Queremos hijos resilientes, pero ¿sabemos educar en este valor?
Ante la adversidad es crucial que los padres proporcionen un modelo adecuado, reflexionando antes de actuar impulsivamente. También implica priorizar la búsqueda de soluciones en lugar de centrarse en el problema, una capacidad que puede aprenderse


La palabra resiliencia ha tomado protagonismo en los últimos años en nuestra sociedad, siendo cada vez más común su uso en términos psicológicos. Resiliencia proviene del inglés resilience, y este del latín resilio, que significa saltar hacia atrás, rebotar. Según la RAE, la resiliencia es la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos. Es decir, la capacidad de un ser vivo de sobreponerse a una situación hostil, de estrés o desfavorable, saliendo resurgido, fortalecido y exitoso de esta.
Las personas resilientes hacen de los obstáculos una oportunidad de aprendizaje, empleando las dificultades del camino como un motivo u ocasión para enriquecerse y salir reforzado.
Fue el neurólogo y psiquiatra francés Boris Cyrulnik (Burdeos, 1937) quien desarrolló el concepto y significado de resiliencia en sus estudios, y lo definió como un renacer del sufrimiento. El autor se basó en los estudios que realizó la psicóloga estadounidense Emmy Elizabeth Werner (Eltville, 1929) a lo largo de más de 40 años, que concluyeron que más de un tercio de los sujetos, más de 600, se convirtieron en adultos resilientes, solidarios, competentes y seguros a pesar de su historial de infancia.
La resiliencia no es una capacidad innata del ser humano, sino que se trata de un proceso dinámico y complejo, influenciado por factores individuales, familiares, comunitarios y culturales, por lo que se puede adquirir a lo largo de la vida, con práctica y constancia.
Características de una persona resiliente
- Realismo: no se trata de optimismo, sino que las personas resilientes tienden a ver el lado bueno de las cosas, es decir, todo error es una oportunidad de aprendizaje, ya que enfocarse en la solución es más útil que hacerlo en el problema en sí. De nada sirve recrearse en el tropiezo, porque gracias a este se puede encontrar un camino incluso mejor al planteado inicialmente.
- Adaptabilidad: el resiliente se adapta fácilmente a las situaciones y no tiene inconveniente en realizar algo de un modo diferente o realizar cambios en su vida. Esto le otorga la habilidad para acomodarse a cualquier entorno, siendo flexible.
- Autoestima: la persona resiliente tiene confianza en sí misma, en sus capacidades. Confía en que podrá hacerlo sin temer al fracaso, ya que el error continúa siendo parte del proceso para llegar al éxito.
- Inteligencia emocional: es capaz de identificar sus emociones, reconocerlas, validarlas, atenderlas y darles su lugar. Comprende que cada emoción tiene un fin y las acompaña sin negarlas ni temerlas.
- Tolerancia a la frustración: al entender que el error es parte del proceso, comprende que no todo sale bien a la primera, y que cada paso es esencial para llegar al próximo escalón. Que algo no salga bien no quiere decir que no sea capaz de hacerlo, sino que en ese momento no ha podido, pero seguramente con esfuerzo y trabajo acabará siendo capaz.
- Relativizar: la persona resiliente tiende a relativizar las situaciones, es decir, no se impresiona en exceso ante el resultado que obtiene de las acciones que lleva a cabo, sino que disfruta del camino más que del resultado.
Hay ciertos factores que influirán en la capacidad de resiliencia de cada individuo. El historial individual de cada persona, junto con el estilo de educación y el apoyo recibido durante la infancia, actúan como modelos fundamentales que moldean la capacidad de afrontamiento. No obstante, no se debe atribuir la totalidad de la capacidad de resiliencia a estos elementos iniciales.

Mediante esfuerzo y perseverancia es posible modificar numerosos aspectos relacionados con esta cualidad. Entre las estrategias que pueden implementarse para potenciar la resiliencia en los menores, destacan las siguientes:
- Selección estratégica de desafíos. Es crucial discernir la relevancia de los acontecimientos, otorgando importancia únicamente a aquello que verdaderamente la posee. Ello implica aprender a relativizar y comprender que ciertos conflictos no merecen ser afrontados, es decir, es necesario saber escoger las batallas relevantes en cada caso y no enfrentarse a aquello que simplemente desgasta a nivel emocional y psicológico.
- Búsqueda de apoyo profesional. En situaciones donde se perciba la necesidad, recurrir a la ayuda de profesionales se vuelve esencial. Esto permite desaprender patrones de conducta previos que resultan desfavorables y adquirir nuevas herramientas que faciliten un manejo adecuado de las situaciones cotidianas.
- Modelado de conducta parental. Ante la adversidad, es crucial que los padres proporcionen un modelo adecuado a sus hijos, reflexionando antes de actuar impulsivamente. Esto implica priorizar la búsqueda de soluciones en lugar de centrarse excesivamente en el problema.
- Cuidado integral del bienestar. Unos hábitos saludables, la práctica regular de ejercicio físico, una alimentación equilibrada y el establecimiento de horarios de descanso apropiados contribuyen a una actuación más tranquila, serena y realista. Ello se debe a que, para operar desde la calma, las necesidades básicas deben estar adecuadamente satisfechas.
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