Navidad en el límite de la ‘zona de muerte’ de Ucrania
Soldados ucranios celebran el 25 de diciembre en el frente de Zaporiyia debatiendo sobre la guerra y sobre un futuro que ven con pesimismo


Cinco hombres y cinco mujeres esperaban a las diez de la mañana del 25 de diciembre frente a una caravana aparcada en una aldea de la provincia ucrania de Zaporiyia. El termómetro marca -12 grados, las 10 personas son militares de la 128ª Brigada de Montaña de Asalto y combaten en el frente de Oríjiv. La caravana, modelo Münsterland Siesta (un clásico del mundo del camping), es una capilla móvil en la que el sacerdote castrense Andrii Alekséiev oficiará una misa de Navidad.
La caravana es un lugar discreto y seguro para concentrar a soldados, se encuentra a poco más de 20 kilómetros de la primera línea de combate, es decir, en el límite de lo que se conoce militarmente como la zona de muerte, perímetro llamado así porque dentro de este, la elevada presencia de drones hace de cualquier vehículo o persona un objetivo seguro.
Alekséiev es un sacerdote greco-católico de la provincia de Transcarpatia, en el oeste de Ucrania, donde tiene la base su brigada. Alekséiev divide su tiempo entre su servicio en Zaporiyia y en los Transcárpatos. En un lugar atiende las necesidades espirituales y psicológicas de los soldados; en el otro, atiende las necesidades de las familias de los militares vivos, heridos o fallecidos. Su devoción, además de Dios, es el fútbol, y más en concreto, el Fútbol Club Barcelona. “Por Messi me hice del Barça, es un jugador tocado por Dios”, dice mientras conduce su todoterreno castigado por el pésimo estado de las carreteras.

El padre Andrii no es psicólogo ni pretende serlo, pero una de sus funciones es dar apoyo humano a militares de un regimiento de infantería, la especialidad más traumática en el ejército. “Es una tarea difícil porque están encerrados en sí mismos, primero te hablan con unas pocas frases, tienes que ir ganándolos poco a poco para que se abran, con preguntas y comentarios que les resulten cómodos”.
La caravana tiene su altar, sus bancos e imágenes de santos y apóstoles. Alekséiev trae de la granja en la que vive un táper con pan y una botella de plástico con un poco de vino para celebrar la eucaristía. La misa dura una hora en un ambiente íntimo, casi clandestino. Poco más del 5% de los soldados de la brigada son católicos, según estimaciones del padre Andrii; la gran mayoría son ortodoxos.
Victoria tiene 54 años y asiste al oficio con una boina de terciopelo y su mejor abrigo de civil. Debajo de él lleva el uniforme militar. Habla un poco español, que aprendió en su juventud. Dice que ama a Federico García Lorca y arranca a recitar unos versos (que en verdad son la letra de una canción de la banda de rock Mägo de Oz): “Cada arruga de mi piel / es el mapa de lo que viví”.
Victoria lleva un año en el ejército, trabaja con el papeleo del regimiento, aunque explica que durante la guerra en Donbás contra los separatistas prorrusos (2014-2022) ya había participado como voluntaria. ¿Por qué se alista ahora? “Porque la única manera de conseguir la paz es combatiendo, y cada vez menos personas quieren hacerlo”, reflexiona Victoria. Su sueño es recorrer el Camino de Santiago desde Francia una vez Ucrania haya ganado la guerra, dice esta militar.

Al mediodía se encuentran para comentar la jornada en una reunión improvisada Alekséiev y un sacerdote castrense ortodoxo. Se abrazan y bromean como viejos amigos. El ortodoxo explica que no ha parado en toda la mañana, de una aldea a otra para celebrar los oficios navideños. Sus caminos se separan porque Alekséiev tiene cita con unos feligreses de la brigada para cantar villancicos tradicionales ucranios. En el momento de partir, aviones de combate surcan el cielo, recordando a los presentes la realidad en la que viven.
La cita musical es en la casa que habita Maria Ana, teniente en el servicio de inteligencia de la 128ª Brigada. Esta militar de carrera comparte vivienda con su marido, Mejan, su nombre en código. La lumbre de la cocina calienta esta humilde casa rural de una planta. En el horno de leña ha cocinado todo el día Maria Ana. Ella y su marido se conocieron durante la guerra y se casaron hace tres años. A Maria Ana se le escapan unas lágrimas recordando a los compañeros que perdieron la vida, a los que no podrán estar esta Navidad con ellos.
A medida que pasan las horas se van sumando amigos de diferentes unidades que hacen una pausa en su jornada. Un militar destinado a una compañía de sistemas antidrones asegura que pese a ser Navidad, el día ha sido igual de intenso para su equipo. Este jueves fue inusualmente despejado, sin nubes, ideal para el vuelo de aeronaves no tripuladas de reconocimiento.
El periodista se dispone a probar un golubtsi, repollo relleno de carne y queso, pero Maria Anna lo impide indicando que la tradición es empezar la comida de Navidad con el Kutia, un plato frío y dulce a base de grano de cereal y miel y fruta macerada. Alrededor se entrelazan diálogos sobre múltiples cuestiones: el encarecimiento de los alimentos, el precio de este o ese coche de segunda mano, detalles sobre la última táctica en drones o por el hecho de que en el este de Ucrania todavía se hable tanto el ruso. Todos los reunidos son de provincias del oeste, donde la mayoría habla ucranio.

Mejan introduce un tema que preocupa a todos, y es el distanciamiento que detectan en la sociedad civil respecto a la guerra. “El país está menos unido, el cambio es grande a medida que pasan los años, es el cansancio, pero aquel primer año, en 2022, la movilización popular era enorme”, opina Maria Ana. Ígor, otro comensal, añade que Europa y Estados Unidos reaccionaron demasiado tarde con el suministro de armamento cuando era el momento, en la fracasada contraofensiva de 2023. A partir de allí, todo fue a peor.
¿Creen en las negociaciones de paz lideradas por Estados Unidos? ¿Creen que está será la última Navidad que pasen en el frente? “Lamentablemente, creo que sí lo será”, sorprende Oleksandr, soldado del servicio de inteligencia, “no tenemos suficiente fuerza para luchar en condiciones, ni armamento ni gente”. Para él es una mala noticia porque quiere decir que Rusia dictará las condiciones para terminar las hostilidades. A su lado, otro militar musita que para él no sería tan mala noticia que finalizara la guerra.
Por la noche, cuando ya hacía horas que había caído el sol de Navidad, en Zaporiyia, la capital de una provincia partida por la mitad por la invasión, con el enemigo a tan solo 20 kilómetros, volvían a caer las bombas de la aviación rusa.
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