El retraso de la primera fase de la paz en Gaza diluye el optimismo del alto el fuego
La bronca por la devolución de los cadáveres y las represalias de Israel ralentizan el diálogo sobre los próximos temas clave, como el desarme de Hamás o el nuevo Gobierno en la Franja


El pasado lunes ―con los milicianos de Hamás controlando las calles de media Gaza, la mayoría de cadáveres de rehenes israelíes por devolver y un Gobierno tecnocrático, fuerza multinacional y órgano extranjero supervisor todavía en el papel―, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció en su red social: “La segunda fase ha comenzado ahora mismo”. Nadie sabe muy bien a qué se refería: es justo la parte de su plan para Gaza que concentra todos los asuntos de largo aliento y espinosos (desarme de Hamás, nueva administración de la Franja, fin del repliegue israelí…). Y, si algo ha demostrado esta primera semana de alto el fuego, es que su negociación y puesta en práctica será peliaguda.
El plan para Gaza que Trump presentó bombásticamente el 29 de septiembre en la Casa Blanca junto con Benjamín Netanyahu (después de que el primer ministro israelí introdujera cambios de última hora en el borrador final) no dividía expresamente el proceso en fases, pero pronto los mediadores comenzaron a dividirlo en dos. Para la primera, todo fueron prisas: un primer repliegue parcial israelí, el ingreso masivo de ayuda humanitaria y, sobre todo, la entrega por Hamás de los últimos 20 rehenes vivos a cambio de la excarcelación de casi 2.000 presos palestinos, la gran mayoría (unos 1.700) retenidos sin cargos tras redadas masivas en los dos años de invasión con vistas a usarlos como moneda de cambio. Sucedió el lunes.
En el acuerdo, Hamás se comprometía asimismo a entregar en las primeras 72 horas, ya concluidas, aquellos de los 28 cadáveres de rehenes que tuviese localizados, y a esforzarse al máximo a partir de entonces para hallar el resto.
Ha entregado 12 hasta este sábado y el asunto ha embarrado el acuerdo, dejando su continuidad en una suerte de limbo. Por un lado, Gaza sigue en la práctica en la fase uno. La devolución de los cadáveres se ha llevado todo el foco y las excavadoras los buscan con más ahínco que a los miles de palestinos que se estiman bajo los escombros.
Israel asume que Hamás está actuando de mala fe, retrasando a propósito la entrega de los cuerpos y ha respondido castigando a la población: ha retrasado (hasta nuevo aviso, subrayó este sábado la oficina de Netanyahu) la apertura de Rafah, el paso entre Egipto y la Franja que controla desde 2024; mantiene el ingreso de camiones con ayuda humanitaria bajo el mínimo (600 diarios) que firmó en el acuerdo y veta el gas y combustible que espera. Son todo vulneraciones de compromisos que adquirió en la primera fase.
Hamás emitió el viernes un comunicado en el que exhorta a los mediadores Egipto, Qatar y Turquía a “completar su rol de monitorear la aplicación de las cláusulas restantes del acuerdo de alto el fuego”, entre ellas la “aceleración del proceso de reconstrucción”, priorizando viviendas, infraestructuras y hospitales mientras la Franja recupera un atisbo de cotidianidad entre tanta destrucción, con la reapertura de mezquitas, bancos y panaderías.
Y ahora, ¿qué? Como admitieron los mediadores cataríes, las prisas por cerrar la liberación de los rehenes llevaron a aplazar los detalles de una segunda fase que, según Trump, ha comenzado, pero no se implementa. Su negociación comenzó esta semana, pero los mediadores egipcios han admitido que solo “simbólicamente”.
Israel y EE UU insisten en su aspiración de recibir de Hamás todos los cadáveres de rehenes, sin excepción, pese a que sus servicios de inteligencia saben desde hace meses que quizás nunca suceda y algunos quedarán para siempre bajo los escombros. El proceso, en cualquier caso, puede durar meses, sin una hoja de ruta clara.
Daniel E. Mouton, investigador principal no residente de la Iniciativa de Seguridad para Oriente Próximo Scowcroft del centro de análisis estadounidense Atlantic Council, considera que la “proyección más realista de la fase dos” es “un repliegue parcial y táctico de Israel dentro de Gaza” en el que “mantenga el control sobre corredores estratégicos, zonas tampón y áreas fronterizas”, en vez de cumplir las líneas estipuladas.
De momento, las tropas están en una primera línea, pintada de amarillo en el mapa y que deja media Gaza en sus manos. La mayoría de los 28 palestinos muertos por fuego israelí durante el alto el fuego lo son, de hecho, por atravesarla: familias o jóvenes que la cruzaron sin saberlo al regresar a sus localidades de origen. Como no está marcada, los gazatíes intuyen sus límites por la presencia de los tanques o la información que comparten entre ellos. Este viernes, el ministro israelí de Defensa, Israel Katz, anunció que comenzarán a poner barreras para delimitarla.
Dos apartados del plan permiten que las Fuerzas Armadas se queden en Gaza para asegurarse de la eliminación de las capacidades de combate de Hamás y que el grupo no se reconstituye. Son dos conceptos tan ambiguos que abren la puerta a una presencia y bombardeos constantes. Es la política que Israel practica en Líbano desde hace un año. El pasado domingo, Netanyahu aseguró que Hamás será desarmado y Gaza desmilitarizada “por las buenas o por las malas”. “Bien diplomáticamente, según el plan de Trump, o militarmente, por nosotros”, afirmó el primer ministro israelí.
