Este verano, “lo mismo de siempre”, por favor
En vacaciones buscamos un espejo inverso de lo que nos pasa cada día de precariedad, de conflicto y de incertidumbre


Hubo un momento en que soñamos con unas vacaciones donde nos iba a ocurrir algo increíble. Que nos íbamos a enamorar, que íbamos a conocer un lugar que nos cambiaría la vida, que recorreríamos Europa en interraíl, que aprenderíamos a hablar un idioma nuevo (aunque fuera con un trabajo precario en alguna ciudad extranjera)… Hubo un momento, digo, en que el verano era una época de transformación y de búsqueda, de hambre de nuevas experiencias. Pero ese momento no es este verano. Porque este verano no hay nada tan aspiracional como hacer exactamente lo mismo de siempre. Nos lo recuerda bellamente el anuncio de Estrella Damm, que inaugura la temporada y de paso la temperatura emocional del país.
“¿Qué haremos este verano?”, pregunta uno de los protas cuando arranca el spot a su pandilla de treintañeros. “Haremos lo mismo de siempre”, asegura. Y después se enumeran todas esas cosas que anhelamos repetir, las únicas normas de las que deseamos estar presas: “El mismo calor, las mismas picaduras, la misma avispa que vendrá a comerse tus sobras, las mismas discusiones, la misma playa, las mismas toallas secándose por todas partes, el mismo bar, las mismas canciones, las mismas noches sin dormir, la misma baraja incompleta, la misma broma, el mismo tiempo perdido…”.
Y yo me pregunto: si las verdaderas vacaciones consisten en construir lo más parecido a una rutina o certidumbre, ¿cómo es el resto del año? A lo mejor la vida cotidiana y laboral está demasiado cargada de expectativas, de transformaciones y de inestabilidades. A lo mejor por eso las vacaciones se han convertido en ese deseo de seguridad que nos promete “hacer lo mismo de siempre” y de hacerlo además “con los de siempre”. Que todo sea predecible y que todo sea siempre idéntico, exactamente igual. Algo así como un espejo inverso de lo que nos pasa cada día, tan plagado de precariedad, de conflicto y de incertidumbre.
Estas vacaciones son el producto de la aceptación previa de una vida laboral que nos atraviesa de miedos. Porque si las vacaciones son la certeza, entonces, ¿dónde vivimos el resto del año? En un estado de alerta y amenaza permanentes. Este anuncio dialoga con una generación que no ve nada fácil crecer en el trabajo, y que está demasiado entrenada en soportar su precariedad. Un trabajo que no te deja cambiar, no te deja apenas viajar, no te deja sentirte ser y se convierte a menudo en una carga que es más pesada cada día. Tanto que las vacaciones terminan por convertirse en un descanso imprescindible para regresar al trabajo del que cada uno ha venido.
Por otro lado, la edad de la pandilla que sueña con “lo mismo de siempre” no es casual. Hasta cierta edad piensas que tu vida depende de ti, de tus elecciones, de tus deseos (o falta de ellos). Pero llega un momento en que te queda claro que la vida se mueve por su cuenta, no nosotras, sino la propia vida, que escapa del todo a nuestro control. ¿Qué son las vacaciones entonces? Que la vida deje de moverse. Ir al mismo sitio, sentarse en un bar a contar las moscas, siempre y cuando el bar y las moscas sean los de siempre. Eso o aceptar que aunque las moscas sean las mismas, nosotras no repetiremos ningún verano. Ni falta que hace.
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