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TRABAJAR CANSA
Columna
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Fingir ser inteligente todo el rato es muy cansado

Frente a las máquinas, los humanos somos imbatibles en lo absurdo, como el Tour, donde nada tiene sentido

Tour de Francia
Íñigo Domínguez

Un amigo que escribe columnas, llamémosle Perico el de los Palotes, hizo ante mí un experimento. Le dijo a ChatGPT: escribe un artículo de opinión sobre este tema, de tantas palabras, al estilo de Perico el de los Palotes (o sea, él mismo). En dos segundos, dos, salió un artículo que podía haber escrito él. Con su estilo, sus ideas, sus muletillas, sus despropósitos. Terrorífico. Me lo mostró como una especie de Frankenstein, como si luego fuera sencillo volverlo a dormir. Pero estaba claro que nada volvería a ser igual ante el reto más temible para un ser humano: resistir la tentación de trabajar lo menos posible. Lo difícil ya estaba hecho, crear el autor real (el auténtico Perico el de los Palotes), con seguidores y tal, con un fondo de armario de años de artículos donde la inteligencia artificial puede inspirarse. Luego, todo es dar el fatídico paso hacia la subcontratación de la personalidad. Supongo que un día no se te ocurre nada y lo puedes hacer por probar, como un juego. Total, podrías haberlo escrito tú, y quizá el programa hasta lo hace mejor, tiene más gracia, y en realidad, te dices, tú eres el dueño del personaje real. Es más, si no sabes qué pensar de un asunto le puedes preguntar y te lo dice: según tu trayectoria, lo listo que te crees y donde trabajas, tú deberías pensar tal y tal.

En fin, ya no leo igual a mi amigo, sino intentando averiguar si es él o no, si ha caído o no en la tentación, aunque me juró que nunca lo haría. Y lo siguiente que pensé es que tal vez ya lo hacen otros columnistas, sobre todo los que son monotema. Y quizá se están escribiendo novelas así, y discursos del Congreso. Y comprendo que ahora mismo ya sospechan ustedes de mí. Pero lo peor es que no sé qué podría hacer para convencerles de que soy yo el que está aquí, que no están leyendo a un robot. Miren en qué situación tan ridícula nos encontramos ahora ustedes y yo, al llegar a este punto y aparte.

En fin, cada vez me siento más asfixiado por tanta mistificación, vídeos de mentira, políticos de pega y hasta desconfío de mí mismo. Aprecio más lo que es insustituible, infalsificable. Como el Tour. Es en lo absurdo donde el ser humano es imbatible. Nada tiene sentido, ni esos tipos subidos en una bici cinco horas sufriendo, ni toda esa gente acampada con silla y nevera solo para verlos pasar unos segundos, disfrazados de Obélix y haciendo el tonto. Y luego ver la dulce Francia desde el aire, las montañas nevadas, los castillos, las abadías, el ambiente veraniego en los pueblos. Aclaro que no entiendo nada de ciclismo, no soy el típico aficionado pesado, pero no sé, me reconcilia con la humanidad. El público anima a todos los corredores, del primero al último, no hace distinciones. Esto no ocurre en ningún deporte, me parece, salvo el maratón. Tampoco que el deporte pase por tu calle, por tu casa, generalmente por donde nunca pasa nadie. Ves señoras mayores sentadas en la puerta porque el Tour va a verlas, no van ellas a ver el Tour, porque no irían en la vida. Y no sé si hay algo más romántico que un corredor desconocido que contra toda lógica se escapa (el concepto de escapada es maravilloso), y se hace 100 kilómetros él solo, pensando en sus cosas, en que no sabe si lo conseguirá o no, soñando que a lo mejor sí, y por un día será un héroe. Todos estamos con él en esa bici, queremos que lo consiga: escapa, escapa, corre, que no te cojan. Pues eso haré yo ahora. Me despido hasta septiembre. Esto de fingir que uno es inteligente, y natural, todo el rato es muy cansado, pero a la vuelta prometo no darles el cambiazo y no colarles un robot. Feliz verano a todos.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.
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