Slavoj Žižek, filósofo: “La sabiduría es lo que más odio, es una absoluta estupidez conformista”
El pensador esloveno, siempre polémico y políticamente incorrecto, considera que los viejos buenos tiempos de la socialdemocracia liberal son historia. En una entrevista exclusiva, dice que estamos ante una nueva era en que no podemos pensar en un mundo mejor, si no, simplemente, en sobrevivir


Slavoj Žižek detesta las fiestas. Detesta parlotear, detesta pasar de un corrillo a otro, detesta las cenas largas, detesta incluso dar clase. “En mi vejez me estoy volviendo muy misántropo. Odio a la gente”. También detesta la sabiduría, y la idea de una muerte lenta. La lista de las cosas que odia se nutre considerablemente a lo largo de esta entrevista, no es hombre de medias tintas, no tiene pelos en la lengua.
Es un agitador de conciencias, un filósofo controvertido, un hombre que navega a gusto en las aguas de lo políticamente incorrecto. Le gusta provocar, provocar con lo que dice, provocar con sus ideas. A menudo, cuando va a soltar una de sus perlas, avisa y desliza un “sé que esto va a ser polémico”, y se lanza. En ocasiones también, arma el taco y luego recoge cable. Como dice la filósofa catalana Marina Garcés, es un hombre que entiende la filosofía como un acto de radicalidad incómodo que no tiene por qué contentar a nadie.
El pensador esloveno, de 76 años, uno de los más influyentes y populares de los últimos tiempos —caló con fuerza entre cierta izquierda alternativa (en el caso de España, heredera del 15-M) y también encuentra eco entre comunistas y rojipardos—, se declara marxista, heredero del idealismo alemán de Hegel y de las ideas del psicoanalista francés Jacques Lacan. Siempre crítico y mordaz con el devenir del sistema capitalista —léase, por ejemplo, Problemas en el paraíso (2016)—, tan amado como criticado, acaba de publicar nuevo libro, Contra el progreso, editado por Paidós, una recopilación de 13 ensayos publicados aquí y allá —algunos en la plataforma Substack— en los que intenta alertar de aquello que se esconde bajo eso que nos presentan una y otra vez como progreso, un tótem sagrado bajo el que circulan a su aire las motos (que nos venden con esa etiqueta presuntamente indiscutible).
Prolífico, verborreico, que dirían algunos, explica que no lleva la cuenta de los libros que ha escrito, pero que son más de 50 seguro —entre ellos, El sublime objeto de la ideología (1992), El espinoso sujeto (2001) y Demasiado tarde para despertar (2024)—. En estos tiempos, le preocupa la deriva del mundo, alerta de que nos vayamos preparando para grandes emergencias y observa, paradojas de la historia, cómo las nuevas derechas populistas están usando un lenguaje pseudorrevolucionario mientras la izquierda parece haber tornado en guardiana de la ley y el orden. “Como señala Varoufakis, y ya está ocurriendo”, dice, “lo que Trump y los populistas están haciendo es, en la práctica, una revolución; no es una revolución socialista pero están cambiando radicalmente el capitalismo tal y como lo conocemos. La nueva derecha populista es la que está haciendo una revolución”.
La entrevista se celebra por videoconferencia por petición expresa del entrevistado —en Ideas siempre hacemos las entrevistas presenciales, salvo cuando no queda más remedio: es el caso—. Žižek se muestra pleno de energía y humor, es un hombre apasionado, se vuelca sobre la pantalla del ordenador para hacer llegar de manera aún más enfática su mensaje, exclama, grita, enfatiza.
Pregunta. El reconocido filósofo alemán Peter Sloterdijk dijo en Berlín, en una entrevista que le hicimos en julio de 2024, que usted era uno de los pensadores que más le interesaban del tiempo presente. ¿Qué le parece?
Respuesta. Paradójicamente Peter Sloterdijk es uno de los pocos filósofos contemporáneos con los me siento realmente conectado. No es un neoconservador, como algunos piensan, él ve los peligros de lo que consideramos progreso. Creo que es muy consciente de que la era del Estado de bienestar democrático y social europeo se ha acabado.
P. Sloterdijk dijo entonces que usted realmente ha introducido una dimensión de humor negro en la filosofía, el único tono que realmente faltaba. Algo que tiene gran mérito, comentó, por el coste de renunciar a la pretensión de seriedad.
