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Monstruos, psicópatas, escatología y falsos Santa Claus: 13 películas que se saltaron el espíritu navideño

El cine navideño es una industria que mueve millones gracias a paisajes de ensueño y tramas felices, pero hay otro tipo de cine sobre estas fiestas que no ha querido ser complaciente

El cine navideño es un género donde abundan los buenos sentimientos, el humor amable y el melodrama con final feliz. Pero también es un medio ideal para dar cuenta de las neurosis y la desazón que nos asaltan en estas fechas. Mientras esperamos la próxima película de Pedro Almodóvar, la comedia dramática Amarga Navidad, recordamos algunas de las Navidades más excéntricas del cine. Unas fiestas navideñas con monstruos, psicópatas asesinos, apocalipsis, esperpento, maltrato infantil, fantasmas, escatología, Papás Noel infernales, un toque de lujo y familias reales pero altamente disfuncionales.

“Ha llamado un señor muy grosero”

(Le Père Noël est une ordure/Papá Noel es un sinvergüenza, de Jean-Marie Poiré. Francia, 1982)

-¡Oye, Pierre! Ha llamado un señor muy grosero, quería dar por c*** a Thérèse.

-Sí, pero es un amigo.

-Ah, bueno, entonces vale.

Es solo uno de los diálogos de Papá Noel es un sinvergüenza. Una prueba más de que, cuando el cine francés se pone ordinario, supera a cualquier otra cinematografía. Aunque es más bien ignota en nuestro país, esta comedia negra tuvo un gran éxito cuando se estrenó en Francia, para después convertirse en una obra de culto gracias a sus pases televisivos. Adaptaba al cine una obra teatral de los actores de café-teatro Splendid (que se convertirían en actores famosos: Josiane Balasko, Christian Clavier, Gérard Jugnot, etc), ambientada en un centro de escucha telefónica para personas desesperadas durante una Nochebuena. Allí confluyen una serie de personajes al límite: un par de trabajadores neuróticos de la centralita; un vecino centroeuropeo que ofrece, como si fueran delicias gastronómicas, unas repulsivas especialidades de su país amasadas con las axilas; un ladrón y maltratador disfrazado de Papá Noel; la mujer que huye de él; una travesti aquejada de depresión…

Por la pantalla desfilan un ascensor averiado, un intento de suicidio, un asesinato accidental, un cadáver descuartizado cuyos trozos son envueltos en papel de regalo, algo de escatología y una gran explosión. En su estreno, la Red de transportes de París se negó a alquilar vallas publicitarias para el cartel de la película, por su título provocador y su contenido incendiario. Doce años después llegaría Un día de locos, remake norteamericano de contenido mucho más suave, protagonizado por Steve Martin y dirigido por Nora Ephron.

La Navidad ensimismada que siempre soñó

(Metropolitan, de Whit Stillman. Estados Unidos, 1990)

Justo lo contrario de la anterior: la auténtica Navidad pija en Nueva York, exactamente como usted siempre la había soñado. Metropolitan es una película preciosa y una de las mejores operas primas del cine estadounidense de los últimos tiempos, pero también tiene algo de vestigio de otra época. De hecho, su director –que recurrió a la financiación de amigos pudientes y llegó a vender su casa para sufragar el presupuesto– pensó inicialmente en ambientar la historia en los años sesenta, pero las limitaciones económicas no lo hicieron posible.

Sin embargo, su espíritu llega más atrás que todo esto, y más bien parece beber de la literatura de Jane Austen o Henry James. Los ritos cotidianos, las necedades, las peculiares interrelaciones y las pequeñas intrigas de un grupo de jóvenes neoyorquinos adinerados se desarrollan en el marco del privilegiado Upper East Side a la manera de las grandes novelas de costumbres del siglo XIX. Y todo resulta exquisitamente ensimismado.

