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Cansancio y pesimismo en Bucha, donde Rusia cometió sus peores crímenes de guerra

Los vecinos de esta localidad al norte de Kiev creen que el único plan de paz que aceptará Putin es la capitulación de Ucrania

Bucha
Cristian Segura

En la calle Yablonska de Bucha ya no queda nada que recuerde que el ejército ruso cometió allí sus peores crímenes en la guerra de Ucrania. En marzo de 2022, al inicio de la invasión, fueron asesinados más de 450 civiles en este municipio al norte de Kiev. Yablonska fue uno de los lugares donde se recuperaron más cadáveres. El único edificio de la calle que muestra que la guerra continúa hoy es la oficina militar local de alistamiento. Y en las colas de acceso, el pesimismo es contagioso.

Una docena de hombres esperan a ser atendidos. Algunos son militares que tramitan permisos. Mijaíl tiene 34 años y resultó herido hace un mes por el ataque de un misil en el frente de la provincia de Dnipropetrovsk. Anda en muletas y muestra todavía signos de la conmoción cerebral que causó la explosión. Él es de Bucha y afirma que “si se sabe lo que aquí sucedió (en Yablonska), no se puede permitir que se perdone a los rusos por sus actos”.

Mijaíl se refiere a uno de los puntos que incluía el llamado “plan de paz” propuesto oficialmente el 20 de enero por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a Volodímir Zelenski. El presidente ucranio y sus socios europeos activaron una batalla diplomática de emergencia para reformular la propuesta de Trump. El resultado ha sido que, de los 28 puntos que tenía el texto, han quedado 22. Los restantes deberán ser discutidos directamente entre ambos mandatarios. Uno de los puntos que podrían quedar vigentes es el que obliga a Ucrania a renunciar a procesar los crímenes perpetrados por el invasor durante la guerra.

Mijaíl dice que el 50% del plan le parece bien y el otro 50% le parece discutible. Lo que no puede aceptar su país, insiste, en una amnistía para un invasor que, según cifras de Naciones Unidas, ha matado a unos 14.600 civiles. Otro punto del plan de Trump que considera inaceptable es una cláusula que ha quedado en suspenso según la cual el ejército ucranio debería retirarse del 25% de la provincia de Donetsk todavía bajo su control. “Acaben como acaben estas negociaciones, en Ucrania sabemos que es enormemente difícil que Vladímir Putin acepte terminar la guerra sin que claudiquemos en lo que él quiere”.

En la cola de la oficina de alistamiento también está Dmitro Kudlai, de 25 años. Ha recibido una notificación para incorporarse a filas, pero trabaja en una fábrica que, según la ley, es estratégica para el funcionamiento del país y debería estar exento de combatir. “Yo no quiero ir al ejército. Familiares y amigos que están sirviendo me recomiendan que no lo haga, que la situación es dificilísima”, admite Kudlai. “Tampoco me fío de cómo funciona el ejército, hay mucha corrupción, sin duda, no tenemos la motivación del primer año de la invasión”, añade.

Sin fuerzas para defenderse

A Kudlai le parece inadmisible el plan de paz que propuso en un primer momento Trump, pero, por otro lado, concede que no cree que Ucrania tenga fuerzas para defenderse dos años más, una posibilidad que apuntó Zelenski en octubre. La principal razón, según este joven, es que ya nadie quiere alistarse.

Los rusos avanzan cada vez más rápido, lamenta Kudlai. Él es el ejemplo perfecto del dilema que muchos ucranios se plantean: por un lado, no quieren dar a Rusia la victoria, pero por otro, no quieren combatir más. “Quizá lo más importante de un acuerdo de paz, lo que nos convencería, serían las garantías de seguridad que nos den nuestros aliados, las que hagan imposible que Rusia vuelva a atacarnos”, concluye.

Este es precisamente uno de los apartados más importantes de la propuesta de paz que está negociando Kiev con Washington, como admitió Andrii Yermak, mano derecha de Zelenski, en unas declaraciones del martes al medio Axios. Ucrania está dispuesta a renunciar a formar parte de la OTAN, como exige Moscú, pero a cambio debe recibir el máximo apoyo militar posible de sus miembros.

