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ENSAYOS DE PERSUASIÓN
Columna
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Estancamiento e inflación a la vez: los estertores franquistas

Imaginen que en medio de esta carga testosterónica de los aranceles de Trump acontece un tsunami económico. Algo parecido sucedió en España hace medio siglo

Joaquín Estefanía

Imagínenlo un momento: en medio de esta carga testosterónica de los aranceles de Trump, acontece una movida en el sistema monetario global y quedan abolidos todos los procedimientos en vigor hasta este momento. Un tsunami económico. Algo parecido es lo que sucedió en España hace medio siglo, cuando Franco vivía sus últimos estertores y nuestro país se disponía a cambiar de Régimen para siempre: de un país totalitario a una sociedad abierta y democrática; de una economía arbitraria a un capitalismo más o menos homologable. Estos días se recuerdan aquellos tiempos por algunos de sus episodios más tremebundos.

Parecía un caso de mala suerte. Otra vez la pesadilla repetida en la historia de una transformación política de primera magnitud envuelta en una crisis económica mundial. Había ocurrido con la Segunda República, instalada en España en los inicios del crash del 29 y la Gran Depresión. A principios del año 1971, el presidente americano Richard Nixon toma una decisión revolucionaria: liquida las normas vigentes del sistema monetario internacional, suspende la paridad entre el dólar y el oro, y los tipos de cambio fijos. En definitiva, el republicano acaba con los restos de los acuerdos de Bretton Woods (no así con sus instituciones) con los que, en junio de 1944, a punto de finalizar la Segunda Guerra Mundial, 44 países de todo el globo se dotaron para actuar en los mercados monetarios.

Poco después, en 1973, se gesta la crisis económica internacional. En plena guerra del Yom Kipur entre los países árabes e Israel. En octubre de aquel año, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) —dominada entonces casi íntegramente por los árabes— ordena el embargo parcial de sus suministros de crudo. Como consecuencia se produce un alza generalizada de los precios, que se multiplicaron por cuatro. En ese año 1973, los precios del petróleo tienen tres tasas distintas: a principios del ejercicio el barril costaba 1,63 dólares; unos meses después estaba a 3,45 dólares; y en diciembre ya llegaba a 9,31 dólares. En enero de 1974 sube hasta los 14 dólares (en el momento de escribir esta columna, esta semana, el precio del barril de petróleo brent era de 65,74 dólares. En el año 1987 llegó a los 143,95 dólares).

España era casi totalmente dependiente de la energía exterior. Los efectos de esa primera crisis del petróleo (a finales de esa década de los setenta se reproduciría una segunda crisis) se vislumbran en las vidas cotidianas de los ciudadanos. La crisis no fue solo energética, sino también de otras materias primas que incrementaron de forma generalizada los precios. De golpe, España se encuentra con que solo las importaciones de productos petrolíferos representaban el 4% del PIB. Hay una caída muy significativa de la actividad industrial al disminuir la demanda de muchos productos, aumenta el desempleo, pero sobre todo se da un incremento espectacular de la inflación. La confluencia de estancamiento e inflación permite caracterizar a la crisis iniciada en 1973 y que continúa cuando Franco muere, como un fenómeno inusitado de estanflación, un neologismo que se instalará en los manuales de economía.

Los países de nuestro entorno, normalizados políticamente, comienzan a reaccionar con políticas económicas de austeridad (la temperatura de los hogares y de las oficinas se adecúa a las nuevas circunstancias, los coches circulan alternativamente según los días sean pares o impares, etcétera). España no hace nada. Franco está desapareciendo y los ministros de Hacienda Antonio Barrera de Irimo y Rafael Cabello de Alba son incapaces de articular políticamente las respuestas: con el jefe de Estado enfermo no se podían añadir más problemas a la sociedad. La represión a las crecientes movilizaciones de obreros y estudiantes por parte de los gobiernos de Carlos Arias Navarro (denominado “carnicerito de Málaga” por su papel en la Guerra Civil) no puede ser tan generalizada como los más franquistas deseaban. Quizá por ello se centra en el escarmiento de los fusilados del FRAP y de ETA.

En enero de 1976, apenas mes y medio después de la muerte de Franco, estalló todo.

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