Ir al contenido
_
_
_
_

Retrato del pensador adolescente: el renovado interés de los jóvenes por la filosofía

La adolescencia es una época de dudas, de conflictos, de nuevas experiencias y de apertura al mundo. En este contexto no tiene nada de extraño que los más jóvenes encuentren en la filosofía una herramienta para enfrentarse a la incertidumbre, para hacerse preguntas y para intentar contestarlas

Pensador adolescente
Mar Padilla

Si, como decía Hegel, el conocimiento llega cuando el cambio ya ha pasado, entonces cuando estás viviendo a full un proceso de mutación tan salvaje como la adolescencia, el pensamiento se convierte en una demoledora coctelera filosófica.

Es una edad donde todo son preguntas, un tiempo en el que eres capaz de ver –como con rayos infrarrojos– un campo casi infinito de posibilidades, dudas y terrores, una época en la que sueles cuestionar lo que se da por sentado. Y eso es, esencialmente, la filosofía.

Según el joven pensador catalán Leo Espluga (Castelldefels, 2001), la adolescencia está a medio camino entre el agotamiento del paradigma de la infancia y el de la edad adulta. Es un momento atravesado “por el hecho de vivir en un periodo de interregno, con todos los monstruos que ello comporta”, donde “sientes que estás a las puertas de algo importante, una especie de not yet que no acaba de llegar”, afirma en conversación telefónica.

Él no era buen estudiante, y cuando en su instituto lo expulsaban de clase ojeaba al tuntún los libros de filosofía de bachillerato. A medida que su mala conducta persistió, su atención por aquellos libros aumentó, hasta transformarlo casi por completo. Confiesa que la filosofía le enamoró tanto que entender a Parménides fue una de las cosas que más le han emocionado en la vida. A partir de entonces decidió lanzarse de lleno a bucear en las cuestiones del pensamiento, y no le va mal: tiene un canal de divulgación filosófíca en YouTube con casi 40.000 suscriptores, 84.000 seguidores en TikTok y colabora en varios medios de comunicación.

Daniela Martín Duarte, que tiene 17 años y es estudiante de Bachillerato en el instituto Antonio Machado de la Línea de la Concepción, también ha decidido tirarse de cabeza a la filosofía. “Desde pequeña me daba por pensar, pero solo fue al comenzar a dar clases de Filosofía cuando me di cuenta de que eso no era algo negativo, sino una salvación”, explica por teléfono.

Al estudio de la filosofía y sus circunstancias solo le encuentra virtudes. “Ayuda a no dejar las cosas tal como son, a ponerlo todo patas arriba. Estamos demasiado aferrados a las comodidades, pero eso no conduce a nada, y puede llevar al peligro de oxidarse. Tenemos miedo a lo desconocido, pero ese vacío es el que da respuestas, el que nos hace sentir vivos”.

La estudiante gaditana todo lo cuestiona, y en contra del tópico adolescente por excelencia, no siente ningún tipo de simpatía por los teléfonos móviles en particular ni por las pantallas en general. Y así lo reflejó en su artículo Como ilusión de verano, con el que ganó la XI edición de la Olimpiada Filosófica de Andalucía. “Es que crees que estás pasando el rato, pero en verdad estás entregando tu tiempo a las empresas. Es un falso ocio. Es como estar siempre bajo los efectos de un paracetamol”.

Espluga también concede mucha importancia a la idea de estar despierto, de prestar atención, y en eso la filosofía es una gran aliada. “Es una respuesta no paternalista a tus inquietudes. No busca ni quiere nada de ti. Te acompaña, te sientes escuchado y te sientes visto, pero desde una mirada honesta y cruda. Y esa crudeza es importante en la adolescencia”.

Daniela comparte esa percepción. Ahora que ha descubierto la filosofía no tiene miedo a nada. Dice que el miedo es, precisamente “el mayor destructor de sueños”, y que lo que hay que hacer es buscar lo que nos enciende. Por eso, para la estudiante gaditana, en los institutos deberían cursarse más horas de esta asignatura, porque ayuda a mirar con ojos críticos a la realidad, y ayuda a profundizar en lo que se decide y en lo que se hace.

Tras varias amenazas con retirarla, en Educación Secundaria los institutos ofrecen la asignatura Educación en Valores Cívicos y Éticos, que incluye estudios sobre pensamiento crítico y filosófico, y la posibilidad de elegir Filosofía como optativa, mientras que en Bachillerato es asignatura obligatoria.

