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Todos los golpes de la gentrificación en una esquina de la Roma

El desahucio de 20 familias, el cierre de un comedor social y la reciente apertura de panaderías y cafeterías exquisitas retratan las aristas de un fenómeno que no para de crecer en una colonia que nació señorial y fue refugio de los ‘beatniks’

Fachada de la panadería Green Rihno en Ciudad de México, el 10 de diciembre.

Sentadas en el banco de la entrada, dos chicas estadounidenses están tomando un té verde de Nepal. Dentro de la tienda, un espacio amplio y austero, al estilo de una bodega industrial con el horno de pan a la vista, se escucha más inglés que español. Un señor de unos 60 años, con saco y zapato de borlas, le dice al chico detrás de la barra que se ha hecho casi una hora en coche desde Polanco solo para comprar su hogaza de cereales malteados: 165 pesos (unos nueve dólares). Los tés nepalíes cuestan seis dólares. En la acera de enfrente, un joven atiende en la terraza de otra cafetería nueva una videollamada en inglés desde su Mac plateado. Al terminar, pide al camarero un segundo té matcha y un pedazo de tarta de lavanda: siete dólares y medio.

Sentada en la puerta del edificio contiguo al de la panadería, una señora se prepara un café soluble. Está calentando el agua en una cafetera eléctrica enchufada a la maraña de cables de la calle. Sobre una mesa plegable tiene los vasos de plástico y el azúcar. Detrás, una pila de mantas que han traído los vecinos para ayudarla a pasar la noche de un noviembre especialmente frío en la Ciudad de México. A María (que prefiere no dar su apellido) la echaron de su casa a finales de verano, igual que al resto de 20 familias por despojo, un delito parecido a la ocupación. Los sacaron de madrugada a la carrera. Sus cosas siguen dentro y desde entonces, se turnan para hacer guardia en la puerta. Todo el edificio está precintado por la Fiscalía de la ciudad, incluido el local del bajo: un comedor social. María recuerda que hasta que lo cerraron se amontonaban a diario largas filas gente para comer un menú completo por 10 pesos (unos 50 céntimos de dólar).

Esto es la Roma, donde conviven puerta con puerta nuevas panaderías y cafeterías exquisitas, edificios enteros dedicados a apartamentos turísticos; con el desahucio de decenas de vecinos y la desaparición de un comedor social público tras décadas alimentando a los vecinos. Todo en apenas 100 metros de la calle Tonalá. En esta esquina se concentran todos los golpes de la gentrificación, una apisonadora que está convirtiendo a muchos barrios de las grandes ciudades en fotocopias idénticas a costa de encarecer los precios y suplantar vecinos por turistas de paso, comercios de barrio por cafeterías y restaurantes de moda, desbaratando por erosión el tejido social y la identidad propia de cada lugar.

El edificio donde está la panadería es una construcción moderna y sobria, de concreto y cristal de cinco alturas, gestionada por una empresa que oferta “estancias flexibles, espacios únicos con detalles locales que inspiran conexión con la ciudad”. Se llaman a sí mismos una empresa de “neohospitalidad”, que renta sus espacios a través de la plataforma Airbnb. Tres noches en uno de sus departamentos de dos habitaciones cuestan unos 8.000 pesos. Estas tres noches, por unos 450 dólares al cambio, coinciden más o menos con el salario mínimo en México. Esas tres noches coinciden también con la renta mensual que pagaba la familia de María los últimos años. Su marido y dos hijos vivían aquí hace más de dos décadas, desde que llegaron desde Hidalgo por un trabajo del padre, que últimamente se dedicaba a ser taquero.

Sobre la acusación de despojo, María asegura que ellos han ido pagando la renta y todos estos años no habían tenido problemas. “No sabemos qué va a pasar, estamos angustiados por la incertidumbre, nadie nos explica bien qué tenemos que hacer”, dice mientras se va poniendo el sol de la tarde y se coloca la tercera manta sobre las piernas.

