Por fin llegan las vacaciones escolares, el primer paso para la desconexión digital de madres y padres
WhatsApp, Google Classroom, el correo electrónico, las ‘apps’ de los propios centros educativos... ¿Se puede dar ejemplo de un buen uso de las pantallas cuando las escuelas se han convertido en una fuente de sobreestimulación tecnológica?


Abro WhatsApp. Una vez más. Durante mi jornada laboral lo consulto bastante a menudo. Lo hago por trabajo. Últimamente, cada vez que entro en la aplicación lo hago con el mismo temor con el que se acerca la gente al control de seguridad del aeropuerto, donde todos parecen forajidos. El número de conversaciones y de mensajes por leer crece exponencialmente. Ahora mismo, si descuento los que tienen que ver con mi trabajo, son 20 chats por abrir. Cientos de mensajes por leer. La mayoría vinculados de una u otra forma con mis hijos.
Tengo seis chats de cumpleaños a los que los han invitado y que se celebrarán en los próximos días y semanas. Echan humo. En uno veo que tengo 80 mensajes por leer. ¿Cómo escribe tanto y tan rápido la gente? En el último de ellos, alguien pide una nevera para mantener fría la bebida de la fiesta. En otro grupo, 45 mensajes pendientes. Hay alguien que confirma que ha hecho el bizum del regalo de la cumpleañera. ¿Lo he hecho yo? ¿Cuánto había que poner? Hay también un chat de la fiesta de fin de curso del cole cuyos mensajes se reproducen como un virus en los de la clase de cada uno de mis hijos y en el de la comisión de biblioteca (que, por supuesto, también tiene su chat). Hay otra conversación en plena efervescencia del pasaje del terror de la fiesta, que este año organiza la clase de mi hija mayor. Alguien pide ventiladores. Hacen listas de la compra para el vestuario y la decoración. Me entran sudores fríos al ver que, aunque me he comprometido a participar, no me entero de nada. Soy el pasajero al que van a hacer la inspección aleatoria en el control de seguridad, al que todos mirarán con sospecha. Si lo han parado, por algo será. Tomo la decisión de escribir por privado a la madre de una de las mejores amigas de mi hija para que me resuma. Lo hace en dos frases. Me he ahorrado 52 mensajes.
Hay también varios emails por abrir en mi bandeja de entrada con información más o menos relevante de la fiesta de fin de curso. Me llegan los mismos mensajes por duplicado. Uno por cada hijo. Hay también un chat de WhatsApp de la escuela de música y un correo electrónico en el que me informan de cómo tiene que vestir mi hija para la audición de cierre del curso. Hay otro email con el horario de la audición. Y luego otro, para corregir el anterior. Hay un chat del equipo de baloncesto de mi hijo en el que nos piden que no se nos olvide devolver los equipos. En el grupo de la extraescolar de arte, por su parte, nos invitan a la exposición de fin de curso, en la que nos mostrarán los trabajos realizados durante el año. Menos mal que mi hija dejó ballet, pienso agobiado.
Hay también dos aplicaciones del cole. Veo un mensaje en una de ellas sobre el programa ACCEDE de la Comunidad de Madrid. Hay que apuntarse, que el año que viene ya llevan libros. En la otra, varias notificaciones por atender desde hace unos días. Si alguna es un parte de expulsión, nos van a denunciar por desacato.
“Hay que ser ejemplo para los hijos”, dicen algunos expertos. “Nuestros hijos atienden más a nuestros actos que a nuestras palabras”, añaden otros, no sin falta de razón. “Tenemos que aplicarnos el cuento de la regulación de las pantallas a nosotros mismos, no puede ser que nuestros hijos nos vean a todas horas con la cabeza en la pantalla del móvil”, reprenden los más puristas.
—¡Mamá! ¡Papá está otra vez con el móvil!
—¡Estoy haciendo el bizum para el regalo de tu amiga!

La pregunta es cómo ser ejemplo cuando la situación descrita en los primeros párrafos, quizás con un poco menos de intensidad en las últimas semanas de curso, se repite durante todo el año lectivo, convirtiendo a las escuelas en una fuente de sobreestimulación tecnológica; cuando el smartphone de madres y padres se ha transformado en una especie de centralita histérica en la que las notificaciones de WhatsApp, Google Classroom, el correo electrónico y las apps de los propios centros educativos suenan a todas horas. Ríete tú del personaje de Ansiedad en Del Revés 2. Cuando esos teléfonos han mutado en una forma de secretaria digital que administra la agenda educativa, lúdica y social de nuestros hijos e hijas, que tienen más compromisos que Donald Trump.
Me pregunto cómo lo hacían mis padres cuando yo era pequeño y no existían smartphones, correos electrónicos ni aplicaciones de mensajería instantánea. Hasta donde recuerdo, el mundo funcionaba igual. Y no es que entonces no hubiese cumpleaños, regalos que hacer, fiestas de fin de curso o extraescolares. La gente, en todo caso, parecía organizarse sin tener tanto que decir, sin tantos emoticonos, sin tanta confirmación y reconfirmación, sin todo el estrés y toda la ansiedad que provoca tener un grupo para cada asunto de la vida de tus hijos, tantos mensajes por leer y responder, tantos temas pendientes. A veces, envidio la paternidad de mis padres. Sin tecnología. Sin tanta profesionalización de la crianza. Pongan aquí un emoticono de cara angustiada.
Con todo, el fin de curso ya está aquí. Hemos sobrevivido a un año académico más, aunque cualquiera diría que nos ha pasado una década por encima. Antes ansiaba las vacaciones de verano de mis hijos para bajar el ritmo, para evitarnos sobre todo esa carrera contra el reloj que es llegar a tiempo al cole cada mañana. Este año las espero para que mi teléfono también baje el ritmo. La ausencia de colegio —¿quién lo iba a decir?— es el primer paso para una desconexión digital que muchas madres y padres sentimos más necesaria que nunca. Pongan aquí un emoticono de teléfono móvil apagado. Y otro de cara de festejo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