Ana de Lacalle, autora de Filosofía desde las entrañas (Tierra Ignota, 2025), ha sido profesora de esta asignatura durante décadas y denuncia que vivimos en una sociedad cargada de tópicos con respecto a los adolescentes, a los que se tacha con demasiada facilidad de ser unos individualistas hedonistas de pensamiento débil. “A veces, ellos apuntan en clase las preguntas que realmente importan”, explica por teléfono. Y contra el lugar común, De Lacalle recuerda que la palabra adolescente no deriva del verbo adolecer —padecer o tener algún defecto—, sino de adolescere, que en latín significa crecer a pesar de las dificultades. Hay que dar tiempo, espacio y mucho aire a lo que se está desarrollando. Antes y también ahora.

Cerveza y desencanto

Una tarde del pasado invierno se celebró el Bivac, un festival de pensamiento joven vehiculado por el departamento de Mediación del CCCB que crean y organizan una quincena de jóvenes de entre 18 y 25 años sin instrucciones a priori. “Lo hacen según sus registros, con mucho humor y autoironía. Es una forma de aprendizaje, de producción cultural propia, donde el proceso es tan importante como el resultado”, explica Susana Arias, responsable de Mediación del centro.

La arquitecta Carmen Salas en uno de los actos del festival Bivac, celebrado en Barcelona el noviembre del año pasado.

En su tercera edición, este Bivac (fer vivac significa pasar la noche al raso, al aire libre, en catalán) gira alrededor de la sensación de desencanto entre los jóvenes. Por eso lo han bautizado con el título Fomento de la Lucha por las Oportunidades Perdidas (FLOP). Nada más empezar, las conductoras del festival, las jóvenes actrices Mariona Pagés y Clara Sans, advierten contra la simplificación de los discursos, “porque eso nos lleva derechas a la ultraderecha”. Y después animan a todos los asistentes a abrirse y participar. “Vamos a ponernos a ello. Hay que pensar de manera lateral, ¿o quizás mejor en diagonal?”, preguntan con un cómico rictus filosófico a lo Simone de Beauvoir.

Entre cervezas y trozos de pizzas se va desgranando ese aire de derrotismo que se percibe entre los jóvenes, y se busca activar estrategias colectivas. Bajo el mantra “fracasos individuales, soluciones colectivas”, se debate sobre la perspectiva de la falta de trabajo, la falta de vivienda y la falta de futuro en general.

Ante más de un centenar de adolescentes y jóvenes, Espluga habla de “la hiperproducción de parálisis”, que impide crear alternativas; la antropóloga María Barrier propone “dejar de hiperobservarnos y de hiperobservar a los otros” y pasar a la acción, y la periodista y escritora Anna Pacheco anima a desperezarse del temor a enfrentarse “al abismo de las relaciones personales”.

Después, un rato antes de que irrumpa la música de Irieix, el colectivo L’Última Merda elabora en directo una carta destinada a un imaginario Departamento de Recursos Humanos para participar en un festival de pensamiento en el que se presentan casi como esclavos, porque la consigna es “sí a todo. No es versatilidad, es precariedad”.

A lo largo de estos años de experiencia, a Susana Arias le han sorprendido las ganas que tienen la mayoría de jóvenes de hacer cosas en un entorno no digital. “Buscan mucho un entorno físico. Quieren usar el papel, ir a enganchar carteles, hacer fanzines… Están ávidos por hacer cosas manuales, por tener experiencias reales”, dice, y denuncia la falta de lugares de encuentro libres, sin necesidad de consumo y más allá del ocio nocturno. “Todos los jóvenes quieren intervenir en el mundo. Ahí fuera hay un tejido muy vivo, pero necesitan espacios alternativos, espacios de ensayo y experimentación”, advierte Arias.

Sentado en un café de l’Eixample, en Barcelona, el sociólogo Miquel Missé (Barcelona, 1986), autor de Adolescentes en transición, coescrito junto con Noemí Parra, también subraya la necesidad de ofrecer a los más jóvenes un espacio propio y sin tecnología. “Están sumergidos en una sobresaturación. La sensación es que todo es tan abrumador que puede llevar a la parálisis”, advierte.

A su vez, de su propia experiencia en proyectos con adolescentes destaca la percepción de que viven una época de esplendor y también de vértigo, una situación en la que casi todo está desregulado: el mercado, y también los sentimientos, las creencias o los valores. Y para Missé, la suya es una edad en la que, paradójicamente, necesitan una estabilidad y ciertas normas. “Viven un momento en el que reflejan malestares, rupturas y colapsos, y eso hay que acompañarlo”, dice.

