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Guerra comercial
Tribuna
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Europa afronta la hora de la verdad geopolítica

En la negociación comercial con Trump, la UE ha mostrado debilidad y corre el riesgo de convertirse en un tigre de papel

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se reúne con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en el club de golf Trump Turnberry el lunes en Turnberry, Escocia.
Arancha González Laya

La Comisión Europea ha anunciado un acuerdo con Estados Unidos en materia comercial. En lo económico, es un mal acuerdo por su asimetría. La Unión Europea acepta aranceles del 15% ―frente al 2% anterior― y sectores como el acero y aluminio afrontan cargas aún más elevadas. ¿A cambio de qué? De que el grado de extorsión no sea aún mayor.

Tampoco está claro que el acuerdo ofrezca estabilidad o predictibilidad. El presidente estadounidense es conocido por sus vaivenes y rectificaciones, y la letra pequeña de este acuerdo está aún por concretarse en ámbitos tan sensibles como el farmacéutico o el agrícola. Pero nada de esto debería sorprendernos: estaba escrito desde que la UE optó por el apaciguamiento en vez de la reciprocidad cuando Washington impuso sus aranceles el llamado “día de la liberación” en abril.

Era previsible que sin una alianza firme entre los países que representan el 87% del comercio internacional, Estados Unidos ―que representa solo el 13%― acabaría imponiendo sus términos más favorables a cada socio por separado en negociaciones bilaterales.

En el corto plazo la industria y la agricultura europeas se adaptarán y aprenderán a navegar el arancel del 15%. Les ayudará que, en términos relativos, otros grandes exportadores como Japón o China estén sujetos a condiciones similares en su acceso al mercado estadounidense. Les ayudará también que, por ahora, Estados Unidos depende en gran medida de Europa para su suministro de productos intermedios, y que la inestabilidad interna de su mercado hace poco creíble una diversificación rápida. De hecho, estos aranceles pueden terminar perjudicando más a la competitividad de la industria estadounidense que a la europea.

Sin embargo, lo más doloroso del acuerdo es la derrota geopolítica europea. La Unión Europea ha asumido y legitimado por la vía del acuerdo, una visión de las relaciones internacionales basada en la ley del más fuerte. En un mundo de depredadores si uno es débil, no le queda más remedio que aceptar lo que se le imponga.

Pero la UE tenía alternativa. Y el resto del mundo miraba a Europa y esperaba que estuviese a la altura. Que se defendiera y así defendiese una concepción del orden internacional basada en reglas, en el pacto y en el respeto a la norma. Pero la UE ha mostrado debilidad. Y al hacerlo se ha encogido aún más. Europa corre el riesgo de convertirse en un tigre de papel.

Es cierto que, a pesar de ser una potencia comercial, la Europa geopolítica es aún un proyecto en construcción y que el apoyo estadounidense es indispensable para sostener la defensa de Ucrania frente a la agresión rusa. Pero mostrar sumisión no es la vía. ¿Cómo va Europa a defenderse frente a la coerción china si no es capaz de resistir la presión de su aliado?

Si Europa no quiere ser vasalla ―ni de Washington, ni de Pekín― solo le queda un camino: avanzar cuanto antes hacia su autonomía estratégica. Solo más Europa ―en energía, en tecnología, en mercado único, en integración de mercado de capitales, en defensa― permitirá a los europeos tener voz propia.

La hora de la verdad ha llegado. Gobiernos, empresas y ciudadanos deben decidir de qué lado están. Y cuando lo hagan, que nadie diga que no fueron advertidos.

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