor a las políticas antiinmigrantes en Estados Unidos. “Aquí donde estoy, estoy tranquila. Nos dan las tres comidas, nos cuidan. El sistema de salud nos atiende. Al principio, me pusieron peros porque no tenía papeles –perdimos todo en la selva– pero ya tenemos. Gracias a Dios es que estamos bien”.

La Casa de Asistencia a la Movilidad Humana (CAMHU) González Bocanegra, como se le conoce oficialmente al recinto, forma parte de la respuesta de las autoridades al flujo constante de personas migrantes, deportadas, retornadas y refugiadas que llegan a la metrópolis buscando resguardo temporal o permanente. Temístocles Villanueva, coordinador general de Atención a la Movilidad Humana de la Ciudad de México, explica que la recién creada unidad tiene dos pilares fundamentales: por un lado, los albergues y por otro, una Brigada de Asistencia Humanitaria, que realiza recorridos en calles, albergues de la sociedad civil y centros de trabajo en búsqueda de personas en condición de vulnerabilidad. La brigada también se encarga de un Centro de Asistencia a la Movilidad Humana, una oficina que funciona como un punto de primer contacto, al que llegan personas que requieren acompañamiento, desde solicitar refugio hasta la inscripción de sus hijas o hijos en escuelas. Para que todo funcione, dependen del presupuesto de la ciudad, pero también de alianzas con la sociedad civil, organizaciones multilaterales y oenegés.
“Buscamos que no tengan que llegar acá; que todos los servicios sean accesibles para todas las personas, pero aún existen muchas trabas burocráticas. Tenemos menos de un año de haber surgido y estamos adecuando el funcionamiento de la burocracia”, explica el funcionario, mientras recorre las taquillas de la oficina ubicada a pocos minutos en auto de la CAHMU Bocanegra. Los acentos del Caribe cubano se mezclan con el creole haitiano, mientras dos jóvenes mexicanas con chalecos vinotinto ofrecen indicaciones para navegar la burocracia. La mayoría de los visitantes son venezolanos, aunque algunos provienen de sitios tan distantes como Hong Kong.

Para derribar esas trabas documentales, la coordinación está usando un Padrón de Huéspedes, una credencial que dura un año que, a través de un Código QR puede ser vinculada a la plataforma de gobierno digital y su App CDMX. Y da acceso virtual a servicios de medicina, trámites, movilidad y seguridad gratuitos. Con este número de identidad provisional, el Gobierno local reconoce que la persona forma parte de la ciudad y puede acceder a los derechos fundamentales establecidos en la ley. Para muchos migrantes, también sustituye identificaciones nacionales perdidas en la travesía o vencidas. El próximo paso es agregarle datos biométricos, como huella digital o reconocimiento facial, para robustecer su seguridad y que con estos datos pueda servir como primer paso para emitir documentación oficial mexicana, como la CURP (Clave Única de Registro de Población), necesaria para optar a trabajos formales o trámites, como emisión de pasaportes o nacionalizaciones. Para ello, también trabajan en hacerla interoperable con otros sistemas del Gobierno Federal, como el Instituto Nacional de Migración, encargado de la política migratoria del país.
Ganar tiempo para reconstruirse
Según datos oficiales, durante 2024 el número de encuentros con migrantes en la frontera suroeste fue de 1,65 millones, casi la mitad de los 2,54 millones del 2023. Aunque la cifra se desinfló, México sigue atrapado en medio de las crisis políticas y económicas del sur y la política endurecida de deportaciones masivas de la Administración de Donald Trump, al norte. El año pasado también se registraron 473 muertes o desapariciones en intentos de cruce hacia Estados Unidos, además de 206.233 devoluciones, incluyendo a 30.320 niños. México incluso se está convirtiendo en un “tercer país” no oficial, recibiendo cada vez más deportados.
En este contexto, una identificación válida para quienes no quieren o pueden volver a su país de origen es clave para la adaptación, empezando por un empleo formal y adecuadamente remunerado. Y esto es tan importante para los migrantes como para las economías de los países receptores, que requieren mano de obra calificada para sustentar su crecimiento, además de disminuir los presupuestos que se destinan a asistencia a migrantes irregulares y seguridad en fronteras.
“Hoy hay muchísima gente que no tiene ninguna vía legal para acceder a un documento. Esa es la barrera número uno para la integración. No sabes cuántos empleadores llegan queriendo contratar migrantes, pero no podemos enviarles mucho talento porque no hay casi nadie con documentos. Es muy difícil hacer este match”, explica Hannah Töpler, CEO y cofundadora de Intrare, una startup social que desarrolló un algoritmo de inteligencia artificial (IA) para colocar a grupos marginados en empleos competitivos. Desde su fundación en 2021, han atendido a unas 18.000 personas de comunidades con barreras para encontrar buenos empleos en empresas asociadas como Inditex o Hyatt. Dice que se ha creado un efecto de boca en boca, en el que las empresas que han tenido buenas experiencias recomiendan la experiencia a otras.