R. Acepto absolutamente esta caracterización, pero creo que con mi humor negro solo reproduzco fielmente nuestra realidad objetiva. Mire lo que ha ocurrido en los últimos días en Israel. La movilización de decenas de miles de soldados para la limpieza étnica total de Gaza. Echan a todos los palestinos y ya sabe cómo lo justifican, lo primero, en términos religiosos. Israel se está volviendo más fundamentalista que los países árabes que lo rodean. Hoy, formalmente, actúa del mismo modo que el ISIS, justifica sus decisiones políticas refiriéndose a sus textos sagrados. Y luego su Gobierno va y dice que están haciendo todo esto para proteger a los palestinos porque en Gaza no se puede vivir. Si esto no es humor negro, no sé lo que es.
P. En su nuevo libro se define como un “comunista moderadamente conservador”. ¿Esto qué significa?
R. Significa que soy simplemente comunista, no de un modo teórico o complejo. Mire nuestro mundo hoy en día. Tenemos al menos tres megaproblemas: la guerra nuclear, la crisis ecológica y la inteligencia artificial. Hablando de inteligencia: se han hecho estudios que miden periódicamente el cociente de inteligencia. Dejan claro, sin ambigüedades, que, desde 2010, la mayoría de la humanidad somos cada vez más estúpidos, literalmente. Nos apoyamos tanto en lo digital que, simplemente, pensamos y razonamos cada vez menos. Hasta 2010 éramos un poco más inteligentes cada año. Ahora la tendencia es para abajo. ¿Qué podemos hacer? Necesitamos de una cooperación global para afrontar esto, la catástrofe ecológica y el peligro de una nueva guerra nuclear. El comunismo para mí no es el viejo politburó estalinista. Necesitamos más formas obligatorias de cooperación. El apagón en España demostró que precisamente porque estamos tan desarrollados e interconectados somos mucho más vulnerables. Ahora, un pequeño accidente, una relativamente pequeña catástrofe natural, lo paraliza todo. Para confrontar estos problemas necesitamos comunismo, entendido como mecanismos de coordinación, que no se pueden dejar a los mercados, que limiten la soberanía de los Estados.
P. Sí, pero esto ¿cómo se implementa?
R. Soy pesimista. Vivimos en una era del desconocimiento. Hablamos de las catástrofes, pero no nos las tomamos en serio. Queremos gastar un poco más en ecología, blablablá, pero queremos seguir con nuestras vidas relativamente confortables. Aún no hemos sufrido una amenaza lo suficientemente fuerte.
P. ¿Podríamos tener estas vidas confortables, como usted dice, con alguna fórmula de comunismo supranacional?
R. No hay que pensar en un comunismo en términos totalitarios. Voy a decir algo aún más loco. ¿Sabe lo que me gusta, irónicamente, de Donald Trump? Proclamó la emergencia nacional. Lo hizo por motivos equivocados, por el tema de las fronteras. Pero creo que debemos aceptar que nos aproximamos a una emergencia global con los problemas que tenemos.

P. ¿Trump está haciendo lo adecuado por razones equivocadas? ¿Qué es lo que está haciendo bien?
R. Gobernar por decreto en una situación de emergencia. Estamos en estado de emergencia. La democracia, y aquí soy muy pesimista, está perdiendo su eficacia. Lo que estoy diciendo es muy problemático, pero vienen tiempos en los que necesitamos decisiones más rápidas y eficaces. Se hizo durante la pandemia, y España lo hizo bien. Decisiones centralizadas pero conectadas con la sociedad civil y las organizaciones sociales. La pandemia fue un buen ejemplo de lo que nos espera, un estado de emergencia.
P. Entonces, ¿la democracia no es eficiente en situaciones de emergencia?
R. Yo apoyo la democracia, no estoy loco, necesitamos una libertad de prensa genuina, el poder debe recibir auténtico feedback de lo que la gente piensa, y sé bien que esto no sucede en China. Pero ante una emergencia, la gente prefiere la eficiencia, la acepta. Debemos encontrar, dentro de la nación Estado, formas de cooperación que vayan más allá de la estructura partido en el Gobierno, oposición y demás. Con ese tipo de régimen, la atención se ve limitada por las siguientes elecciones. Lo que admiro de China es que, claro, no tiene democracia, pero sus líderes no piensan cómo van a sobrevivir los cuatro próximos años, sino en qué será de China a largo plazo. Creo que es una cuestión de supervivencia. En los próximos dos o tres años, puede que no pase nada grave. Pero mi axioma es que estamos acercándonos a estados de emergencia.
P. ¿Y necesitamos autocracias para hacerles frente?
R. Voy a un aspecto aún más problemático. No estoy contra los líderes carismáticos. Un buen líder es el que te da esperanzas. No se habría acabado con el apartheid sin una figura como Mandela.
P. A Churchill se le atribuye esa frase de “La democracia es el peor sistema posible, exceptuando todos los demás”. Con el capitalismo nos pasa un poco lo mismo, ya hablaba usted de ello en su libro Problemas en el paraíso. Es, injusto, destructivo, sí, pero ¿cuál es la alternativa? ¿Cuál es la alternativa a la democracia y al capitalismo?
