¿Es bueno que los niños falten al colegio por un viaje familiar?
Hay que tener en cuenta que la conexión intrafamiliar es también esencial para el desarrollo emocional y social de los niños. En cualquier caso, no es lo mismo que las escapadas sean puntuales o que se organicen habitualmente sin tener en cuenta el calendario escolar

Son muchos los trabajadores que, calendario en mano, comienzan en enero a organizar minivacaciones rascando algún día de puente que pueda solaparse con un fin de semana largo para así hacer una escapada. El problema viene cuando en una familia hay hijos en etapa escolar, especialmente a partir de Secundaria, y aprovechar esa oferta tentadora de cinco días y cuatro noches en un hotel junto al mar significa que los niños tendrán que faltar a clase. ¿Qué hacer? ¿Pasa algo por faltar? ¿Es muy grave? A estas preguntas no hay una respuesta única, pues depende de muchos factores.
“Cada hogar es diferente y los valores que se transmiten dependen de la educación durante todo el año; el respeto al trabajo o a los estudios no se demuestra por faltar o no a clase unos días en particular”, opina María Martínez, psicóloga y coach. “Al final, todo depende de la responsabilidad, tanto de los padres como de los hijos, y no es lo mismo si es algo puntual de ese periodo vacacional en particular u organizamos viajes habitualmente sin tener en cuenta el calendario escolar”, sostiene.
“Decirles a los hijos que vamos a hacer un viaje en familia y permitir que los días que falten a clase ellos se organicen los deberes, los trabajos y exámenes también les enseña autonomía y gestión de su tiempo”, prosigue Martínez. Otra cosa sería el planificar, según explica, ese tiempo, quitándole importancia a los estudios o no dándoles a niños y adolescentes la posibilidad de ponerse al día antes de volver a clase. “En ocasiones, se hace difícil cuadrar agendas para poder pasar tiempo en familia todos juntos, y es algo que tiene mucho valor y es muy beneficioso para la salud emocional y los vínculos entre padres e hijos”, agrega la psicóloga. Y subraya que en el día a día apenas padres e hijos tienen tiempo para conectar: “No hay que olvidar que se pueden recuperar los deberes y el tiempo de estudio, pero no siempre se puede hacer lo mismo con el tiempo en familia”.
Azucena Caballero es escritora, editora y profesora en casa Según su experiencia educando, ella ve pocos problemas a saltarse unos días del calendario escolar para realizar un viaje en familia: “En estos años, he aprendido que el aprendizaje no tiene por qué estar confinado a las cuatro paredes de un aula. Semana Santa o el puente de mayo, con sus días libres y oportunidades para viajar, es el momento perfecto para demostrar que la educación puede ser tan rica como diversa cuando se adapta a las necesidades de cada familia”, defiende.
“Durante años, he visto cómo mis hijos han aprendido más en un museo, una visita a un mercado o a una biblioteca, o incluso en una conversación casual durante un viaje, que en muchas horas de clase tradicional. Las experiencias reales tienen un poder transformador: enseñan a observar, analizar y conectar ideas de formas que los libros de texto no pueden replicar. ¿Qué mejor manera de aprender geografía que explorando un mapa mientras se planea un viaje? ¿O historia al visitar lugares representativos de un periodo o suceso concreto?”, se pregunta. “Los viajes familiares ofrecen esos pequeños momentos significativos que enriquecen la educación: descubrir una planta nueva, resolver juntos un problema logístico o simplemente compartir historias alrededor de una mesa”, prosigue Caballero.

“En la actualidad, donde los niños pasan largas jornadas separados de sus padres y hermanos, las vacaciones representan una oportunidad invaluable para reconectar, por lo que viajar juntos no solo fortalece los vínculos emocionales, sino que también permite transmitir valores familiares esenciales: empatía, trabajo en equipo y curiosidad por el mundo”, continúa Caballero. “Desde mi perspectiva como educadora, puedo afirmar que estas conexiones son tan importantes como cualquier logro académico. De hecho, son la base sobre la cual se construye todo aprendizaje relevante. Cuando los niños se sienten seguros y valorados dentro de su núcleo familiar, están más abiertos a explorar y aprender”, incide la escritora.
Mercedes Gil, directora del colegio Montessori British en Madrid, guía Montessori y profesora de Secundaria, explica que la llegada de un puente puede plantear un dilema para los padres: “¿Es aceptable que las familias se tomen unos días de descanso y viajen, aunque ello implique que los niños falten a clase? Algunos podrían pensar que esta decisión amenaza el futuro académico de sus hijos. Pero en pleno siglo XXI convendría replantear esta perspectiva”. Para Gil, la educación moderna no debería depender exclusivamente del pupitre; “el aprendizaje puede y debe adaptarse a las necesidades familiares”. “Y hay pocas cosas que son tan espontáneamente educativas como explorar el mundo en compañía de los seres queridos”, agrega Gil.
“Analicemos el verdadero impacto de la rutina escolar convencional en la vida familiar. Los menores pasan entre 6 y 8 horas al día en el colegio durante aproximadamente 200 días al año. A esto se suman el tiempo dedicado a deberes y actividades extracurriculares. ¿Cuánto tiempo queda para fortalecer los vínculos familiares? Muy poco”, sostiene Gil. Para la directora, aquí radica el verdadero problema: “La conexión intrafamiliar, como la educación reglada, es esencial para el desarrollo emocional y social de los niños”. Para la educadora, el carácter no se forma solo con la explicación, sino también con la experiencia: “Demos a nuestros hijos experiencias ricas y diferentes siempre que podamos”.
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