Arancha Martínez Fernández, la mujer que cambió las altas finanzas por los niños de la calle
La activista madrileña, premiada por la Comisión Europea, ha ideado un sistema de trazabilidad que ayuda a miles de menores pobres

Cuando aterrizó en Nueva Delhi, la megalópolis de más de 25 millones de habitantes, le atropelló un tsunami de imágenes: un enjambre de motos y tuck tuck, templos de dioses elefante, telarañas de cables, olores espesos, vacas que deambulaban, un ferrari en medio de la supervivencia, cientos de pieles de ébano que la observaban como si se tratase de un extraterrestre. Y los niños de la calle, invisibles, y que desde el primer instante causaron un cortocircuito en su vida.
La economista madrileña Arancha Martínez Fernández (40 años), premio Women Innovators 2020 de la Comisión Europea, llegó a la India empujada por una premonición. Trabajaba en Dublín para la firma de inversiones Merril Lynch buscando estrategias para aumentar el rendimiento de sus clientes. Había estudiado Empresariales en ICADE, vivido en París y preparaba su mudanza a Londres. El perfil de una persona privilegiada, como ella lo recuerda. Quería hacer un voluntariado y aquellos niños de Nueva Delhi que se diluían por el retrovisor dinamitaron su vida. Ya nada podía ser igual, no tenía sentido. Ese día decidió pelearse con la pobreza a punta de tecnología y gestión.
“No podía dejar que simplemente desaparecieran detrás de mí. ¿Cómo puedes pasar de largo?”, comenta por videoconferencia desde la campiña alemana, donde vive con sus cuatro hijos y su esposo. Allí, con su ordenador y su móvil, monitorea la red que tejió durante cinco años sumergida como cooperante en la India rural, trabajando en silos, empoderando a comunidades, rescatando a menores de las mafias. Conoció las carencias de la cooperación, supo que había que innovar, aplicar conceptos como la trazabilidad, medir los esfuerzos con datos. En un mundo de lápiz y papel había que implementar tecnologías punteras, como la banca. Es cuando empieza a hablar de solidaridad eficiente, de tecnología social.
En 2009 crea la ONG It Will Be (Será) y se embarca en el primer proyecto tecnológico: dotar de identidad digital a miles de niños de la calle a través de programas de biometría facial e inteligencia artificial. Hasta ese momento no existía un registro sistematizado, un seguimiento. Los niños saltan de ciudad en ciudad a lomos de trenes repletos, de Nueva Delhi a Calcuta, de Calcuta a Mumbai, esquivando mafias de prostitución o tráfico de órganos. Ríen como cualquier niño, bailan como en una película de Bollywood pero sus miradas son un abismo. Se calcula que más de 10 millones sobreviven en las calles de la India, más de 100 millones en el mundo, según estimaciones de Unicef, una cifra que no se ha actualizado desde 1989.
Martínez se acuerda de una niña que se quemó para ahuyentar a los violadores y de otra a la que sus padres estuvieron a punto de vender a una mafia por 200 euros. No pensaba que fuera una persona sensible. De pequeña visitó muchos hospitales, le realizaron varias cirugías. Su pasado brotaba de repente viendo a esas niñas invisibles. En 2018 la ONG recibió el Premio Princesa de Girona por su labor. “A pesar de que ya no vive en la India, Arancha está muy conectada con la comunidad de Rajiv Nagar, Gurgaon, donde comenzó. Ella conoce a cada una de las personas por su nombre, les habla en hindi e incluso les visita si enferman. Su pasión por el trabajo social y por la innovación ha tenido un impacto profundo en miles de personas”, detalla el indio Anil Landge, director de la ONG Mera Parivar.