R. Aquí le daré una respuesta que, de nuevo, es muy problemática para muchos. Aunque tengo desacuerdos con Yanis Varoufakis, coincido con él en que la izquierda estaba soñando con la decadencia del neoliberalismo y llegó Trump y fue más allá. Trump es el que ha abolido, más o menos, el neoliberalismo. La era que Nixon abrió en 1971 se acabó. Lo que la izquierda tiene que hacer es olvidarse de esta vieja y naif idea de que Trump es un error, que debemos volver al Estado de bienestar pretrumpiano, prepopulista, no. El modo en que este funcionó nos condujo al neoliberalismo. Y Trump paró, mejor que gran parte de la izquierda, la crisis del capitalismo liberal. Aceptando esto, la izquierda deberá inventar algo nuevo o será su final.
P. Y entonces, en su opinión, ¿qué es lo que debe hacer la izquierda?
R. Sé que es problemático, pero la izquierda debe pensar, no diré en abolir el mercado o el capitalismo, pero sí en someterlo a un control colectivo más fuerte. Incluso si ello implica un Estado más fuerte, pero no me refiero al Estado nación. Yo creo en un control más global, primero paneuropeo, pero luego global. Ante las amenazas ecológicas, los desastres naturales y la inteligencia artificial, tiene que haber una cooperación global más fuerte.
P. Con todas esas amenazas que tenemos por delante, ¿es posible pensar en un mundo mejor?
R. En esto soy pesimista. No quiero imaginar un mundo mejor. Tenemos que tener claro que los viejos buenos tiempos de la socialdemocracia liberal pasaron. Las reglas han cambiado. No podemos hablar de un mundo mejor, sino de supervivencia colectiva, de continuar con algún tipo de vida normal, con libertades, en un estado de emergencia.
P. Cambiemos de tema. Las críticas contra lo woke arrecian tanto desde la derecha como en la propia izquierda. ¿Está contra el wokismo?
R. Yo estoy contra la cultura de la cancelación. Entre la gente que practica la cultura de la cancelación se supone que el objetivo oficial es promover la diversidad, la inclusión. Pero lo que hacen en realidad es excluir a aquellos que no aceptan su definición de inclusión y demás. Si observas la cultura woke en detalle, es gente de clase media alta, apuntando a gente de clase baja.
P. En El sexo y el fracaso del absoluto (Paidós) abordaba usted el tema de las relaciones entre hombres y mujeres en tiempos en que se ha puesto en el centro el concepto del consentimiento. ¿Cómo se sitúa en el debate sobre el consentimiento?
R. No me gusta que todo gire en torno al consentimiento. En la prostitución también puede haberlo. La verdadera violencia y explotación en las relaciones sexuales puede asumir la forma de algo consentido.
P. Y usted está en contra de la prostitución, claro.
R. Por desgracia, sí. A pesar de que ahora lo liberal es decir por qué no, en esto soy, tal vez, muy naif. Creo que el sexo es algo íntimo.
P. ¿Cómo describiría el punto en el que se encuentra en su vida?
R. Estoy triste, estoy en pánico porque estoy haciéndome viejo. Soy un workaholic, yo no trabajo para vivir, vivo para trabajar. Tengo 76 años, necesito dormir mucho y estoy perdiendo facultades para trabajar. No me gusta. No creo que la edad aporte ninguna sabiduría.
P. ¿No aporta sabiduría?
R. ¡No! ¡La sabiduría es lo que más odio! Hay un dicho muy vulgar en Eslovenia que dice: no puedes orinar contra el viento, ja, ja. La sabiduría es una absoluta estupidez conformista.
P. Permítame hacerle una última pregunta y siéntase libre de no responderla. ¿Piensa usted en la muerte?
R. No. Yo quiero morir como mi amigo Fredric Jameson, de un ataque al corazón. Odio la idea de morir lentamente, pensando en cuál será mi legado, blablablá, quiero trabajar hasta mi muerte. Dormirme pensando que mañana será otro día y no despertar. No puedo imaginarme a mí mismo, sentado como un viejo idiota, sin trabajar. Incluso me quitaría la vida.
P. ¿Se quitaría la vida?
R. No quiero dolor. Yo no tengo miedo a la muerte, tengo miedo a morir lentamente y con dolor. Si me enterara de que mi esposa o uno de mis hijos muere, mi primera pregunta sería: ¿cómo fue? Si fuera un accidente, instantáneo, diría: ah, pues vale. Y seguiría trabajando en mi ordenador. Si fuera una muerte lenta y con dolor, no podría soportarlo, probablemente me quitaría yo también la vida.
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