Cascarrabias misántropo se vuelve bueno

(Los fantasmas atacan al jefe, de Richard Donner. Estados Unidos, 1988)

La Navidad como fantasma que vuelve cada año para atormentarnos y decirnos cuatro verdades es otro clásico insoslayable. De todas las adaptaciones al cine de la novela breve de Charles Dickens Un cuento de Navidad, esta y Los teleñecos en Cuento de Navidad son las más originales. En esta ocasión, la conocida historia del cascarrabias misántropo que sufre una profunda transformación tras encontrarse con los fantasmas de las Navidades pasadas, presentes y futuras se traslada al universo de la industria del entretenimiento televisivo, como si Dickens se hubiera cruzado con La sociedad del espectáculo de Guy Debord.

Solo que formalmente resultaba tan frenética e hiperbólica como cualquier otro blockbuster de su tiempo. Y además tenía como protagonista a Bill Murray, que volvía al cine cuatro años después de triunfar a lo grande con Cazafantasmas y de hundirse con todo el equipo en Al filo de la navaja. Comercialmente, el resultado quedó a medio camino entre ambas, pero después se convirtió en otro pequeño fenómeno de culto.

La Nochebuena sublimada

(Fanny y Alexander, de Ingmar Bergman. Suecia, 1982)

Ingmar Bergman era hijo de un severo pastor luterano, pero utilizó la ficción para reinventar su infancia y ubicarla en el mundo del teatro, de modo que el padre se convirtió en un temible padrastro. El resultado es Fanny y Alexander, existen dos versiones, una larga en forma de serie televisiva y otra más breve como largometraje. Ambas son sublimes, de modo que la principal diferencia es que la primera prolonga el disfrute durante más tiempo. Sobre todo por lo que se refiere al primer episodio, ambientado en una larga Nochebuena a principios del siglo XX.

La escena cumbre es la conga familiar que recorre la casa de la matriarca, la acaudalada exactriz Helena Ekdahl: una Navidad cálida y acogedora que Bergman imaginó para sí y que cualquiera querría vivir o sueña con haber vivido. Después les sucederán muchas cosas a los niños que dan nombre a le película, algunas buenas y otras horripilantes. Habrá citas a Shakespeare y Dickens, una madre victimizada y un padrastro abominable, mucha religión y algo de magia, y por fin una restitución del orden familiar que implicará un reencuentro con la vida y el amor.

Una versión monstruosa de Santa Claus

(Un cuento gamberro de Navidad, de Halmari Jelander. Finlandia, 2010)

Sabemos que, por la ansiedad que genera, la Navidad puede convertirse para mucha gente en una película de terror, pero aquí esto sucede de manera bastante literal. Un grupo de científicos que trabaja al norte de Finlandia descubre una criatura conservada en hielo, que resulta ser una versión monstruosa de Santa Claus, al que secunda una tropa de elfos asesinos. Como un cruce entre una historia para adultos sobre el origen de Santa Claus y La Cosa de John Carpenter la definió el crítico Rogert Ebert, y no es una descripción descabellada. La cinta arrasó en el festival de Sitges de aquel año, donde obtuvo entre otros premios el de mejor película y mejor director.

Los otros Gremlins

(Krampus. El terror de la Navidad, de Michael Dougherty. Estados Unidos, 2015)

De nuevo, la neurosis que nos provoca la época navideña adopta la forma metafórica de una historia de terror con seres demoníacos y elfos malévolos. Solo que esta vez la protagoniza una familia (disfuncional, por supuesto) que debe hacer frente a la maldición derivada de la pérdida del espíritu navideño, concepto que parece obsesionar a los estadounidenses.

La película acaba convirtiéndose en una versión hipervitaminada y solemne de los Gremlins, con la clásica iconografía navideña norteamericana puesta al servicio de los códigos del cine de terror. Como punto fuerte, Toni Collette interpreta a la madre protagonista, lo que desde luego eleva el nivel.

