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Ignacio Morgado, neurocientífico: “Lo difícil no es morir, es cómo mueres”

El psicobiólogo catalán acaba de publicar un libro sobre la consciencia, un enigma que quizás no seamos capaces de resolver. No descarta que una máquina pueda llegar a ser consciente

Jaime Rubio Hancock

Ignacio Morgado (San Vicente de Alcántara, Badajoz, 1951) dio un pequeño rodeo para acabar estudiando el cerebro: iba para ingeniero de telecomunicaciones, pero se puso a estudiar la carrera de Psicología, para luego pasarse a Medicina y terminar preparando su doctorado en la Universidad del Ruhr, en Alemania, ya en Psicobiología. Al regresar, fundó uno de los primeros laboratorios para estudiar la mente en la Universidad Autónoma de Barcelona, cuyo Instituto de Neurociencia dirigió más tarde.

Hablamos en su despacho de la universidad, justo al lado del laboratorio. Ahora es catedrático emérito y puede dedicar más tiempo a su labor de divulgación: además de dar conferencias y publicar artículos en EL PAÍS, ha escrito una decena de libros sobre cómo funciona el cerebro. El último es El espejo de la imaginación (2025, Ariel), sobre la consciencia, un enigma que, en su opinión, quizás ni siquiera estamos capacitados para descifrar. Pero tiene claro que la principal preocupación de la neurociencia han de ser las enfermedades cerebrales como el alzhéimer y el párkinson: “Hace más de un siglo que Ramón y Cajal estableció las bases de cómo funciona el cerebro y todavía no somos capaces de curar ninguna enfermedad neurológica”.

Pregunta. ¿Por qué no hemos podido curar ninguna de estas enfermedades?

Respuesta. Para investigar el cerebro se necesitan equipos multidisciplinares. No basta con neurólogos: hace falta un ingeniero en inteligencia artificial, un experto en investigación animal, un estadístico, un físico… Estas enfermedades son muy complejas y dependen de muchos factores que interactúan. Y el cerebro es extraordinariamente complejo. Tenemos 86.000 millones de neuronas, interconectadas cada una de ellas 5.000 o 6.000 veces con otras neuronas.

P. ¿Qué es la consciencia?

R. Podemos decir que es el estado que perdemos cuando dormimos sin soñar o cuando nos anestesian en un quirófano. ¿Pero cuál es su naturaleza íntima? ¿En qué consiste? No lo sabemos.

P. En el libro comenta que incluso es posible que no lleguemos a saberlo nunca.

R. Propongo que la consciencia ha evolucionado, por una parte, para ajustar con precisión nuestro comportamiento a las necesidades que tenemos en nuestro entorno. Y es muy flexible, está preparada para responder a cosas nuevas, nunca imaginadas o previstas. En esta parte soy algo original, pero no del todo. La segunda parte ya es una propuesta mía: la evolución no ha querido que sepamos qué es la consciencia porque no conocer ese misterio nos ayuda a creer en algo más allá de nosotros. Permite que tengamos ideas sobrenaturales que ayudan a sobrevivir y a soportar la idea de la muerte o una vida de pobreza, dolor y enfermedad. Crea resiliencia.

P. Muchas veces pensamos que el cerebro es el centro de la razón, pero las emociones son muy importantes.

R. Funcionamos más por emociones que por razón. Todos queremos vernos a nosotros mismos como seres racionales que tomamos decisiones tras meditar mucho, pero eso es mentira. Emoción y razón funcionan acopladamente en el cerebro. Alguien podría pensar que si no fuéramos seres sentimentales, emocionales, nos iría mejor, pero no es cierto, porque si solo razonáramos nos equivocaríamos mucho más.

P. ¿Las emociones nos hacen también manipulables? Como el miedo.

R. Absolutamente, el miedo condiciona nuestras vidas. Una de las cosas a las que tenemos más miedo es a la enfermedad. Por mi edad, las bombas caen cada vez más cerca y me encuentro con muchos amigos enfermos. En los últimos meses he vivido dos eutanasias de dos amigos. Lo malo, lo duro, lo difícil no es morir, es cómo mueres. El sufrimiento es lo peor que nos puede pasar en esta vida. Y sufrimos porque somos seres emocionales y porque tenemos consciencia. Un vegetal puede tener un daño, pero no sufre, no se entera.

