Luis Miguel Real, psicólogo: “Ver porno a edades tempranas distorsiona su imagen del sexo, es como aprender a conducir viendo ‘Fast & Furious”
El experto en adicciones señala que a veces el consumo de pornografía entre los menores no es solo curiosidad, sino una forma de escapar de la frustración o del aburrimiento. Y aconseja a los padres no montar un drama si pillan a sus hijos viéndolo: “No se trata de soltarles un sermón moralista, sino de abrir una conversación”

Siete de cada 10 adolescentes consumen pornografía de forma regular en España, y el 53,8% de los jóvenes entre 12 y 15 años afirma haber visto pornografía por primera vez entre los 6 y 12 años, según datos de Save the Children. Unos datos que muestran que el consumo de pornografía empieza “demasiado pronto”. Luis Miguel Real (Valencia,33 años), psicólogo, experto en el tratamiento de adicciones y divulgador —cuenta con más de 100.000 seguidores en Instagram— explica que “desgraciadamente, hoy en día es cada vez más habitual (que no deseable) el consumo de porno a edades muy tempranas”.
“Con internet en el móvil desde los 10-12 años, es muy fácil que los chavales se topen con pornografía antes de que entiendan bien lo que están viendo”, añade el también autor del libro La mentira de la fuerza de la voluntad (Yonki Books, 2025). El psicólogo sostiene que, en un principio, los adolescentes no van buscándola con morbo adulto, “muchas veces es pura curiosidad o porque un colega en clase les pasa un link”. “Pero ahí se planta la semilla”, añade.
PREGUNTA. ¿Entonces, es normal que un menor vea porno?
RESPUESTA. Debemos reflexionar sobre cómo accede una niña de 11 años a esos contenidos para adultos, cómo es que tiene acceso tan temprano a internet sin ninguna supervisión de adultos. Es difícil que los niños accedan a esos contenidos sin cierta “colaboración” de sus padres, al darles un smartphone con acceso total a internet sin tener los mecanismos de control parental activados, por ejemplo.
P. ¿Qué impacto genera en su cerebro ver porno a esas edades tan tempranas?
R. Pues mucho, y bastante negativo. Es como aprender a conducir viendo pelis de Fast & Furious. No es que solo te dé una idea distorsionada del sexo, es que te enseña que el sexo es eso: cuerpos imposibles, ritmos mecánicos, cero afecto o vínculo emocional y una narrativa centrada casi totalmente en el placer masculino. El cerebro adolescente todavía está en obras, literalmente, la corteza prefrontal está en proceso de maduración. En esa etapa se consolidan las creencias sobre el mundo, las relaciones, la propia identidad… Si el porno entra ahí como primera clase de “educación sexual”, se asientan ideas muy problemáticas: que el consentimiento es opcional, que las mujeres están para satisfacer (casi siempre tienen un rol de esclavas), que el placer sexual es mera performance.
P. El porno genera una recompensa rápida y fácil. ¿Qué pasa si te acostumbras a obtener placer visual sin esfuerzo, sin conexión, sin esperar nada?
R. Pues que cuando llega el sexo real, con una persona real, tu cerebro dice “meh”. Porque el porno ha subido el listón artificialmente, y ha creado unas expectativas poco o nada realistas. Las relaciones reales parecen aburridas en comparación con el porno, o muy lentas. Además, muchos chavales intentan imitar algunas de las prácticas de riesgo que ven en el porno (azotes, estrangulamiento, sexo anal sin consentimiento) o centrarse totalmente en el placer propio y nada en el de la otra persona). ¿Resultado? Ansiedad, insatisfacción sexual, problemas de erección en chavales de 20 años. Vamos, un cóctel molotov que no se ve venir en el momento, pero explota unos años después.

P. ¿La adicción al porno genera trastornos?
P. Sí. En primer lugar, se puede dar ansiedad de rendimiento. Si tu cerebro se acostumbra a que el sexo “de verdad” tiene que parecerse al porno, llega el drama: “¿Y si no la pongo a gritar como en ese vídeo?”, “¿y si no me dura lo mismo?”, “¿y si mi cuerpo no es así?”. Ese “¿y sí?” Es gasolina para la ansiedad. Luego puede aparecer también desconexión emocional. El porno pone el foco en la estimulación rápida, intensa, sin necesidad de vínculo. Si te acostumbras a excitarte solo así, luego una caricia, una mirada o un beso te parecen poca cosa. Y eso genera vacío, insatisfacción, desconexión con la pareja… todo eso acaba dejándote mal emocionalmente, y afectando negativamente a tus futuras relaciones. También la culpa y la vergüenza, sobre todo en personas que han crecido en entornos con tabúes o culpa religiosa, sienten que ver porno les hace malas personas. No solo genera ansiedad, también mina la autoestima. Además, para las personas se suelen aislar socialmente, si el porno pasa a ser la principal (o única) vía de gratificación, empiezan a dejar de lado la vida real: citas, relaciones, amigos. Por último, como cualquier conducta que activa el sistema de recompensa, el porno también genera tolerancia. Es decir, cada vez necesitas más estimulación, más contenido, más hardcore para conseguir el mismo subidón. Y si no lo tienes, aparece el craving: esa necesidad urgente, inquietante, como un picor mental. ¿Qué provoca esto? Ansiedad, irritabilidad, insomnio, y un ansia por volver a consumir porno lo antes posible para aliviar momentáneamente el malestar.
P. ¿Qué es lo primero que han de hacer los padres cuando se dan cuenta de que su hijo está enganchado?
R. Lo primero que hay que hacer es no montar un drama. Ni gritar, ni espiarle el móvil, ni bloquearle todo como si fuera un criminal. Eso solo genera más vergüenza, más ocultación y más distancia. Hay que entender que el acceso al porno hoy es fácil, inmediato y, en muchos casos, inevitable. Lo que necesitan no es castigo, es contexto. La clave es hablar, pero de verdad. No con el tono de “esto está fatal”, sino como quien habla de algo que forma parte del mundo real. Algo como: “Oye, el porno está por todas partes y entiendo que tengas curiosidad, pero me gustaría saber qué piensas tú de eso”. No se trata de soltarles un sermón moralista, sino de abrir una conversación. De escuchar más que de juzgar.
P. ¿Cómo hay que explicarles la diferencia entre deseo sexual y lo que vende el porno?
R. Hay que explicarles que una cosa es el deseo sexual (que es normal, sano y forma parte de crecer) y otra muy distinta es el porno, que no es educación sexual. Es una fantasía, como una peli de acción, que distorsiona la realidad y te deja con una idea del sexo que no tiene nada que ver con lo que pasa entre dos personas que se quieren y se respetan.
P. ¿Por qué cree usted que los adolescentes consumen porno?
R. A veces el porno no es solo curiosidad, sino una forma de escapar de la frustración, del aburrimiento o de la inseguridad. Por eso es importante ayudarles a entender lo que sienten y darles herramientas para manejar esas emociones sin tener que esconderse detrás de una pantalla. También hay que poner límites, claro, pero sin convertir la casa en una cárcel. Y sobre todo, darles otras formas de aprender sobre sexualidad: libros, cuentas en redes de sexólogos, conversaciones contigo, aunque incomoden. Van a tener sexo más tarde o más temprano, nos guste o no. Porque si no, todo lo que aprenden lo sacan de Pornhub. Y así nos va.
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