Qué son las tierras raras y por qué están en el centro del choque entre potencias
Estos 17 elementos, sobre los que China ejerce un dominio cuasimonopolístico, han pasado a primera línea de la pugna entre Trump y Xi


Que Donald Trump tiene fijación por las tierras raras no es ninguna novedad. Poco después de regresar a la Casa Blanca, el presidente de Estados Unidos forzó a Ucrania a firmar un acuerdo para la explotación de su subsuelo como precondición para seguir apoyándole en su resistencia frente al invasor ruso. Confiaba en hacerse, así, con un suministro estable de ese conjunto específico de elementos químicos sin cuyo concurso difícilmente puede entenderse la economía del siglo XXI. Con lo que quizá no contaba el republicano es con que Ucrania, aunque rico en minerales críticos, cuenta con escasas reservas probadas de tierras raras.
Medio año después, estas materias primas vuelven a estar en el primer plano de la actualidad internacional. En este caso, por un choque sin precedentes entre la primera potencia mundial y gran consumidor de recursos naturales, Estados Unidos, y China, que controla cerca del 70% del mercado global ―tras haber duplicado su producción en el último lustro―, el 90% de la capacidad de refino y casi la mitad de las reservas probadas: 44 millones de toneladas. Cifras, todas ellas, suficientes para tener la sartén por el mango. Puede, en fin, regular a su antojo el grifo de las exportaciones en función de sus intereses geopolíticos.
Eso es exactamente lo que ha sucedido en las últimas semanas, desde que Pekín ―inmerso como está en una interminable negociación comercial con Washington― anunciase estrictos controles sobre las ventas tanto de las propias tierras raras como de las herramientas destinadas a su extracción y procesamiento. Utiliza, en fin, un cuasimonopolio natural para dejar claro a su gran rival sistémico quién tiene las de ganar en una pugna clave.
¿Qué son y por qué son tan importantes?
Las tierras raras son 17 elementos químicos de nombres impronunciables (lantano, cerio, praseodimio, neodimio, prometio, samario, europio, gadolinio, terbio, disprosio, holmio, erbio, tulio, iterbio, lutecio, escandio e itrio), pero insustituibles.
Son fundamentales en la fabricación de imanes para, entre muchas otras industrias, la armamentística (aviones de combate, submarinos y misiles), automovilística (coches eléctricos y de combustión), la electrónica (teléfonos móviles, entre otros) la energética (aerogeneradores, baterías y, en menor medida, paneles solares) e incluso la médica (equipos de resonancia magnética). Nunca un mercado tan pequeño ―el año pasado movió apenas 6.000 millones de euros, una cifra pequeña a escala mundial― tuvo tanta reverberación.
¿De verdad son tan raras?
No en sentido estricto. Aunque son relativamente abundantes ―en contraposición con lo que se creía hace unas décadas―, su difícil separación de otros compuestos llevó a que recibieran inicialmente ese nombre. Al margen de las complejidades de una cadena de suministro dominada por un único actor, se suma una tasa de reciclaje aún muy baja, menor que en otros minerales también considerados críticos. Algo que, por el bien del medioambiente y de los países consumidores que no cuentan con reservas ni capacidad de procesamiento, también deberá mejorar en los próximos tiempos.
Además de en China, ¿dónde hay?
Aunque a gran distancia del gigante asiático, un ramillete de países o territorios tiene depósitos no menores de tierras raras, según el último conteo del Servicio Geológico de EE UU: Brasil (21 millones de toneladas de óxidos de tierras raras, de los 90 millones contabilizados a escala global), la India (6,9), Australia (5,7), Rusia (3,8), Vietnam (3,5), los propios Estados Unidos (1,9) y Groenlandia (1,5). Ya por debajo de la cota del millón de toneladas, aparecen Tanzania (con reservas estimadas en 890.000 toneladas), Sudáfrica (860.000) y Canadá (830.000).
Reservas primarias al margen, el gran problema es de capacidad de refino. De las 390.000 toneladas que se pusieron en el mercado el año pasado, 270.000 tuvieron origen en China. El segundo país en la lista, EE UU, está a años luz: 45.000 toneladas. El tercero, Myanmar ―en gran medida, bajo el paraguas de compañías chinas―, suma otras 31.000. Y Australia, Tailandia y Nigeria apenas llegan a las 13.000. El resto, Brasil incluido, pese a estar llamado a ser una superpotencia futura de las tierras raras, suman cantidades prácticamente irrelevantes.
¿Y Europa, en qué posición queda?
La presidenta del Ejecutivo comunitario, Ursula von der Leyen, reconoció la semana pasada el “riesgo significativo” que supone para los Veintisiete la nueva remesa de restricciones chinas. En especial en la muy industrial Alemania, tan volcada ahora en la defensa.
Con una dependencia que ronda el 90%, la UE ha redoblado los esfuerzos de exploración en su propio subsuelo y acaba de lanzar una iniciativa para buscar en el exterior los minerales críticos necesarios para la transición energética. Sin embargo, para que este proyecto ―en el que están incluidas las tierras raras― empiece a dar frutos, habrá que esperar varios años.
Japón y Corea del Sur, grandes productores de automóviles, son otros dos grandes damnificados por las restricciones aplicadas por China sobre la exportación de estos minerales. En ambos casos, su aprovisionamiento depende casi íntegramente del vecino asiático. Consciente de esta realidad, y en un claro guiño a Trump, la nueva primera ministra japonesa, Sanae Takaichi, acaba de firmar con el republicano un acuerdo de cooperación con EE UU en esta materia.
¿Qué se puede esperar a corto plazo?
Trump y el presidente chino, Xi Jinping, se verán las caras este jueves en la cumbre del Foro Económico de Asia-Pacífico (APEC) que acoge la ciudad surcoreana de Gyeongju. Un encuentro del que los negociadores estadounidenses confían en obtener un aplazamiento en las nuevas cortapisas anunciadas por Pekín sobre las tierras raras, que amenazan con entrar en vigor el 1 de diciembre. Las autoridades chinas guardan silencio. Un silencio incómodo para el resto del mundo.
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