Se enfocan en reclutar y capacitar a refugiados y migrantes, mujeres marginadas, jóvenes, personas de la tercera edad o del colectivo LGBTIQ+, que generalmente viven con menos de 228 dólares al mes. Intrare nació de la idea de que estas poblaciones son una oportunidad para las empresas que necesitan talento. Así que empezó a cazar vacantes de manera manual y en alianza con organismos migratorios y empresas privadas, hasta que se dio cuenta de que si quería lograr un alcance masivo, tendría que construir tecnología que le permitiera automatizar parte de la colocación. Junto a su socia, Töpler empezó a revisar los avances en IA generados en universidades de Estados Unidos y Latinoamérica hasta dar con colaboradores dispuestos a ensamblar la plataforma. Por ejemplo, Swati Gupta, una profesora del MIT referente en IA ética, hoy les ayuda a sacar el mejor provecho de la oferta de IA generativa del mercado y adecuarla a sus necesidades. “Hay mucho potencial en usar los modelos de algoritmos que están, como OpenAI, porque son buenos, rápidos y baratos. Pero sí hemos hecho add-ons que minimizan los sesgos, porque un algoritmo promedio genera cuatro veces menos y peores oportunidades laborales a personas migrantes que a un candidato promedio”, explica.
Esta tecnología será fundamental también para el próximo proyecto de la Ciudad de México, que está en conversaciones con el Gobierno Federal para avanzar en la regularización de los migrantes por oferta laboral, es decir, que se les pueda otorgar estatus migratorio de residente a quienes consigan un potencial trabajo, algo que hoy requiere de trámites costosos y es virtualmente imposible. Al agregar identificación biométrica al Padrón de Huéspedes –algo para lo que están conversando también con Intrare– este se convertiría en un resguardo para la información personal de individuos sin historial. “Y eso permitiría, por ejemplo, que si el próximo año avanzamos en una regularización por oferta laboral, ya el Instituto Nacional de Migración y las empresas tengan todos los datos y que sea mucho más sencillo la colocación de las personas en plazas laborales”, agrega Villanueva.
Para algunos migrantes, recuperar su derecho fundamental a una identidad también significa tranquilidad en medio de procesos increíblemente complejos de relocalización. La guatemalteca Katherine Monroy vivió 31 años en Houston. Se remueve los guantes de limpieza para saludar apropiadamente. Está trapeando una habitación de paredes y pisos claros en la CAMHU Bocanegra, el lugar donde, desde hace pocas semanas, como mujer trans, comparte una amplia habitación con literas reservada para el colectivo LGBTQ+, tras sufrir una deportación que califica como injusta.

“Siempre fui una chica activista, porque me gusta mucho lo que involucra mi comunidad. Siempre estuve muy activa en Estados Unidos, entonces para mí estar aquí es un cambio muy grande que yo nunca me esperaba en la vida”. En Estados Unidos dejó un hijo y un esposo ciudadanos. Y eso es lo que más le pesa. “Ya estoy seca de llorar”, repite durante la conversación. Cuando llegó a la frontera, esposada y trasladada en autobús desde Texas, adolorida y perdida, pidió venir a la Ciudad de México porque sabía que al menos tendrían que respetar su identidad.
“Me dieron una identificación como huésped en el DF, por un año, pero igual yo me conformo con eso, porque eso me ayuda a ganar tiempo para yo poder continuar, buscar un abogado (...) reconstruir todos estos pedazos de mi vida”.
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