Las autoridades capitalinas acaban de presentar un plan específico contra el despojo, que incluye un aumento de penas y de aseguramientos y desahucios. Daniela Sánchez, coordinadora de la Clínica Jurídica de Derecho a la Vivienda de la Universidad Iberoamericana, apunta que “es un delito que preocupa mucho. Por eso, es relativamente fácil iniciar el proceso judicial, muchas veces sin tener demasiado sustento jurídico. En zonas como la Roma no es tan habitual, pero sobre todo en estas colonias hay incentivos millonarios para quedarse con esos edificios. La cadena que forman fiscalías, notarios, políticos locales y grandes inmobiliarias hace que a veces no quede muy claro quién está detrás de los desalojos”.

El encarecimiento y la sustitución de los vecinos por comercios chic y turistas de Airbnb es una constante desde hace años en esta zona. La Roma fue elegida en 2018 como uno de los 50 barrios más cool del mundo por los editores de Time Out. La revista de viajes destacaba su arquitectura, oferta gastronómica, vida nocturna, bares y restaurantes de alta calidad, además de una larga tradición cultural. La Roma y la Condesa, la colonia hermana que forma el cogollo cool de la ciudad, concentran más cafeterías que todo el Centro Histórico, según datos oficiales del instituto de estadísistica.

Después de la pandemia, para recuperar el impulso de la hostelería, las autoridades locales lanzaron una campaña en 2022 que flexibilizó los permisos sobre el suelo. Cerca de 10.000 establecimientos, salones de fiestas, restaurantes, clubes privados, consiguieron las autorizaciones necesarias. Un par de años después aterrizó en la ciudad la Guía Michelín, la biblia gourmet. La Roma y la Condesa concentran 108 restaurantes reconocidos por la Guía Michelin.

De acuerdo con la Cámara Nacional de la Industria de Restaurantes y Alimentos Condimentados (Canirac), las rentas comerciales en estas colonias se han elevado hasta en un 40%, lo que ha derivado en que casi la mitad de los restaurantes que abren en esta zona no logren sostenerse más de dos años. En los últimos tres años, las rentas para las viviendas se han disparado más de un 120%, según los cálculos de los portales inmobiliarios. La revista The Economist colocó el año pasado a Ciudad de México como la decimosexta urbe más cara del mundo, por encima de ciudades como Washington o Milán.

Abraza el mientras tanto

La empresa de “neohospitalidad” pegada al edificio clausurado ha puesto su lema en letras fluorescentes en la entrada acristalada: Embrace the meanwhile (abraza el mientras tanto). Toda una oda a una incertidumbre muy distinta a la de María y el resto de familias desahuciadas. El público de ese lema obviamente no es María, sino los llamados nómadas digitales, trabajadores cualificados con salarios altos -muchas veces en dólares- y posibilidades de trabajar a distancia. Desde la pandemia, la llegada, sobre todo de estadounidenses, se ha multiplicado por tres, según datos de una consultora especializada en tecnología. Tres noches en Ciudad de México, dos en San Francisco, un par de semanas en Europa. Abraza el mientras tanto.

Para María, el mientras tanto tiene más que ver con la paciencia y la generosidad de unos amigos que le están prestando un cuarto para dormir a toda su familia mientras se arregla el juicio. Cuando acabe su turno de guardia, a las 8 de la mañana, María tomará el metro, luego un autobús y luego caminará otro tramo hasta llegar a la casa de quienes le dan refugio.

Tampoco disfrutó mucho el mientras tanto el restaurante de al lado de la cafetería especializada en matcha. Se llamaba Flautas, el antojito de todos, y formaba parte de una cadena de comida mexicana muy popular. “Llevaban ahí por lo menos 20 años, pero les subieron mucho la renta y tuvieron que traspasar el local hace un par de meses”, cuenta Mariluz, de 52 años, dueña de la tienda de al lado. Abarrotes Lucerito, con los bidones de agua amarrados a la puerta y ofertas de cuernitos de jamón y cerveza por un dólar y medio al cambio, es el comercio que más tiempo lleva en este tramo de calle. Más de dos décadas como abarrotes y antes fue una lechería.