La cena de los pánfilos

(No somos ángeles, de Michael Curtiz. Estados Unidos, 1955)

El director de la clásica Casablanca se puso, 13 años más tarde, al frente de esta comedia sobre tres tipos bastante peligrosos (uno es un ladrón, y los otros dos tienen delitos de sangre) que escapan de una prisión de alta seguridad en la Guayana francesa, y para poner tierra (océano, más bien) de por medio se hacen pasar por bellísimas personas ante una familia de pánfilos.

Como suele ocurrir en estos casos, el espíritu navideño volverá a hacer de las suyas y los bandidos acabarán redimidos por su obra y gracia. En su día causó extrañeza que Humphrey Bogart interpretara al personaje de un delincuente en tono cómico, así que no convenció demasiado a la crítica. En un remake de 1989, dirigido por Neil Jordan, los protagonistas eran unos Sean Penn y Robert de Niro disfrazados de curas: todo resultaba aún más improbable, y llegó el previsible fracaso.

Lady Di no tiene felices fiestas

(Spencer, de Pablo Larraín. Estados Unidos, Reino Unido. 2021)

Resultaba interesante la idea que tuvo Larraín de retratar a la familia real británica como un grupo disfuncional que convierte a una frágil Diana Spencer en su cordero sacrificial, pero acababa ahogándose en la languidez de su ejecución. Además, el carisma de Kristen Stewart generaba una energía muy distinta a la del personaje real que estaba interpretando, así que la actriz no resultaba demasiado creíble como Diana.

Sin embargo, no deja de tener cierta gracia perversa la ensoñación en la que ella se traga las perlas de su propio collar con la crema de guisantes, como símbolo del vínculo que la ata a esa familia terrible, unas cadenas que ella desearía romper. Es fácil identificarse con Diana en ese momento que pone de relieve el malestar que, quizá a otra escala, todo el mundo ha experimentado alguna vez ante su familia política.

El anticristo nace en Madrid

(El día de la bestia, de Álex de la Iglesia. España, 1995)

Aquí la Navidad era la antesala del Apocalipsis, lo que pueden entenderse como metáfora del sentimiento de desesperación que mucha gente albergará durante estos días. Quizá por ello, la segunda película del director bilbaíno Álex de la Iglesia tras Acción mutante resultó ser un gran éxito comercial y de crítica que además obtuvo, entre otros premios, seis premios Goya. Por otro lado, ese Madrid de pesadilla pero aún muy auténtico, retratado antes de que comenzara el salvaje proceso de expulsión de sus vecinos por el turismo y la gentrificación, presenta cierto valor testimonial.

Que el Anticristo hubiera elegido la Puerta de Europa –es decir, las inclinadas torres KIO– como lugar de nacimiento tenía algo de premonitorio de la hecatombe inmobiliaria que estaba por venir: ese era el gran valor profético de la película.

Residencia Macabra, de Bob Clark. Canadá, 1974

Entre las posibles ambientaciones que pueden tener las slasher movies (películas sobre grupos humanos diezmados por un asesino, por lo general empleando cuchillos u otras herramientas punzantes), la época navideña no parece de las más improbables: las Navidades son tiempo de reunión, y nada atrae más a un psicópata criminal que tener a sus víctimas juntas en un escenario único. En el inglés original se llamaba Black Christmas (“Navidades negras”), pero el título en español hace referencia a que la acción se lleva a una residencia universitaria, otro entorno ideal para el género por la abundancia de cuerpos jóvenes con los que el metal afilado puede ensañarse. Tenía un lujoso reparto, con Olivia Hussey (la Julieta de Romeo y Julieta), Keir Dullea (2001: Odisea en el espacio) y Margot Kidder (que después sería Lois Lane en Superman) en cabeza de cartel. A Hussey, que venía del fracaso de Horizonte perdido, un vidente le había presagiado que haría en Canadá una película que ganaría mucho dinero, así que cuando recibió la oferta no se lo pensó dos veces. El vaticinio no se cumplió (solo fue un modesto éxito local, y no llegó muy lejos en los Estados Unidos), pero hoy está reconocida como pionera en su género. Después llegarían otros slashers navideños como El demonio de la Navidad (1980), Noche de paz, noche mortal (1984), o El verdadero Santa (2005), pero esta fue de las primeras.

