¿Es aceptable un hombre en chanclas? Bradley Cooper y Jonathan Bailey reavivan la discusión
Unas instantáneas del actor paseando en ‘flip flops’ es la última excusa para reavivar el viejo debate de si uno puede ir por la vida (y sobre todo, por la ciudad) con los pies al descubierto


Cuando Timothée Chalamet lució unas Ugg en un partido de los Lakers el debate acerca de si las controvertidas botas son óptimas para los hombres se hizo con las revistas de moda. Se diría que hay una conversación sobre la estética abierta en las calles que no llega a los medios hasta que una celebridad se atreve con alguno de sus temas principales. Si en los últimos inviernos han sido los hombres con Uggs, hay un clásico veraniego mucho más antiguo: hombres con chanclas. Con chanclas fuera de un contexto acuático, se entiende.
Bradley Cooper ha sido esta vez uno de los responsables. La estrella estadounidense “ha elegido de qué lado está en el debate de las chanclas”, tituló hace poco la edición estadounidense de GQ. Cooper tiene especial predilección por las de Hari Mari (tiras anchas de tela y suela un poco más gruesa que las típicas Havaianas), que saca a pasear cada verano en plena urbe. Las polémicas chanclas de dedo o flip-flops, como se llaman en inglés, se han hecho incluso con la alfombra roja en alguna ocasión, algo que Anna Wintour no ha olvidado. “Anoche, durante la cena, comentó que yo llevé chanclas en una de las primeras alfombras rojas que hice, cuando volví de Australia. Lo curioso es que me estaba esforzando por ser estiloso”, confesó el actor en la alfombra roja de la gala MET.


El debate sobre si es pertinente o no llevar chanclas fuera de la arena o del vestuario de una piscina es tan recurrente que incluso The Cut preguntó a diferentes nombres conocidos cuál era su postura al respecto. “Llevo mucho tiempo en contra de las chanclas. Cuando veo a alguien corriendo para coger un avión en chanclas, espero que no lo consiga. No quiero que la gente de ese vuelo tenga que convivir con un tipo en chanclas. No me gusta el ruido que hacen. La gente que corre en chanclas no ha planeado bien su vida”, dijo Seth Meyers. El actor y cómico Bobby Moynihan fue uno de los pocos que sí las valoraron positivamente: “Estoy totalmente a favor. La comodidad debería ser lo primero”, aseguró.
No está solo: hace pocos días, Jonathan Bailey apareció con las carísimas chanclas de The Row durante la gira de prensa de Jurassic World. “¿Que sus chanclas sean de The Row lo hacen aceptable?“, se preguntaba la revista i-D en su cuenta de Instagram (la cuestión había ”dividido a la redacción", afirmaban).
Antes de finales de los noventa, las chanclas vivían en la playa, en la piscina y, como máximo, en el paseo marítimo. Pero, cuando explotó el fenómeno Havaianas —las humildes chanclas de goma brasileñas inspiradas en las zori japonesas—, se hicieron ubicuas. Igual que el eterno debate a favor o en contra: las chanclas son ese tipo de prendas o complementos que resultan controvertidos no tanto por lo que son, sino por aquello que deberían tapar y no tapan. En este caso los pies, una parte del cuerpo que despierta reacciones encontradas: o es adorada y fetichizada o provoca un rechazo extremo. Ya sea porque se considera una parte púdica que debe ocultarse o porque se los asocia con ciertas percepciones sobre la higiene y la limpieza o porque, al soportar el peso de nuestros cuerpos, presentan a veces imperfecciones que no casan con la estética que impera en la era de Instagram. Los pies despiertan recelo en la calle pero tienen sus propios subgéneros dentro del cine para adultos. En este sentido, las chanclas son prendas tan controvertidas somo los shorts masculinos (¿son los muslos de un hombre algo que el mundo deba ver?, nos preguntábamos el pasado verano) o las camisetas sin mangas (¿son las axilas masculinas algo que el mundo deba ver?).