Según Missé, las lecturas y los encuentros relacionados con la filosofía y la literatura son grandes herramientas para ayudarles a cuestionar y repensar formas de vida a veces demasiado rígidas, ayudando a transformar el imaginario social. Y alerta: “Los adolescentes son superimportantes. Muchas veces se los da por perdidos, cuando lo que hay que hacer es ir a buscarlos, porque son los que tienen que encarnar el mundo”.

Código sobre código

Durante la adolescencia llega, con toda su brutalidad y crudeza, la percepción de abrumadoras desigualdades y de mandatos sociales y culturales, la mayoría de ellos envueltos y hundidos en la oscura pantalla del teléfono. Y no es fácil vivir eso.

Pero no son tan ajenos a los adolescentes que fuimos los adultos de ahora. “Yo he encontrado más similitudes que diferencias —explica el cineasta Jonás Trueba por teléfono—. Sí, están los móviles, las redes, pero eso me parece más anecdótico que otra cosa. Con la inteligencia artificial y todo eso, ya se verá”.

Su opinión es importante. Trueba dirigió el documental Quién lo impide (2021), para el cual convivió, grabó y escuchó a lo largo de varios años a un grupo de jóvenes de Madrid de entre 15 y 18 años. “Unos piensan en la adolescencia como si fuera la edad de la estupidez. Pero yo creo que es la edad de la inteligencia, del deseo, de la frescura, de la intuición, de la energía, del despertar”.

Durante el proyecto, el cineasta madrileño recordó sus propios patrones de pensamiento adolescente, esa forma de reflexionar hacia dentro y hacia afuera a la vez. Esos momentos de construirse una identidad y de aprender —o no— a relacionarse con uno mismo, con la gente del instituto, con los amigos, con el barrio y con el mundo. Quizás por eso en un momento del documental uno de sus protagonistas confiesa: “Esta etapa es como un agujero negro. Es agotador”.

Quién lo impide, el título de la obra de Trueba, es también el título de una canción de Rafael Berrio que dice: “Quién lo impide / nadie lo impide / tomarías el camino que corre lejos del arcén / el que toman aquellos que no se arrepienten”.

Desde otro rincón en Barcelona, Julia Amor —en realidad, Júlia Coll, que tiene 25 años—, compone y canta canciones como Herida, Superextraño o Algo para pasar los días, en la que el estribillo insiste en la idea de buscar, motor de conocimiento por excelencia. “Sí, en mis temas hay mucho de búsqueda, de no saber. Antes me preocupaba, lo vivía como algo negativo, pero ahora pienso que es un superpoder”, dice la joven cantante en conversación por teléfono.

Hablando sobre adolescentes, sobre adultos y sobre las percepciones entre unos y otros, Coll no acaba de ver esa especie de corte abismal entre edades. “Muchas personas mayores tienen prejuicios sobre la gente joven, pero a mí me parecen interesantes todos”, dice.

Coll le da muchas vueltas a la forma en la que vivimos ahora. Y es muy crítica: “Ahora todo es demasiado instantáneo, todo se muere muy rápido. Me gusta más la idea de que, por ejemplo, para tener un vinilo hay que ahorrar, los escuchas, los miras, vas a muerte. La sensación es que vamos sin rumbo y que delante hay un acantilado”, dice. A ella le gusta mucho Robe y Abba, en sus vídeos salen dinosaurios y walkmans, y acaba confesando que le obsesiona el pasado. Pero no idealiza nada. “El mundo ha sido chungo siempre. No es que ahora seamos peores o más sensibles”, afirma.

Hay que conceder tiempo, y dejarse de lugares comunes. “A los jóvenes se les condena a la indiferencia o a la criminalización”, alertó hace poco el novelista Pol Guasch a la periodista Ana Pantaleoni en una entrevista en este mismo periódico.

Meses después de estrenarse, la serie Adolescencia en Netflix, aún sigue en boca de muchos. Pero Nora B. (Barcelona, 2011) no le ve sentido a la desorbitada simplicidad del debate. “No entiendo por qué se llama de esa manera. Como si todos los adolescentes fuéramos así. ¡Es como si un señor mayor mata a otro y titulan a la película Madurez, o un chico de 20 mata a alguien y la llaman Juventud!”, suelta en una conversación por las calles del barrio de Sant Antoni, en Barcelona.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Mar Padilla
Periodista. Del barrio montañoso del Guinardó, de Barcelona. Estudios de Historia y Antropología. Muchos años trabajando en Médicos Sin Fronteras. Antes tuvo dos bandas de punk-rock y también fue dj. Autora del libro de no ficción 'Asalto al Banco Central’ (Libros del KO, 2023).
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_