Que no se entere Franco

(Plácido, de Luis García Berlanga. España, 1961)

Para muchos –como quien esto escribe–, la mejor obra de Luis García Berlanga. Una película que equilibraba de manera admirable la sátira negrísima y la crítica política con cierto tono de fábula entrañable que servía para hacer más penetrante su discurso. Durante una Nochebuena en una ciudad de provincias de la España franquista, un hombre ve peligrar la posesión de su única herramienta de trabajo –un motocarro del que va a vencer la primera letra de cambio- mientras unas ricachonas beatas organizan una rifa para recaudar fondos bajo el lema Siente a un pobre a su mesa.

La caridad cristiana se ponía en la picota con una virulencia solo en apariencia mitigada por su aspecto amable y su virtuosismo formal. Logró así pasar los filtros de la censura y convertirse en un clásico del cine español que fue nominada al Óscar como mejor película de habla no inglesa (perdió ante Ingmar Bergman). Lo que más llama la atención, vista hoy, es la exactitud con la que sigue representando el esperpento de la sociedad española, que posiblemente ha cambiado mucho menos de lo que nos gustaría admitir.

Ese no es Papá Noel

(Game Over. Se acabó el juego, de René Manzor. Francia, 1990)

La fantasía de cualquier niño es pillar in fraganti a Papá Noel mientras deposita sus regalos en casa en la víspera de Navidad. Cuando este deseo infantil coincide con la irrupción de un intruso (posiblemente un pedófilo) vestido de Papá Noel pero con propósitos más aviesos, las cosas se complican, y su desarrollo posterior está bañado en sangre. A pesar de tratarse de un filme francés, parece más cerca de referentes americanos de su época o anteriores como Solo en casa o Juegos de guerra.

Pero hoy se recuerda sobre todo por la intervención en la trama de Minitel, el precedente francés de la World Wide Web que en los años ochenta y noventa resultaba de una modernidad inaudita. Tiempo después, en 2003, los norteamericanos estrenarían Bad Santa, con Billy Bob Thornton, que no era un remake de esta, pero volvía a incluir el protagonismo de un Papá Noel malhechor.

Libre, pero solo durante las fiestas

(El león en invierno, de Anthony Harvey. Reino Unido, 1968)

Una de las Navidades más sui generis del cine: aquí no hay villancicos, ni abetos, ni regalos, ni por supuesto comparecen Santa Claus o Papá Noel. Pero sí hay una familia que se reúne por Navidad, y entonces se destapan las neurosis y los juegos de poder que los unen y separan al mismo tiempo. Es decir, lo mismo que en cualquier otra familia. Con la única particularidad de que en este caso nos encontramos ante Leonor de Aquitania, su esposo, el rey Enrique II de Inglaterra -que la mantiene encerrada en una torre- y sus tres hijos, y estamos en las Navidades de 1183.

“Qué amable por tu parte dejarme salir de la cárcel”, dice Leonor al llegar, en barco y a lo grande, a la celebración navideña. “Solo durante las fiestas”, le advierte Enrique. Los hechos históricos se convierten en el marco de un melodrama familiar en el que Katharine Hepburn y Peter O’Toole dan lo mejor de sí mismos pese a una puesta en escena algo plana. Aunque seguramente Arnaud Desplechin no la tuvo en cuenta para su Un cuento de Navidad de 2008 (Bergman parece más cercano como referente), con una maravillosa Catherine Deneuve, ambas películas comparten cierto aire de familia, nunca mejor dicho.

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Sobre la firma

Ianko López
Es gestor, redactor y crítico especializado en cultura y artes visuales, y también ha trabajado en el ámbito de la consultoría. Colabora habitualmente en diversos medios de comunicación escribiendo sobre arte, diseño, arquitectura y cultura.
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