Las grandes firmas no parecen partidarias de ocultarlos. Juan Cebrián, director de moda de El País Semanal y SModa, aclara que las chanclas nunca se han ido. “Lo que ha cambiado es que las marcas de moda han descubierto un nicho valioso y ahora se han convertido en un objeto de deseo, con colaboraciones exclusivas y diseños de lujo que las han elevado a otro nivel dentro del streetwear”, asegura. “Las firmas deluxe están capitalizando la idea al llevar las flip-flops a un terreno sofisticado y exclusivo”.
¿Algunos ejemplos? Brunello Cucinelli cuenta con chanclas para hombre valoradas en 350 euros mientras que las mencionadas de The Row parten de los 780 euros y alcanzan los 1.240 euros en su versión de ante. Tom Ford fue el encargado de desterrarlas del universo fashionista al asegurar que no se las pondría “ni muerto”. Pero del mismo modo que Karl Lagerfeld dijo que llevar chándal era una señal de derrota para después presentar chándales sobre la pasarela, ahora Tom Ford, la marca, incluye chanclas entre sus propuestas de calzado para hombre. “Cuando The Row lanza unas flip-flops de 700 euros no vende goma, vende narrativa. Y ahora, con celebridades e influencers paseando por la ciudad en looks pulidísimos rematados con Havaianas, el gesto se vuelve tendencia. El contraste es parte del juego”, señala Erea Louro, estilista y autora de Iconos de estilo (Plaza&janes, 2025).

Domingo Delgado, experto en coaching de imagen, asegura que la era digital ha borrado o, al menos, desdibujado ciertas fronteras que antes eran sagradas. También en lo que atañe al vestir y calzar. “La conectividad constante y la vida híbrida desdibujan las líneas entre lo personal y lo profesional, lo formal y lo informal. Las chanclas serían la manifestación física de una mente que busca eficiencia y confort por encima de las convenciones. Es una afirmación de libertad individual en un mundo donde las estructuras tradicionales se diluyen”, comenta a ICON.
Louro baja esa teoría a tierra: “Es casi punk”. Y añade: “Ahora parece que lo feo, lo torpe y lo antiestético se ha vuelto interesante. No podemos olvidar que todo lo que nos parecía espantoso en los 2000 vuelve envuelto en nostalgia”, indica. “Un pie mal vestido puede ser una provocación o una rendición. La diferencia está en si se hace con conciencia o por comodidad. Como toda revolución, depende de quién la manifieste y con qué intención”. Por simplificar: la moda, cíclica como sabemos, está regurgitando fotos de ídolos dosmileros —David Beckham, Jude Law— paseando con vaqueros y chanclas, o con traje y chanclas, y la silueta parece cool otra vez. Para muchos, este revival es superior a cualquier consideración práctica.

¿O no? En una columna de opinión publicada en The New York Times titulada Tus pies me están matando, Guy Trebay plantea la pregunta de si lo que incomoda a tantos es la exhibición de los pies o la sensación de que la línea entre lo público y lo privado se ha vuelto indistinguible. “Proyectan rechazo en quienes priorizan el orden, el cuidado estético o una cierta seriedad en los espacios públicos. Es como si lo privado invadiera lo público, generando una sensación silenciosa de falta de respeto o vergüenza ajena”, comenta Delgado, que señala que las chanclas en la ciudad rompen una norma no escrita y generan incomodidad y un juicio moral en quienes las observan como si fuera un tabú. “Es una amenaza a la coherencia de un mapa mental de cómo debe funcionar la sociedad y cómo debe presentarse la gente. En un momento en que se sigue valorando la puesta en escena, las chanclas pueden percibirse como un acto de pereza o falta de pulcritud, lo que genera rechazo”.
Cebrián cree que hay ocasiones en las que su uso resulta fuera de lugar, como en una cena elegante o en el entorno laboral, donde ir en chanclas está totalmente prohibido. “En definitiva, se trata de aplicar un poco de sentido común y entender que cada situación tiene su propio código de vestimenta. Creo que las flip-flops generan rechazo cuando se usan en momentos o lugares inapropiados. A los fetichistas de pies, por ejemplo, les encantan, pero para la mayoría, simplemente es cuestión de saber cuándo son un sí y cuándo un no”, opina. Louro está de acuerdo: “Todo el mundo tiene derecho a llevar calzado abierto cuando aprieta el calor. No vamos a exigirle a nadie que esconda los pies en pleno agosto por no haber pasado por un centro de estética”.

Porque luego está el asunto de llevar el pie descubierto a escasos dos centímetros del asfalto y todo lo que este almacena. Pero eso sí que es una banalidad.
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