El rastro deslumbrante
Ahora todo es la ruptura de la pareja. Pasará a los anales de la política: el secretario general del partido y la candidata a la presidencia de la República estaban separados de hecho desde hacía meses pero guardaron la noticia para evitar que influyera negativamente en los dos procesos electorales. Nunca se había visto una cosa así en un mundo en el que la exposición al público convierte con frecuencia las vidas privadas en culebrones mediáticos. Pero ahora ya está todo claro y Ségolène Royal intentará ella sola, o incluso enfrentada con su ex compañero, el asalto al partido con la misma determinación de Mitterrand cuando conquistó la mayoría en el congreso de Epinay en 1971 en el que se refundó el socialismo francés sobre las cenizas de la vieja SFIO (Sección Francesa de la Internacional Obrera). Como su viejo y ya desaparecido mentor político, deberá intentar la doble jugada de ganar y refundar el socialismo en un contexto muy distinto al de hace más de 35 años, con un Partido Comunista en liquidación y un izquierdismo fragmentado y disminuido.
Tendrá delante a Dominique Strauss-Kahn, el único por el momento que puede hacerle sombra, tal como ya muestran las encuestas. El ex ministro de Economía y Finanzas tiene mucha más experiencia política, está mejor preparado, y cuenta con mayor prestigio internacional. Pero fue derrotado en las primarias, en las que obtuvo un 20’83 por ciento de los votos de los militantes, frente al 60’6 que obtuvo Ségo. Pero también puede encontrarse con que se enfrenta con su ex y padre de sus cuatro hijos, François Hollande,que ya ha sacado las castañas del fuego al PS en varias ocasiones desde 2002 y estará tentado también a bregar por convertirse en el líder indiscutido del partido y no únicamente en el más alto funcionario que lo organiza para que otros, como Ségo y DSK, se presenten a la elección presidencial.
Royal ha jugado de out-sider, ha vencido a los viejos elefantes en las primarias, ha hecho la campaña al margen de la cúpula del partido, a su aire, con su propio equipo, con poco programa y mucho escuchar al público, y alentando la democracia participativa, algo que le ha valido acusaciones de populismo. A todo esto se ha atribuido la causa de su derrota, pero quizás no podía ser de otro modo en la fase de anquilosamiento en que se halla el PS. Hay un mérito que no se le puede hurtar a la señora Royal. Ha roto el maltusianismo del Partido Socialista. Esta es una expresión que utilizan Alain Bergounioux y Gérard Grunberg, historiadores y politólogos que han escrito probablemente la mejor historia del socialismo francés (L’ambition et le rémords. Les socialistes français et le pouvoir (1905-2005). Fayard). Entienden con ella que los militantes del PS, un partido formado sobre todo por cargos electos, mantenía unos pactos tácitos en las agrupaciones locales para preservar los equilibrios de poder entre tendencias, con el resultado de que el partido no admitía nuevos militantes, no crecía.
Hasta que llegó Ségolène, con su utilización de internet, los e-mails, los blogs, su movilización de los jóvenes y de las mujeres y los millares de nuevos afiliados arrastrados por estas nuevas formas de militancia y de participación (creo recordar que se ha dado la cifra de unos 40.000 nuevos afiliados con ocasión de la campaña presidencial). Si se analizan al detalle sus resultados electorales, se observan signos alentadores para Royal. Es verdad que recoge un 56 por ciento de los votos de los trabajadores y funcionarios del sector público, algo muy característico a fin de cuentas de la izquierda francesa. Pero ha recogido un 63 por ciento de los votos entre los menores de 25 años. Los jóvenes, las minorías y los diplomados son su público. No convenció al conjunto de las mujeres, que le dieron un 46 por ciento de los votos; pero las jóvenes entre 18 y 24 años votaron por ella en un 69 por ciento. Luego están los decantamientos de las minorías: los africanos en un 76 por ciento, o los musulmanes en un 94 por ciento. Pero en cambio, donde Ségo ha naufragado ha sido precisamente en la Francia obrera y modesta, en la tercera edad y en el campo. La modernidad y la juventud de sus electores contrasta en cambio con la sensación de que quien tenía el mensaje moderno y de ruptura era Sarkozy.
Es interesante señalar que los dos autores antes citados, Bergounioux y Grunberg, no mencionan ni en una sola ocasión el nombre de Royal en un libro de 600 páginas que llega hasta 2005. Les sucede como al analista político Alain Duhamel, que fue el primero en salir con un libro de retratos de los presidenciales (Les prétendants 2007, Plon) pero se olvidó o menospreció también a Ségolène y tuvo que añadirla en una nueva edición luego ya casi en plena campaña. La tesis de los estudiosos es que el PS, aunque es un partido que ha contado con la presidencia de la República y ya ha estado en el gobierno en varias ocasiones, sigue siendo una organización más adaptada a la oposición que al ejercicio del poder, de donde los socialistas salen normalmente como aliviados y cargados de remordimientos. “El ejercicio del poder no le satisface, no le basta –escriben los dos autores-. Quiere algo distinto. Como señalaba Léon Blum, quiere conseguir unas reformas que dejen ‘un rastro deslumbrante’”.
La llegada de François Mitterrand en 1981 fue fruto y se produjo gracias a la alianza con el Partido Comunista y tenía como objetivo abrir el camino al socialismo por la vía democrática, realizar en Francia lo que Allende no pudo en Chile. Duró muy poco la ensoñación y al poco tiempo Mitterrand ya estaba metido en políticas mucho más pragmáticas, ante el desastre de su política económica socialista, sobre todo cuando descartó felizmente salirse del sistema monetario europeo. Pero lo cierto es que el PS ha vivido siempre, por una parte, con el ansia y la tensión de realizar unas reformas que dejaran una profunda huella histórica, y por la otra, con la incomodidad de tener que gobernar pargmáticamente y alejado de sus principios. Bergounioux y Grunberg consideran que esto se debe a “la fuerza de la tradición revolucionaria francesa” y a que “la izquierda francesa ha quedado marcada, en casi todas sus componentes, por la voluntad de ruptura con el orden establecido, el acento situado sobre los conflictos, la pasión igualitaria y la convicción de que existía un sentido de la historia y que el pueblo era su actor principal”.
Dicho rápidamente, el PS francés, a diferencia de la casi totalidad de los partidos socialdemócratas europeos, no ha cruzado todavía el Rubicón de la modernidad y de la secularización política e histórica, para considerarse a sí mismo como un partido como cualquier otro, cuyo sentido se lo da la buena gestión de Gobierno con la correspondiente modulación ideológica que exige su electorado y su tradición política, claro está, pero sin ir mucho más lejos ni buscar grandes coartadas en la religión de la historia. Lo que Blair ha hecho con el Labour británico, lo que ya hizo la socialdemocracia alemana con la aceptación de la sociedad de mercado en el congreso famoso de Bad Godesberg de 1959, o el español con el felipismo, todavía no ha llegado a Francia, y ahora es cuando toca hacerlo. Esta es la tarea que se le impone a quien quiera dirigir la refundación de la izquierda desde el PS, sea Royal, sea Hollande o sea Strauss-Kahn. Y esto, ciertamente, es el tema de fondo de las elecciones legislativas del domingo, que le han dado al socialismo francés una sólida base de partida para hacer una buena oposición, tomar aliento y regresar al camino del gobierno.
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