¿Y la propina, qué?
La reforma en México de la ley para regular las gratificaciones que reciben los trabajadores ha evidenciado graves deficiencias laborales del sector hostelero


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México viene estos días a poner orden legal a las muchas propinas que deja la población en varios establecimientos, sobre todo en la hostelería. Decir que son voluntarias es desconocer que la costumbre es ley: si alguien no deja propina, no solo le mirará mal el mesero y quedará como un tacaño, lo peor es que se llevará a casa un dolor de conciencia, porque suponen un complemento a sueldos de miseria y el cliente, sabedor de ello, no quiere ser el responsable de la pésima economía de tantos trabajadores. Donde no hay derechos se impone la caridad y eso es, en parte, lo que la ley viene ahora a taponar, haciendo hincapié en dos aspectos fundamentales: el trabajador debe recibir siempre un salario, nunca menor al mínimo estipulado, independiente de lo que obtenga en propinas. Y dos: el patrón no podrá reservarse una parte de esas gratificaciones voluntarias, ni hacerlas suyas, ni tener participación alguna en ellas. Solo los trabajadores podrán distribuirse lo recaudado. ¡Ah, caramba! Entonces, ¿para quién eran las propinas que se dejan en el restaurante? ¿Es que acaso algunos no cobran un salario y viven solo de las propinas? Pues sí, cerca de dos millones de personas. Si les parece un abuso, otro día hablamos de las vacaciones
Esta reforma a la ley del trabajo ha dejado de manifiesto la poca vergüenza de algunos empleadores, que todavía se quejarán. Miren este otro artículo, el 348: “La alimentación que se proporcione a los trabajadores en hoteles, restaurantes, bares y otros establecimientos análogos deberá ser sana, abundante y nutritiva”, es decir... bueno, no hay nada más que decir.
Falta negociación antes de aprobar la ley y mucha letra pequeña sobre su implementación y su control efectivo, que eso es harina de otro costal, pero el asunto ha dejado ver que allá donde unos se divierten entre buenos guisos y licores, los empleados no llegan al mínimo para sonreír.
Cuando las propinas, en lugar de ser algo verdaderamente voluntario, están recogidas hasta en las guías de turismo en porcentajes establecidos, un 10% o un 15%, al uso de México, cabe inferir que uno está, efectivamente, pagando de su bolsillo lo que el empresario no satisface. Y cabe, también, preguntarse por qué. ¿Por qué dejamos propina a un mesero y no a una dependienta de una boutique de moda que se ha desvivido por mostrarte todos los vestidos que podrían sentarte bien? ¿Por qué hay que dejar un porcentaje extra por una cerveza pelona y no a una cajera del supermercado que ha mostrado toda su diligencia? ¿Es que acaso unos empresarios se ajustan a la ley y pagan a sus empleados “lo suficiente para satisfacer las necesidades normales de una o un jefe de familia en el orden material, social y cultural y para proveer de educación a los hijos” y otros no? Todas estas preguntas son pertinentes porque, si alguno no lo hace, que empiece a hacerlo antes de obligar a sus trabajadores a vivir de la caridad.
Detrás de una propina obligada siempre hay algo turbio. Si en México se dejaran propinas acordes a la calidad del servicio, saldría más cara la propina que la propia comida, porque el menú puede no ser excelente, pero el trato que dan los meseros al cliente suele rebasar con mucho lo requerido. Si hasta colocan la servilleta sobre las piernas a quien se deje. Ni Luis XIV pediría tanto. El camarero está atento, siempre a la orden, es servicial, amable a veces hasta el empalago. Y todo ello, seguramente, porque anda buscando la propina que salve el fin de mes de su familia, habida cuenta de que el patrón no va a cumplir con eso. Se podrían citar muchos detalles del nerviosismo que presentan algunos meseros cuando el cliente protesta por algo o cuando se han equivocado en la comanda o han retirado un vaso antes de tiempo, de pura eficacia que quieren demostrar. Se diría que el filete que trajeron de más se lo van a tener que comer ellos o pagarlo de su bolsillo. O que el tequila que, por error, se llevaron sin acabar tendrán que reponerlo por su cuenta para que no se enfade el patrón. Habrá que estar atentos a nuevas leyes para enterarnos si eso es lo que viene ocurriendo, como nos hemos enterado ahora de que parte de la propina se la queda el amo. No siempre, ya lo sabemos, no siempre. Pero ¿han probado a preguntar al camarero si prefiere la propina en efectivo o sumada al pago con tarjeta al abonar la factura? No pocos le dirán que lo primero. Por algo será.
Algunos empresarios han intervenido en el debate para decir que muchas de las propinas que entran en el bar figuran como ingresos del restaurante, por los que pagan impuestos, cuando en realidad se las tienen que devolver a los trabajadores. Y han pedido que se regule en consecuencia porque algunos meseros, oh albricias, ganan hasta 10.000 pesos en propinas a la semana (de cuántas horas de pie estaremos hablando). Tienen razón los empresarios, todo hay que regularlo en justicia, pero esta ley posee la virtud de haber empezado por lo básico: que el mesero cobre un salario justo y que las propinas se las quede él. Faltaría más.
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