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Conflicto en Oriente Próximo
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Ante la debilidad política, ardor guerrero

Antes de que Trump regresara a la Casa Blanca, cualquier escalada se hallaba vigilada y amortiguada desde Washington. Ahora, Netanyahu tiene carta blanca para atacar a Irán

Manifestantes iraníes sostienen una imagen del ayatolá Ali Jamenei en protestas en Teherán tras el ataque de Israel, este viernes.Foto: Vahid Salemi (AP) | Vídeo: EPV
Lluís Bassets

Benjamín Netanyahu no iba a dejar pasar la oportunidad, que es hija de una doble debilidad: la del régimen iraní y la suya propia como primer ministro. Había que darse prisa, para evitar que se cerrara la ventana. Para el domingo estaba ya en agenda una nueva reunión en Omán entre los representantes iraníes y el enviado especial de Donald Trump “para todo”, Steve Witkoff, en la que iba a discutirse de nuevo sobre el programa nuclear iraní. No eran buenas las expectativas, pero el primer ministro israelí sabe muy bien del apetito de paz incondicional que anima al presidente Trump, dispuesto a cualquier cosa con tal de satisfacer sus sueños de pacificador y hasta ahora en ayunas en Ucrania, en Gaza e incluso en las guerras arancelarias, todas ellas abiertas a pesar de las rimbombantes declaraciones de la Casa Blanca sobre los innumerables y fructíferos acuerdos bilaterales que iba a conseguir gracias a su milagroso “arte del acuerdo” (art of the deal).

La debilidad de Irán es extrema. Por efecto de la acción militar israelí, ha dejado de existir el llamado “eje de la resistencia”, que Teherán dirigía como última trinchera armada contra el Estado sionista frente a la apertura diplomática al conjunto del mundo árabe y musulmán. Hamás se halla diezmada y pugna por su supervivencia política, ya no militar, bajo las ruinas de Gaza. Hezbolá ha perdido la centralidad política en Líbano, tras el descabezamiento de su cúpula y su derrota a manos de Israel. Los hutíes de Yemen, a pesar de la paz aparte firmada con Washington, son castigados por Israel sin apenas capacidad de respuesta eficaz. Por no hablar de la escuálida economía iraní, dañada por el prolongado régimen de sanciones, y de su dinámica población juvenil, especialmente femenina, cada vez más divorciada del opresor y misógino régimen de los ayatolás.

También es extrema la debilidad de Netanyahu. Gracias a su largo y cada vez más radicalizado liderazgo, Israel ha alcanzado el cénit de aislamiento internacional. La demolición de Gaza, la extensión de la matanza y la crueldad del sitio de hambre al que está sometida la población está haciendo mella internacionalmente en la imagen del Estado sionista, incluso en las comunidades judías de todo el mundo y en los países que más incondicionalmente le han venido apoyando. Ha empezado a virar la propia opinión israelí, hasta ahora fuertemente paralizada por el trauma que significó el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023. La conducción política de la guerra y la escasa atención prestada a los rehenes todavía retenidos en manos de Hamás han ensanchado las divisiones internas.

Pesan, por supuesto, las acusaciones por crímenes de guerra ante el Tribunal Penal Internacional y el litigio por genocidio en el Tribunal Internacional de Justicia. Personalidades de la derecha israelí, como el ex primer ministro Ehud Olmert, comparten la primera imputación, mientras que se va ensanchando internacionalmente el campo de adhesión a la atribución de la segunda acusación contra Netanyahu, formalmente más grave tratándose del llamado crimen de crímenes, sufrido precisamente por los judíos de Europa bajo el nazismo. No es extraño, porque la continuación de la guerra de Gaza se ha demostrado un instrumento de supervivencia política en manos del primer ministro para evitar la ruptura de un gobierno como el suyo, controlado y prácticamente dirigido por la derecha supremacista y racista representada por Itamar Ben Gvir y Bezalel Smotrich.

Mientras hablen las armas, sobran las palabras y la diplomacia, y quedan eclipsadas las dificultades políticas. Netanyahu ha superado por los pelos este pasado martes las dificultades de su Gobierno ante la conscripción de los piadosos jóvenes jaredíes, exentos de servir en el ejército para concentrarse en el estudio de la Torá, a pesar de que los diputados que les representan están en favor de la guerra. Mientras caen las bombas sobre Gaza y ahora sobre Irán, sigue la vista del caso de corrupción en el que está encartado por fraude, sobornos y abuso de confianza. Ninguna de estas debilidades hace mella en el espíritu belicista que le anima y le ha llevado, en una insólita fuga hacia adelante, a llevar la guerra sin fin a Gaza, Líbano, Siria, Irak e Irán, sin olvidar Cisjordania, donde la acción concertada de las milicias de los colonos y del ejército está trasladando el esquema de destrucción gazatí a los campos de refugiados donde puedan esconderse militantes de Hamás.

Para su último envite guerrero, que es el de mayor capacidad incendiaria, Netanyahu ha contado con dos argumentos surgidos de la intransigencia de Teherán, que sigue actuando con pretensiones de potencia regional. El ayatolá Ali Jameneí no quiere renunciar al enriquecimiento de uranio para usos civiles, mientras que Netanyahu solo considerará segura la supeditación de la industria civil iraní al enriquecimiento de uranio en instalaciones exteriores fuera de su control. Donald Trump, inicialmente dispuesto a aceptar las condiciones de Teherán, ha cambiado de posición en cuanto ha comprobado que estaba a punto de cerrar un acuerdo idéntico al que firmó Barack Obama y que él mismo denigró como el peor de la historia. Solo faltaba que el Organismo Internacional de la Energía Atómica declarara a Irán en ruptura con el Tratado de no proliferación por el nivel excesivo de enriquecimiento de uranio.

La mayor y más cruel ironía es que ambas debilidades, la de Irán y la de Netanyahu, expresan también la maduración de las condiciones para la paz. El entorno árabe se hallaba mínimamente preparado. Antes de que Trump regresara a la Casa Blanca, cualquier escalada se hallaba vigilada y amortiguada desde Washington. Ahora ya no es el caso. Bush, Obama o Biden no se lo hubieran permitido. Netanyahu tiene ahora carta blanca por primera vez en la historia. La ha tenido para arrasar Gaza y la tiene para la guerra abierta contra Irán con la que venía soñando desde que se sentó en el despacho de primer ministro.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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