Mark Rutte, adulador en jefe de Donald Trump
La actitud extremadamente sumisa del secretario general de la OTAN durante la cumbre de La Haya provocó incredulidad y críticas, pero el neerlandés la defiende como una táctica para tratar al siempre volátil presidente estadounidense, al que conoce desde hace años
Mark Rutte, actual secretario general de la OTAN y ex primer ministro de Países Bajos entre 2010 y 2024, tiene una cualidad reconocida por todo el arco político neerlandés: es capaz de contener su ego al máximo para lograr sus objetivos políticos. Esa manera de operar, enajenando a conciencia su autoestima, ha derivado durante la cumbre de la Alianza Atlántica —celebrada esta semana en La Haya— en escenas de una adulación extrema hacia el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.
La lluvia de halagos, sin embargo, eran para Rutte una suerte de operación Trump: el envoltorio en el que presentaba a Washington que Europa está dispuesta a asumir, por primera vez desde la Guerra Fría, una mayor responsabilidad de la defensa del continente. Pero, ¿se excedió Rutte en unas efusiones grabadas por los medios internacionales y que circularon de inmediato convertidas en memes a través de Internet?
A primera vista, el agasajo hacia el presidente Trump, elevado casi a la categoría de embelesamiento por parte del secretario general de la OTAN, ha sido surtido efecto. El compromiso de La Haya marca un desembolso total del 5% del PIB europeo a la defensa, aunque la solidez del pacto se pondrá a prueba enseguida en la práctica.

El presidente estadounidense ha amenazado ya en persona a España con represalias comerciales si persiste su rechazo de asumir el objetivo de gasto, cuando lo cierto es que este puede hipotecar el margen de maniobra de futuros gobiernos europeos. Rutte es un político experimentado y, si bien pareció sorprenderse del eco de sus propias lisonjas hacia Trump, pronto recuperó el pie. O, al menos, intentó derivar la presión.
Hubo un momento en que sí pareció algo desconcertado. Fue cuando el presidente de Estados Unidos hizo público un mensaje privado que le había remitido a través de la aplicación comercial de mensajería de alta seguridad Signal. Rutte le felicitaba con mayúsculas por el bombardeo de Irán, y aseguraba el pago europeo en el marco de la OTAN, y el equipo de Trump envió un pantallazo de esas palabras a su red social Truth.
Rostro gris
“Es una cuestión de gustos publicar algo así”, declaró Rutte a las puertas del World Forum, sede de la cumbre. A pesar de que el tono del mensaje podría ser aceptable para un público estadounidense, y Rutte cree conocer bien la porosidad de Trump hacia los elogios, el rostro del neerlandés era gris y sus ojos más pequeños que nunca cuando aseguró que no había nada que debiera ser ocultado en esa comunicación.
“En Países Bajos sabemos desde hace años cómo se comporta Rutte en su quehacer político. Tiene su ego, sin duda, pero no le importa demasiado cuando va en busca de su meta”, dice al teléfono Petra de Koning, autora de una biografía suya. “Ahora bien, cuando habla de Trump como un daddy [papi, con respecto al conflicto entre Israel e Irán y la necesidad de que el estadounidense intervenga ante dos países que se comportarían como niños] parece excesivo”, señala.
Rutte explicó luego que solo era una metáfora, pero al indicarle en una entrevista, en los medios neerlandeses, que ya no se podría sacudir esa imagen, optó por el sarcasmo. “Dijo algo así como ´oh, vaya desastre”, apunta De Koning. Pese a todo, el entorno de Rutte asegura que ha conseguido lo que buscaban en la cumbre. Por otro lado, “sus lisonjas hacia Trump son anteriores”. “Ya le halagaba cuando era primer ministro de Países Bajos”, recuerda la biógrafa.