Desunión

En el hotel Roma de Bucha continúan reparando los desperfectos de los meses de combates de 2022. Pese a ello, su restaurante, especializado en comida tradicional ucrania, es uno de los más concurridos del municipio. Svitlana Biuhova, que regenta el establecimiento, dice estar “muy, muy cansada de la guerra”. Hay dos cuestiones que la llevan al pesimismo: los hombres de su familia y entorno que han muerto en el frente y la desunión que percibe en el país. “Al principio teníamos tanta fuerza, una unidad nacional que nunca habíamos sentido, pero la sociedad hoy no está unida con nuestros líderes. Y así es difícil continuar”.

Biuhova se refiere a las dudas que aumentan en torno al comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, Oleksandr Sirski, y a la corrupción que azota al círculo de confianza de Zelenski. “Yo no quiero dar la victoria a Rusia, que se queden lo que no es suyo”, reflexiona esta empresaria, “el plan de 28 puntos es tan negativo, porque querría decir que muchos de los nuestros perdieron la vida para nada. Pero quiero la paz, quiero que deje de morir gente, ucranios y rusos, porque imagino que entre sus familias también hay gente civilizada”.

La desconfianza hacia los líderes del país es una crítica reiterada entre los entrevistados por EL PAÍS. Volodímir Krivanush tiene 39 años y es oriundo de la vecina Gostómel. Se encarga de las obras para poner a punto una nueva floristería frente al hotel Roma, en un edificio renovado tras los combates. Lo peor, según él, es que EE UU quiere olvidarse de Ucrania: “Quieren sacarse de encima a toda costa nuestro problema”. Más allá de esto, comenta, la amnistía por los crímenes durante la guerra sería un error, pero no solo por lo que están haciendo los rusos: “También deberían ser procesadas las personas que en Ucrania y en Europa permitieron que los rusos llegaran hasta aquí”.

Una de las críticas que se le han planteado durante la guerra a Zelenski —desde la oposición, pero también por parte del exjefe del ejército Valeri Zaluzhni— es que el presidente ignoró hasta el último momento las advertencias de que la invasión era inevitable.

“En 2022 regalamos tantos territorios a los rusos... Yo creo que nuestro presidente, Gobierno y Parlamento son tan incompetentes que parece que trabajen para el Kremlin. Si no, no me lo explico”, dice Vitali Opaliuk, un taxista 49 años, otro de los que esperan en la oficina de alistamiento de Bucha. Él era capitán en el ejército antes de la guerra. En 2022 se presentó voluntario hasta tres veces para reincorporarse y luchar, según su testimonio. Había tantos voluntarios por entonces que lo rechazaron debido a que tenía problemas de salud. Actualmente, quiere gestionar los papeles que le eximan de ser alistado debido a su enfermedad respiratoria.

La casa unifamiliar de Opaliuk en la región de Bucha quedó destruida durante los combates y ahora vive junto a su mujer y suegros en un pequeño piso de otra ciudad de la provincia de Kiev. Él, como cientos de miles, huyó de la zona ocupada en 2022.

De todos los entrevistados, Yaroslav Holiven es quien puede dar mejor testimonio de aquellas semanas bajo el yugo ruso al norte de Kiev. Tiene 27 años y por entonces aspiraba a ser boxeador profesional. Una granada lo dejó lisiado en marzo de 2022, cuando había salido del refugio bajo tierra donde convivían decenas de civiles. “De aquellas semanas, lo que más me quedó grabado es que nadie salió a socorrerme. Estoy vivo de milagro”.

Había miedo entre la población, las fuerzas ocupantes provocaron el terror. Holiven dice que ni puede perdonar ni aceptar un plan de paz que beneficie a Rusia. “De todas formas, los rusos tampoco lo aceptarían”, dice. “Su lógica es conquistarnos. Esta guerra no terminará hasta que la Federación Rusa no se desintegre. Hasta que esto no suceda, la paz no será posible”.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario 'Avui' en Berlín y en Pekín. Desde 2022 cubre la guerra en Ucrania. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa y en 2025, el premio internacional de periodismo Julio Anguita Parrado.
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