El coste de la vida y la vivienda fuerza a los jóvenes chinos a buscar su sitio en ciudades secundarias
Cansados de la ultracompetitividad de megalópolis como Pekín y Shanghái, una nueva generación comienza a trasladarse a urbes como Chengdú y Changsha

Para la juventud de China, el horizonte del éxito se ha concentrado durante lustros en cuatro puntos geográficos: Pekín (sede política del país), Shanghái (motor financiero), Guangzhou (centro manufacturero y exportador) y Shenzhen (el laboratorio tecnológico). Sus luces marcaban el camino a seguir, aunque eso implicara pisos pequeños, alquileres desorbitados y jornadas interminables. Hoy esa hoja de ruta empieza a cambiar. Una parte creciente de los jóvenes chinos comienza a probar en urbes secundarias, donde el ritmo es menos frenético y la conciliación más factible. El giro obedece a un cambio de prioridades. La combinación de salarios estancados, paro juvenil en cotas altas, fatiga laboral crónica y expectativas vitales cada vez más realistas está empujando a una generación marcada por la competitividad y la presión a apostar por un equilibrio entre ambición y salud mental.
Changsha, Chengdú o Chongqing, conocidas por su ambiente más relajado, e incluso liberal para los estándares chinos, se han convertido en un imán para jóvenes cansados de la competencia feroz en las megalópolis, donde el mercado laboral también está más saturado. Ahora, las tradicionalmente denominadas “ciudades de segundo nivel” ―prósperas y bien conectadas, pero un escalón por debajo en términos de influencia política y tamaño económico― se han convertido en lugares de refugio y reinvención personal.
A los 33 años, Xiaoxiao considera que ha hecho todo lo que se esperaba de ella: estudió una carrera, recibió buenas ofertas de trabajo, se independizó y se casó. Pero, después de una década viviendo en la capital del gigante asiático, decidió que era el momento de regresar a su provincia natal, Hunan, en el sur. “Me encanta Pekín, pero poco a poco sentí que el ambiente cambiaba; ahora es más difícil que los jóvenes llevemos una vida relativamente cómoda y tranquila allí”, cuenta.

La cita tiene lugar en un salón de té de Changsha, la capital hunanesa, de 10,6 millones de habitantes. Conocida por ser el lugar donde el fundador de la República Popular, Mao Zedong, comenzó su activismo político ―nació en la rural Shaoshan, a 100 kilómetros―, la Changsha del siglo XXI es una ciudad vibrante, de avenidas amplias plagadas de rascacielos y una bulliciosa vida nocturna. Impulsada por el auge de sectores vinculados a los medios de comunicación y al entretenimiento, su población permanente ha aumentado en más de tres millones en la última década, de los cuales el 80% son menores de 35 años, según datos oficiales.
Xiaoxiao y su marido (oriundo de Mongolia Interior, en el norte) estuvieron un año valorando “lo que ganaban y lo que dejaban atrás” al mudarse. “Algunos amigos no lo entendían, porque teníamos ingresos altos y yo había obtenido el hukou [el certificado que determina a qué servicios públicos puede acceder una persona, vinculado a su origen]. Pero aun así decidimos renunciar a esas condiciones que sobre el papel parecían muy buenas”, comparte Xiaoxiao. “Nuestra vida se basaba en ir de casa al trabajo y del trabajo a casa”. Ella es consultora y su pareja programador.
Tras seis meses en Changsha ninguno se arrepiente. Entre las razones destaca el precio de la vivienda, la ampliación de su círculo social y la mayor facilidad para realizar actividades al aire libre. Mientras en Pekín y Shanghái el precio de compra del metro cuadrado ronda los 60.000 yuanes (unos 7.200 euros), en Changsha se sitúa en torno a los 10.000 yuanes (1.200 euros).
Como muchas mujeres de su edad, Xiaoxiao está cansada de ataduras y presiones. Tampoco planea ser madre. Defiende una forma de estar en el mundo basada en observar, experimentar y no fijarse límites. Dice que su futuro no está anclado a Changsha, aunque no le importaría utilizarlo como base ―acaban de comprar una casa― y pasar temporadas en otras regiones. En Xiaohongshu (el Instagram chino) ofrece consejos para gente que se plantea abandonar una ciudad de primer nivel.