El aplauso de Rutte hacia Trump tampoco ha causado tanto estupor de puertas adentro de la OTAN como en la prensa internacional. No ya solo porque llevan tiempo presenciándolo: es que, señalan diversas fuentes europeas y aliadas, para eso está.
Actitud zalamera
La misión principal de Rutte en estos momentos, indican incluso quienes no esconden su incomodidad con la actitud zalamera del holandés, es evitar a toda costa que Estados Unidos se desvincule de forma abrupta de la Alianza, algo con lo que lleva amagando —y amargando a sus aliados— desde antes aún de regresar a la Casa Blanca. “De lo que se trata es de mantener a los estadounidenses a bordo (…) Esa es su tarea”, señalan. Y si para ello hay que llegar a límites insospechados en el peloteo, pues adelante.
“Mark Rutte habla Trump: habla el idioma que el presidente estadounidense comprende”, resumía en una entrevista en Euronews la alta representante para Política Exterior de la UE, Kaja Kallas.
De ahí que nadie haya querido estos días criticar abiertamente la actitud reverencial de Rutte ante Trump en La Haya. Ni siquiera el presidente español, Pedro Sánchez, pese a haber sido la oveja negra de la cita. “Que cada cual saque sus conclusiones”, se limitó a decir, preguntado sobre la actitud de Rutte.
Críticas
Eso sí, cuando no hay micrófonos abiertos, algunos aliados europeos reconocen, según fuentes con acceso a esos corrillos esta semana tanto en La Haya como en Bruselas, donde buena parte de estos se volvieron a encontrar en el marco de la cumbre europea de junio, que casi “echan de menos al antiguo Rutte”; aquel quien, como primer ministro neerlandés, no dudaba en usar tanto la zanahoria que tanto exhibe ante Trump como el palo que ahora parece haber escondido, pero que tan bien recuerdan —y tan amargamente— países que sufrieron durante la crisis del euro su lado más duro como líder de los Estados frugales. En una entrevista concedida tras la cumbre a Onda Cero, el expresidente español Felipe González también arremetió contra el neerlandés, al que calificó como “el secretario general de Donald Trump”.
Las cumbres transmiten una sensación de acción colectiva de los líderes políticos mundiales, y el esfuerzo por contentar al presidente estadounidense ha sido una tendencia común entre los países europeos desde su toma de posesión, en enero de 2025. El simple hecho de adaptar la cita de La Haya a su reconocida escasa capacidad de atención, sabiendo que evita las reuniones largas, es el mayor cumplido. Y se hizo de entrada. Igual que, pocos días antes, sucedió en la reunión del G-7 en Canadá.
En Países Bajos, también se echó mano de la carta de la monarquía que tanto le gusta a Trump, como quedó claro durante su visita al palacio de Buckingham de mano de la reina Isabel II en 2019, en su primer mandato. Esta vez, los anfitriones fueron reyes holandeses: Guillermo y Máxima. Le invitaron a pernoctar en palacio y a desayunar con ellos antes de su cita con los demás mandatarios en la OTAN. Los monarcas han sido los únicos que disponían de un entorno que no precisaba impostaciones de voz o mayúsculas en los textos. Un palacio es un palacio, y Donald Trump un amante del lujo. “Son personas hermosas y espectaculares”, aseguró después de la acogida regia.
Hay una cierta teatralidad en la firma de un acuerdo, o bien en un pacto como este de la OTAN. Y las cumbres son también una demostración de los atributos políticos por excelencia: poder, autoridad y legitimidad, activados al máximo cuando los resultados pueden tener consecuencias para la seguridad internacional. Con todo, hubo una emisión reveladora, tal vez no intencionada, en paralelo a lo sucedido, en la televisión pública neerlandesa NOS: emitía un reportaje desde Madurodam, un parque temático que representa a Países Bajos en miniatura. Justo la sensación que dejaba en parte de la sociedad, tal y como reflejaban los análisis posteriores de la prensa: la de una nación y un continente en busca del rearme, pero plegados a Trump.

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