Sophie Baby, historiadora: “Los jóvenes cantan el ‘Cara al sol’ porque no saben qué era. No se lo han contado”
La ensayista francesa, bisnieta de un judío fusilado por los nazis, dice que, más que a la Transición, hay que señalar a la democracia por la persistencia de la impunidad del franquismo


La Guerra Civil y el franquismo han atraído a hispanistas extranjeros tan sólidos y capaces de mirarnos desde fuera sin cargas emocionales, que algunos se han convertido en las mejores voces para entender nuestro pasado reciente, desde Ian Gibson hasta Paul Preston o Hugh Thomas. La lista no está cerrada y la historiadora francesa Sophie Baby, nacida en 1977, cuando Franco ya estaba más que enterrado, se sumó con fuerza a partir de su libro El mito de la transición pacífica y hoy renueva posiciones con ¿Juzgar a Franco? Impunidad, reconciliación, memoria, ambos en la editorial Akal. Bisnieta de un judío francés fusilado por los nazis, la historiadora quiso comprender, pero poniendo distancia a las emociones. Su nueva obra analiza la impunidad del franquismo y las dificultades del proceso de memoria. La cita es en un parque de Madrid hace una semana.
Pregunta. ¿El franquismo quedó impune?
Respuesta. En términos penales, sí, nunca fue juzgado y no lo será. Pero la sociedad ha conseguido cambiar su mirada sobre el pasado. La última Ley de Memoria Democrática condena la apología del franquismo. Un gran paso, pero hay muchas resistencias.
P. ¿Por qué cree que se rompió el consenso de la Transición?
R. Correspondió a un momento y a una voluntad global de reconciliación. No había otra forma de hacerlo. Luego se convirtió en una ideología legitimadora de la democracia de la que se han ido apropiando todos y que se reivindica como intocable. Pero el espíritu de consenso de la Transición se rompió en los noventa cuando se empezó a mirar desde una posición crítica. Además, el país se enfrentó a un shock al descubrir que era una inmensa fosa común. Esto despertó una conciencia para ir más allá del relato que se había aceptado sin más.
P. Muchos jóvenes cantan el Cara al sol. ¿Es un fracaso de la Transición?
R. No hay que imputar a la Transición todos los males de la democracia de hoy. Los fallos son más de la democracia que de la Transición, y eso no solo en España. Los neonazis y el neopopulismo de derechas suben en toda Europa. España a veces se considera solita en su excepcionalidad, pero no lo está.
P. ¿Ve peligro de regreso del fascismo?
R. Soy historiadora y el fascismo designa unos movimientos que nacieron en los años veinte y se impusieron en los treinta y cuarenta. No creo que lo que vivimos sea lo mismo. Son movimientos diferentes que tienen rasgos comparables, muy propios de nuestra modernidad. Decir que son un resurgir de algo pasado nos impide ver qué pasa hoy. La modernidad del siglo XXI está muy rasgada, con un relato democrático y del progreso roto, con la angustia climática muy presente y el sentimiento de no tener ninguna posibilidad de cambiar las cosas, sumado a la posición virilista y neomachista de los jóvenes. Forma parte de esa misma nebulosa en la que sobre todo los hombres blancos y virilistas se sienten en el fondo perdidos en el mundo actual.
P. ¿Es la factura de esa impunidad del régimen?
R. La derecha española, a diferencia de las derechas europeas, nunca asumió el paradigma antifascista post-1945. Las derechas europeas después de la guerra tuvieron que participar en la renovación del mundo, que se hizo bajo el modelo unificador de la lucha contra el fascismo. Pero la derecha española nunca luchó contra el fascismo, sino que es heredera de ello. Y esta ambivalencia del relato, de nunca condenar realmente el golpe ni aceptar que el franquismo fue una dictadura, facilita lo que estamos viendo: el desliz del discurso hacia una nueva extrema derecha. Hoy oímos que el franquismo no estaba tan mal, que era una manera de acabar con el caos de la II República y de la democracia. En los programas escolares el franquismo y la Transición ocupan una parte mínima y deberían ser el corazón si queremos educar a una ciudadanía abierta. Por eso los jóvenes cantan el Cara al sol, no saben lo que era. No se lo han contado. Es la consecuencia de la impunidad social.
P. ¿Es una excepción española?
R. En comparación con Francia o Alemania es una clara diferencia. Pero aquí reside la paradoja: allí se aprende desde niño lo que ha sido el nazismo y eso no ha impedido el auge de relatos revisionistas. Pedagogía y memoria son deberes democráticos, pero tampoco vacunan ni garantizan nada.
P. ¿Son necesarios los procesos de memoria para lograr la reconciliación?
R. La ONU ha publicado una guía de salida de los conflictos basada en principios de justicia transaccional: justicia, verdad, reparación y garantía de no repetición. Pero la historia nos enseña que hay multitud de vías. Después de 1945 hubo justicia, pero no memoria, que llegó décadas más tarde. Es un paradigma que viene de Hannah Arendt: para acabar con la irreversibilidad de la violencia solo hay dos caminos: castigo o perdón. El caso español combina todos esos instrumentos. Fue en los noventa cuando se impuso el deber de memoria. No es culpa de la Transición, sino de lo que no hizo la democracia o que hizo muy tímidamente.
P. ¿Los primeros gobiernos de la democracia perdieron la oportunidad de hacerlo?
R. Sí. Felipe González, sin duda. Pero una razón importante fue la violencia de ETA y del contraterrorismo. Es fundamental. Nunca se entrelazan, y yo lo intento en el libro. La persistencia de la violencia terrorista y la contraterrorista impidió hacer frente a la del pasado. No hay ni un momento de discusión sobre la violencia del pasado que no se interrelacione con la del presente.
P. ¿Porque era prioridad?
R. No solo. La representación que teníamos del pasado influía en el presente. La visión de ETA como heredera de la resistencia contra el franquismo impedía a parte de la sociedad ver lo que era, no fue hasta más tarde cuando la sociedad se levantó contra ella. No lo olvidemos.
P. Estamos contemplando una matanza o genocidio en Gaza ante la impotencia internacional. ¿No valen los mecanismos aprendidos de otras guerras?
R. Es terrible, pero no es sorpresa. Los instrumentos de derecho internacional que se impusieron desde 1945 se pararon en la Guerra Fría. Hubo un momento de multilateralismo utópico en los ochenta y noventa en que todos creíamos en la democracia. Yo crecí en esta esperanza de democracia global en todo el mundo, pero llegó la guerra de Yugoslavia, el genocidio en Srebrenica, Ruanda en 1994… Más y más masacres.
P. La presidenta de Comunidad de Madrid prohíbe actos solidarios con Gaza en los colegios, o Trump a Abás ir a la ONU.
R. En Francia también tenemos lo nuestro. Ahora que Macron reconoce el Estado de Palestina, el ministro del Interior en funciones prohíbe a los ayuntamientos izar la bandera palestina y las manifestaciones por Gaza. Oficialmente, por temor a desórdenes públicos, un miedo anclado en Francia desde la llegada del terrorismo islamista. La cuestión israelí y palestina siempre se ha utilizado en Francia como factor de enfrentamiento y puede estallar muy fácilmente. Genera un recelo total. El antisemitismo también está presente en Francia, es algo hipersensible y crece desde el atentado de Hamás. Por ello se quiere impedir lo que tiene que ver con Gaza, por la posibilidad de degenerar en acto antisemita.
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