P. ¿Somos nuestra mente?

R. Pues sí, fundamentalmente. Quítala y qué nos queda. Vivimos en una especie de metaverso. Una de las grandes ilusiones que crea el cerebro consiste en que miramos por la ventana y vemos colores y formas. Pero eso no existe, está en nuestra mente. Ahí fuera hay materia, energía electromagnética, moléculas, pero nuestro cerebro recibe el impacto de esa energía a través de los sentidos y crea la percepción de la luz, de los colores, de los olores, de los sabores…

P. ¿Cómo sabemos que los demás tienen una consciencia como la nuestra y perciben la misma realidad?

R. No lo sabemos. Lo intuimos. La característica genuina y primordial de la consciencia es la subjetividad. Mi consciencia es mía, solo mía; la tuya es tuya, solo tuya. Nadie puede entrar en la consciencia de otra persona. Tú asumes que yo soy un ser consciente por mi comportamiento, por cómo hablo, cómo me muevo, lo que digo, porque esperas que un ser consciente se comporte como yo me comporto.

P. Sin saber qué es la consciencia, ¿podremos programar una inteligencia artificial consciente?

R. Me da la impresión de que sí. Sobre todo si tienen razón mis colegas del California Institute of Technology, donde trabaja Christoff Koch, que es uno de los defensores más importantes de la teoría de la integración funcional. Esta teoría propone que la consciencia surge espontáneamente de los sistemas complejos. Si consiguiéramos crear un sistema tan complejo como el cerebro humano, Koch y sus colegas dicen que ese sistema sería espontáneamente consciente.

P. ¿Esa IA tendría derechos?

R. Ahí está el gran debate. Si una máquina de repente fuera consciente, primera pregunta: ¿cómo sabríamos que lo es? Segunda pregunta: ¿ese ingenio tendría un sentido del yo, sentiría que es algo o alguien como tú sientes que eres tú y yo me siento que soy yo? Tercera pregunta: ¿sentiría que es un agente causal? Es decir, ¿alguien que es capaz de tomar decisiones para cambiar cosas en su entorno? Cuarta pregunta, y ya estamos en la filosofía: ¿ese ingenio artificial llegaría a tener autoconsciencia? Es decir, ¿sería como un perro que tiene consciencia, o sería como un humano que es consciente de que es consciente?

P. En sus libros citas a menudo a filósofos. ¿Qué busca en la filosofía?

R. La filosofía es la madre de las ciencias porque proporciona las preguntas. Respuestas, pocas. Las respuestas las tiene que dar la ciencia. Es decir, son primas hermanas, se necesitan. Y, fíjate, todos los científicos que peinamos canas acabamos haciendo casi tanta filosofía como ciencia. Cuando nos hacemos mayores, ya no nos conformamos con saber cosas de las moléculas y de las neuronas. Queremos saber adónde va todo eso. Y la única forma es hacernos un poco filósofos.

P. ¿Nuestro cerebro ha evolucionado para enfrentarse al móvil y a las redes sociales?

R. Eso es terrible, porque abrimos el ordenador o el móvil y nos encontramos con 50 mensajes, muchos de ellos muy llamativos, que nos llevan de acá para allá, sin permitirnos detenernos en ninguno. Hemos dejado de profundizar. Se aprende mucho más leyendo un buen libro que leyendo 50 mensajes rápidos. Estamos cautivados por la inmediatez, sobre todo porque esos mensajes breves proporcionan refuerzo inmediato e intermitente. Es como cuando te comes un canapé en una fiesta: ese canapé abre el apetito para ir rápidamente a buscar otro, porque se activan los mecanismos cerebrales de la recompensa.

P. ¿Por qué es tan importante la lectura?

R. Porque proporciona experiencias que nunca podríamos vivir por nosotros mismos. Lo que una persona puede experimentar por sí misma es limitado, pero cuando nos sumergimos en un buen libro estamos viviendo no solo nuestra vida, sino la de otras personas: sus experiencias, sus fracasos, sus éxitos, sus motivaciones… Igual que las buenas series o los buenos podcasts.

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Sobre la firma

Jaime Rubio Hancock
Redactor en Ideas y columnista en Red de redes. Antes fue el editor de boletines, ayudó a lanzar EL PAÍS Exprés y pasó por Verne, donde escribió sobre redes sociales, filosofía y humor, entre otros temas. Es autor de los ensayos '¿Está bien pegar a un nazi?' y 'El gran libro del humor español', y de las novelas 'El informe Penkse' y 'Sitges'.
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