Mouton cree que la retirada completa que contempla el alto el fuego, salvo un perímetro de pocos kilómetros, “dependerá de la capacidad del Gobierno de Estados Unidos para supervisar la implementación” del alto el fuego. Trump parece haber pasado página mental a la guerra de Ucrania, para ponerse otra medalla de cara a la próxima entrega del Nobel de la Paz, el año que viene. El lunes, en su ovacionado discurso en el Parlamento israelí, presentó su frágil alto el fuego (un bebé que da sus primeros pasos) como una especie de plan de paz que llevará a Oriente Próximo a su “era dorada” y pondrá fin a un siglo de conflicto palestino-israelí.
En este limbo, Hamás ha resurgido de los túneles. El movimiento islamista insiste en que renuncia a seguir gobernando Gaza y admite la Administración “tecnócrata y apolítica” cuyos 15 miembros negocian las partes, con el visto bueno entre bastidores de la Autoridad Nacional Palestina. Pero, de momento, sus hombres han retomado las calles, ajustando cuentas pendientes con los clanes familiares (Al Mansi, Doghmush, Muyaida y, sobre todo, Abu Shabab) que colaboraron con el ejército de Israel para lucrarse saqueando ayuda humanitaria y revenderla a los precios más altos del planeta.
Clanes criminales
Las instituciones que Hamás controlaba desde 2007 han desaparecido, pero -a falta de alternativa- está imponiendo el orden, con la misma mano de hierro previa a la invasión. Se ha lanzado a una sangrienta campaña contra los clanes criminales, a los que ofrece rendirse y ser juzgados. Si no lo hacen, actúa sin piedad y ha matado a decenas de sus miembros, con el visto bueno del resto de clanes de la Franja.
Además, se ha hecho con las armas que Israel proporcionó a los clanes leales. De todos modos, la mayoría procedían ya de reciclar bombas que lanzó Israel y quedaron sin explotar.
En el movimiento islamista conviven varios discursos sobre el desarme. Algunos líderes han señalado que nunca sucederá mientras dure la ocupación israelí y que solo las pondrán a disposición de las fuerzas de seguridad de un eventual futuro Estado palestino, cuya creación rechaza tajantemente Netanyahu.
Otro de sus dirigentes, Mohammed Nazzal, rehusó este viernes responder “sí o no” a la pregunta, con el argumento de que es un “tema amplio que concierte a otras facciones armadas palestinas” y que Hamás necesita mantener una presencia armada en el terreno para “proteger las entregas de ayuda humanitaria de ladrones y bandas armadas”. Nazzal habló de una tregua de entre tres y cinco años para reconstruir Gaza, durante la que Hamás “estará presente” en el terreno, mientras gobierna la administración tecnocrática palestina y convoca elecciones (las últimas fueron en 2006 y las ganó), con el compromiso de emplear las armas para imponer el orden, no contra Israel.
No es lo que señala el acuerdo, que proyecta la creación de una Fuerza de Estabilización Internacional bendecida por una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. Es una suerte de policía temporal que incluiría fuerzas de países árabes, como Egipto, Emiratos Árabes Unidos o Qatar (entre los que mencionó Trump), y que se encargaría del desarme de Hamás, así como de apoyar y entrenar a la policía palestina.
Aparte, una Administración palestina gestionará los espinosos asuntos del día a día. Y un Consejo de la Paz presidido por el propio Trump (y con el ex primer ministro británico Tony Blair en un papel relevante) supervisará las décadas de reconstrucción que esperan a Gaza.
De momento, la Administración Trump y el resto de mediadores tratan de rellenar cuanto antes el vacío, para eliminar la sensación —prevalente en Israel— de que todo ha vuelto a la casilla de salida, con Hamás tremendamente debilitado, pero aún al mando de la mitad de Gaza de la que se retiraron las tropas.
De hecho, la perspectiva de reanudar los bombardeos gana peso estos días en Israel, sobre todo por el enfado con el ritmo de devolución de los cadáveres. Se suceden las filtraciones interesadas en las que se da por hecho que Hamás está vulnerando el alto el fuego porque miente sobre los cuerpos y elige guardárselos. “Sabemos con certeza que puede traer con facilidad un número significativo de rehenes muertos”, dijo esta semana el ministro de Exteriores, Gideon Saar. El titular de Defensa, Israel Katz, ha ordenado al ejército preparar un plan para acabar con Hamás en caso de poner fin al alto el fuego.
Una encuesta exprés efectuada este miércoles y jueves por el diario Maariv incluía la pregunta: ¿Debería Israel reanudar los combates hasta eliminar a Hamás si sigue violando el acuerdo? Un 45% respondió que sí, frente a un 23% que aboga por continuar, como hasta ahora, con bombardeos puntuales; y un 26% que prefiere dejar el asunto en manos de los mediadores. Según otro sondeo, este del diario Zman Israel, un 48% de israelíes considera que “la guerra en Gaza no ha terminado” y “aún resulta necesario continuar los combates”. Un 44% opina al contrario y cree que Israel ya ha logrado sus objetivos.
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