Chengdú, Xi’an, Wuhan, Hefei, Nanjing, Hangzhou y Chongqing también han visto un aumento considerable de su población. Un estudio de The Economist muestra que, entre 2019 y 2023, el número de residentes en las cuatro ciudades más ricas del país apenas creció un 1,7% de media, mientras que el de las urbes mencionadas lo hizo a un ritmo del 18%.
Su fortaleza para captar talento se apoya en centros universitarios de alto nivel académico, conectados con la economía local y volcados en la formación práctica. Claros ejemplos son Hefei, gracias al empuje científico y sus empresas vinculadas a las “nuevas fuerzas productivas”, o Hangzhou, por el tirón de un ecosistema tecnológico que gira en torno a gigantes como Alibaba o compañías de inteligencia artificial como Deepseek. Según un informe del portal de empleo Liepin, más del 20% de los graduados universitarios en 2024 prefirió trabajar en una ciudad de segundo nivel o inferior.
Cada viaje a una de estas urbes es un universo. Yue Zifeng, de 25 años, cuenta que se rompió por dentro en Shanghái, después de un año y medio trabajando allí: primero una empresa de videojuegos, luego otra dedicada a grabar vídeos para Douyin (la versión china de TikTok). Recuerda jornadas interminables, al estilo del patrón chino del 9-9-6 (de 9 de la mañana a 9 de la noche, seis días a la semana). Empezó a notar que algo no iba bien en su cabeza. “Tenía mucha presión y nada de tiempo para mí”. Decidió dejarlo, y en enero regresó a la ciudad donde había estudiado la carrera de Lengua y Literatura: Chengdú.
“Aquí me siento en casa”, cuenta Yue mientras toma una cerveza en Home Plate, una hamburguesería de estilo americano. “La gente, su onda, el ambiente son relajados”. Para ser exactos dice “chill”, en inglés, lengua que domina. Es originario de Urumqi, la capital de la región autónoma uigur de Xinjiang. Pero no le gusta volver a casa. Va tocado con una boina con visera y un pendiente largo le cuelga de la oreja. Se hace llamar Vague.
Vague ahora trabaja en un bar. Gana mucho menos: ha pasado de reunir unos 10.000 yuanes (1.200 euros) en Shanghái a unos 4.000 (unos 485 euros) al mes. Pero se encuentra mejor: “¿Soy feliz? No sabría decir. Ahora siento algo de tranquilidad”. Dice que no piensa en el futuro. Va paso a paso. Le gusta vivir en esta ciudad donde nadie le juzga.
Chengdú, la capital de la provincia de Sichuan, en el suroeste del país, es conocida por sus pandas y su comida ultrapicante. Supera los 20 millones de habitantes, aunque va a otro ritmo. Combina torres de vidrio y callejuelas de estilo tradicional abarrotadas de turistas. Es famosa por sus zonas de juerga, por ser la cuna del Hip Hop chino, y por su ambiente amigable hacia el colectivo LGTB: “La gente aquí es tolerante”, dice Vague, que es gay en un país donde no resulta fácil salir del armario.
La ciudad cuenta con sedes de conocidas empresas de videojuegos, como TiMi Studios, autor de Honor of Kings, uno de los juegos más exitosos del mundo. El fenómeno de NeZha 2, la película china de animación más vista de la historia, tiene su origen en unos estudios locales. Alberga el único museo dedicado a la ciencia ficción del país, un edificio diseñado por Zaha Hadid con forma de nave espacial. Y la semana pasada, mientras los Reyes de España aterrizaban en Chengdú como parada inicial de su viaje a China, se celebraba en la ciudad la final del mundial del videojuego League of Legends, un multitudinario evento de e-sports.
Las autoridades locales se esfuerzan en mantener ese imán, y han puesto en marcha un sistema de apoyo a la vivienda para atraer talento de otras provincias. Ofrecen estancias breves gratuitas en las llamadas “Estaciones de Talento”, alquileres de bajo coste y la compra bonificada de “apartamentos para talentos”.
Vague no tiene que preocuparse por la casa: vive en un apartamento que compraron sus padres, y logra subsistir con mucho menos que en Shanghái. Siente que los de su generación han pasado un período “súper duro”: llegaron a la universidad a la vez que la pandemia; sufrieron confinamientos en el campus y en sus ciudades de origen (Urumqi, la suya, tuvo uno de los encierros más rígidos de la férrea política de cero covid). “Nos faltó comunicación y experimentar la vida”. Tras graduarse, con el paro juvenil en cotas históricas, se dieron cuenta de lo difícil que es encontrar un empleo adecuado. En ello siguen.
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