Su organización forma parte de un ecosistema de un centenar de asociaciones que la activista ayudó a coordinar y a sistematizar para aprovechar sinergias y seguir las huellas de los niños de la calle. Este año la red anunció que regresaron cerca de 70.000 menores a sus hogares. Pero no es suficiente. Martínez es una obsesionada por organizar el sector, por la calidad de los datos, por tomar mejores decisiones. La biometría permite ir más rápido, cotejar fotos de desaparecidos, solucionar enfermedades recurrentes como alergias. A pesar de haber encontrado un camino, de ver los resultados, se choca con la indiferencia. “Hay dinámicas de poder que no ven más allá. Es frustrante. No estamos hablando de un misionero que cambió una cosa pequeñita sino de un cambio de mentalidad, del sistema. Desde arriba tenemos que corresponsabilizarnos: ¿queremos realmente acabar con la pobreza en el mundo? ¿que no haya niños en la calle?”, comenta mientras se asoma por una ventana buscando el sol. Es lo que más extraña de España, y quedar con amigos en una terraza. Después del confinamiento se marchó con su familia a Francia y ahora a Alemania, recogiendo experiencias para sus hijos, sus primeros voluntarios biométricos. Le gusta que conozcan su trabajo, que sepan que forman parte de un mundo conectado. Su segunda ONG, Comgo (2017), The Common Good Chain (La cadena del bien común), surge de un proyecto que desarrolló en el MIT de Massachusetts utilizando tecnologías disruptivas como blockchain para crear un ecosistema digital donde cualquier interacción para el bien común pudiese ser registrada, trazada, medida y reportada.
No ha sido fácil. Nadie se plantea dejar de utilizar su tarjeta de crédito o no tener una cuenta digital. Cuando se trata de usar tecnología para temas sociales no se entiende. Martínez ha tenido que hacer pruebas piloto, demostrarlo una y otra vez para encontrar recursos. Ha delegado It Will Be y se ha enfocado en Comgo porque está convencida de que hay que cambiar el sistema, crear un círculo virtuoso entre lo privado y lo público para enfrentar problemas como la pobreza o el hambre. Hay quienes piensan que vive en el futuro, que sus ideas van más rápido que la luz. A veces se siente desbordada con sus cuatro hijos; uno de ellos estuvo al borde la muerte. El yoga le ayuda a desconectar pero no puede dejar de pensar: su mente es un chip conectado a miles de vidas.
“Arancha es una soñadora con ideas que, por muy locas o inalcanzables, se deja la piel hasta alcanzarlas. Sabe rodearse de personas que le ayudan a aterrizar y a ejecutar lo que busca. Tiene una energía y disposición infinita. Nunca le he visto derrumbarse, ni un amago de tirar la toalla. Te transmite que es posible incluso cuando las cosas se ponen feas”, comenta Celia Roca, actual directora de It Will Be.
Un gigante, sin embargo, la ha escuchado: Amazon Web Services. Comgo está analizando el impacto de los data centers en las comunidades donde opera. It Will Be, por su parte, ha replicado su experiencia de biometría en Sierra Leona y Senegal mientras desarrolla otros proyectos como la trazabilidad de la producción de cacao en el Amazonas. Para Martínez tener una identidad es básico, sin ella no hay nada, unos 850 millones de personas carecen de ella según el último informe ID4D del Banco Mundial. La biometría podría aplicarse a otros colectivos como refugiados o víctimas de tratas para proteger sus derechos y realizar un seguimiento de las intervenciones pero sabe que son datos muy sensibles. Los derechos digitales son su nuevo desafío.
“Vivimos en burbujas y con los algoritmos mucho más. Hay que pincharlas, salir, ver qué es lo que hay afuera, conocer otras culturas. Y la clave es la empatía para entender, para no polarizar”, dice la activista. Aún le sorprende que a pocas horas en avión existan otros planetas tan diferentes. La India es rica, subraya, y describe el lujo de hoteles, palacios y estancias de Las mil y una noches. También convive un mundo invisible que no puede dejar de ver. En medio de aromas pegajosos, comidas fluorescentes y especiadas que enviarían a un turista directo al hospital, ella se mueve como pez en el agua. “Me encanta la comida india. Nunca he enfermado. Los indios me miran y dicen que es normal. Creen que soy una reencarnación de alguien que ha regresado a su casa”, sonríe.
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