Ir al contenido
_
_
_
_
Paternidad
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las generaciones se ven pasar en el ascensor de casa

Cuando uno es padre, en la mediana edad, ve irse a los que nos preceden y llegar a los que nos sucederán: uno está en medio de las cosas. A veces, el paso de las oleadas humanas se hace patente en los espejos

El ascensor permanece, con sus paredes que simulan madera, con ese sonido rítmico que tengo grabado en el cerebro desde que era un crío.
Sergio C. Fanjul

Voy vestido con un mono verde pistacho, me saco un moco y lo pego en la pared. Es mi primer recuerdo, con cuatro años, y sucede en el ascensor de mi casa de Oviedo, donde me crie. Curiosa forma de inaugurar mi memoria autobiográfica. He crecido subiendo y bajando en ese ascensor, me he visto cambiar día a día en ese espejo y he visto el paso de las generaciones reflejado en mis seres queridos.

El ascensor lleva más de cuatro décadas inmutable, de modo que cuando lo utilizo en 2025 tengo la sensación de que, al detenerse, en vez de al cuarto piso, puedo salir al año 1987, a 1993, a 2011… o a hoy mismo, que es, finalmente, donde siempre aparezco. Aunque ese hoy mismo cambie y se escurra de forma vertiginosa.

Recuerdo subir y bajar con mi padre, mientras se colocaba un paquete de Winston americano en la media: me parecía un gigante, con su barba dura, su chaquetón de piel y su eterno olor a ginebra Gordon’s. Fue el primero en morir, en la cama de 90 de su apartamento de soltero, precisamente por ese eterno olor a alcohol que solía llenar el ascensor.

Vi ahí envejecer a mi tía Vicen, que fue, en la práctica, como mi abuela: ella menguaba con los años al tiempo que yo iba aumentando. En los primeros viajes me cogía de la mano y yo era tan pequeño que tenía que dar pequeños saltitos para verme en el espejo. En su último viaje ella iba, convertida en ceniza, en una brillante urna de metal que yo sujetaba entre mis brazos. Saqué una foto de aquel momento, cuando me dirigía al funeral en la iglesia de San Juan a leer un obituario que recién había escrito, tembloroso. En la foto estamos yo, ya convertido en un hombre, con mi cazadora vaquera de borreguillo, y aquel recipiente metalizado en el que viajaba el último residuo físico de Vicen. Creo que he perdido esa foto.

Mi madre, cuando estaba enferma, subió un día en ese ascensor, procedente del hospital, y pensábamos que ya no iba a volver a bajar, que acabaría en su cama. Finalmente, hizo un último viaje, sujeta por dos fornidos celadores, que la llevarían en ambulancia a la planta de cuidados paliativos. Ya casi no pesaba nada.

Yo sigo subiendo y bajando. Ahora lo hago con mi hija, que se mira sonriente en el espejo del ascensor, desde el carro, sin conocer el drama cósmico que sucede sobre esa superficie pulida. Que va a ir creciendo mientras yo voy a ir menguando. Mamá, papá, la tía Vicen, pasaron por ese espejo y ahora están todos muertos, y no puedo preguntarles cómo era el mundo antes, ni cómo fue mi infancia olvidada.

Pero el ascensor permanece, con sus paredes que simulan madera, con ese sonido rítmico y mecánico que tengo grabado en el cerebro desde que era un crío, con ese espejo que nos ha visto pasar a todos, generaciones de esta familia, y que seguramente ya sabe cuándo será mi último viaje.

Porque este ascensor nos sobrevivirá y seguirá subiendo y bajando hasta el fin de los días.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_