“La colonia ha cambiado mucho, antes era muy tranquilo, pura familia y comerciantes. Ahora hay mucho restaurante y mucho desmadre”, añade Mariluz, que cuenta además que le han subido la renta del local el tripe en tres años. Y que si le siguen subiendo así no podrá aguantar, tendrá que cerrar y buscar algo en otro lado. Mariluz vivió 45 años aquí, en la colonia Roma. En el edificio de enfrente de su tienda de abarrotes, contiguo al edificio clausurado donde estaba el comedor social. Hasta que hace dos años, el dueño vendió todo el inmueble para convertirlo en un Airbnb gigante.

El piso encima de la tienda de abarrotes, que sigue hasta doblar la esquina de la calle, es una construcción de principios del siglo XX, con seis balcones señoriales de piedra y molduras en relieve. Mariluz dice que arriba vive “el hijo del inglés”. La colonia fue una de las más afectadas por el terremoto de 1985. “La gente se espantó, muchos volvieron a las provincias y vendieron sus casas. Ahí fue cuando compró el papá del chavo que vive arriba”. La abogada especialista en urbanismo apunta que el sismo “supuso un cambio importante en la colonia. Siempre había sido una zona de clase media alta, pero después del terremoto bajó su mucho el valor de las casas y las inmobiliarias empezaron a invertir pensando en hacer negocio cuando se recuperara”.

La Roma es un invento de Porfirio Díaz, el dictador destronado por la revolución de 1910. Afrancesado confeso, Díaz impulsó un urbanismo con bulevares y amplios camellones con doble hilera de árboles y avenidas anchas imitando las de París. Su relativa cercanía con el centro ayudó a que se asentaran familias de clase alta en casas unifamiliares de estilo neoclásico y modernista. Ese entorno entre majestuoso y decadente ha sido desde hace décadas un imán para artistas y aventureros.

A principios de los 50, fue una parada habitual de los beatniks, la generación de estadounidenses que inventó la contracultura. Una noche de ginebra y juegos suicidas, William Burroughs mató a su mujer de un disparo en la cabeza en un departamento de la Roma. Unos años después, Jack Kerouac rentó un cuarto de adobe, sin luz ni agua, que se cerraba con un candado ensartado a dos argollas mal atornilladas a la puerta. En plena etapa de fervor budista, repetía un sutra diferente cada día al despertar en aquel cuchitril. Allí, iluminado por una vela, escribió Tristessa, una novela breve y medio autobiográfica sobre una prostituta indígena adicta a la morfina.

El poeta mexicano José Emilio Pacheco también le dedicó una novela breve al barrio donde pasó su niñez y adolescencia. Las batallas en el desierto, ambientada a finales de los 40, es una historia de iniciación donde el protagonista, un niño de 8 años trasunto del autor, cuenta como su madre “odiaba la colonia Roma porque empezaban a desertarla las buenas familias y en aquellos años la habitaban árabes y judíos y gente del sur: campechanos, chiapanecos, tabasqueños, yucatecos”. Al final la novela, cuando el protagonista vuelve ya adulto al escenario de su juventud, dice mirando hacia atrás con una mezcla de resignación y nostalgia: “Demolieron la escuela, demolieron el edificio de Mariana, demolieron mi casa, demolieron la colonia Roma. Se acabó esa ciudad. Terminó aquel país. No hay memoria del México de aquellos años. Y a nadie le importa”.

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Sobre la firma

David Marcial Pérez
Reportero en la oficina de Ciudad de México. Está especializado en temas políticos, económicos y culturales. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en El País. Antes trabajó en Cinco Días y Cadena Ser. Es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y máster en periodismo de El País y en Literatura Comparada por la UNED.
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