Del Lamborghini Miura al Ferrari 308 GT4: Marcello Gandini, el genial diseñador de coches que se inspiraba en los toros
El inventor del primer supercoche creó las carrocerías más elegantemente extravagantes de la historia y también algunas de las más sencillas


Según los futuristas un coche de carreras es más bello que la Victoria de Samotracia, pero el diseñador automovilístico Marcello Gandini (Turín, 1938-Rivoli, 2024), que algo sabía del asunto, definió el coche como mitad alfombra voladora, mitad casa. Esa fue la definición de quien para muchos –como Flavio Manzoni, actual jefe de diseño de Ferrari- es el mejor creador de coches de la historia. La enunció ante un público de entusiastas, en su discurso de aceptación del título honoris causa que recibió en el Politécnico de Turín en enero del año pasado, solo un par de meses antes de fallecer. Subiendo la apuesta, apuntaba allí Gandini que el avión ya existía en la naturaleza antes de que el ser humano lo inventara (pájaro, lo llamamos), igual que el barco (un simple tronco flotante), pero que, a través de la rueda a la que se añadía un eje, el coche fue el genuino medio de transporte ideado de cero por el ser humano, el gran invento que nos transporta a voluntad y del que no existirían precedentes.

Es lógico que Gandini concediera tanta importancia al coche, porque constituyó el sentido de su vida desde muy joven: por esa pasión se enfrentó a su familia y lo dejó todo, y por ella logró un lugar en la historia del diseño. Inventor de las carrocerías más elegantemente extravagantes de la historia –con él esta combinación era posible- y también de algunas de las más sencillas, a él se le debe el concepto mismo del supercoche, materializado en un modelo ultramoderno que tomaba su nombre de algo tan arcaico como la tauromaquia. El Museo Nacional de Catar, en Doha, acaba de inaugurar Ultraleggera (hasta el 2 de junio), una exposición que rinde homenaje a su figura, y que después viajará al MAUTO, Museo Nazionale dell’Automobile, de su ciudad natal. La muestra está comisariada por Simone Carena y por la propia hija del diseñador, Marzia Gandini.
Marcello Gandini contaba que no estaba destinado a diseñar coches, pero la vocación se impuso al destino. Su padre era director de orquesta y de él se esperaba que siguiera sus pasos, así que estudió piano y comenzó una educación clásica, humanística. Pero, cuando le tocaba matricularse en la universidad, abandonó la casa paterna para emprender una carrera autodidacta fuera de las facultades. “Empecé a dibujar en una época en la que la palabra “diseñador no existía en Italia”, contaba. “Podías estudiar para ser arquitecto o ingeniero, pero no había carreras para lo que yo quería hacer”. Cuando por vez primera llevó uno de sus dibujos a un modelista, este ni siquiera lo entendía, porque la delantera del coche estaba orientada hacia la derecha, en lugar de al revés, como era la costumbre entre los profesionales: “Afortunadamente, el dibujo estaba en papel de calco; le di la vuelta, y los ojos del modelista se iluminaron: así era claro y, según, dijo también estaba decentemente ejecutado”.

Así debió de ser, ya que con solo 26 años se convirtió en diseñador jefe de la casa de diseño automovilístico Bertone, remplazando a otro grande, Giorgetto Giugiaro, nacido el mismo año que él y en Cuneo (a unos 70 kilómetros de Turín). Marzia Gandini asegura que entre ellos no había rivalidad alguna: “No la tenía con nadie, porque competir era contrario a su naturaleza. Si se comparaba con alguien era solo para hacer algo completamente distinto, igual que hacía consigo mismo”. Desde Bertone, Gandini ideó la mayor parte de los modelos por los que es recordado. En particular el Lamborghini Miura de 1966, nacido como el automóvil de producción más rápido del mundo, contra el escepticismo del propio Ferruccio Lamborghini, fundador de la marca, que no tenía especial interés en entrar en una carrera de conquista de la velocidad con su rival Ferrari. El nombre del modelo se eligió en alusión a la famosa ganadería española de toros de lidia, que ofrecía convenientes connotaciones de temperamento y galanura. El producto fue un éxito inmediato, y tuvo una influencia decisiva en casi todos los diseños de la misma marca a partir de entonces. La popularidad del modelo se multiplicó al aparecer en la espectacular secuencia inicial de la película The Italian Job (1969), donde sin embargo no acababa muy bien.

A partir de ahí llegarían otros modelos míticos, de tipologías muy diversas y apreciadísimos por los aficionados a la automoción, como el Lamborghini Espada (cuyo nombre reincidía en la referencia taurina, esta vez como referencia al estoque) y el Countach (lo más parecido a una nave espacial que podría tenerse a mediados de los años setenta, una evolución llena de aristas del Miura), el Ferrari 308 GT4 (por el que la marca prescindió de Pininfarina en beneficio de su competidor Bertone), el Lancia Stratos (de característico aspecto corto, ancho y plano) o el Alfa Romeo Montreal (un coqueto coupé con los faros cubiertos por rejillas retráctiles a modo de párpados). Pero también otros coches más modestos: el deportivo Fiat X 1/9 parecía una lancha motora con ruedas, mientras que el Mini 90/120 destacaba por su compactísimo diseño. Y para Renault diseñó un comodísimo modelo de camión en el que la alfombra voladora tomaba definitivamente la forma de una casa rodante. Sus diseños estaban llenos de invenciones, como los indicadores de dirección en los retrovisores o las puertas de tijera, que el utilizó por primera vez y después se convertirían en elementos más o menos comunes.

Tras una larga y fructífera etapa en Bertone, desde 1980 se estableció como diseñador independiente. Fundó su propia empresa, bautizada Clama por las primeras letras de su nombre de pila y el de su esposa, Claudia, su principal apoyo a lo largo de toda su carrera. “En realidad, mis padres se apoyaban mutuamente”, explica Marzia Gandini. “Se conocieron cuando ella tenía 16 años y él, a sus 23, empezaba su carrera y luchaba para abrirse camino. Y ella fue fundamental para que lo lograra”. Desde Clama, Gandini siguió creando modelos memorables como el Renault 5 Turbo o el Lamborghini Diablo. Este último, heredero del Countach y por tanto del Miura, volvía a remitirse al universo taurino (Diablo era el nombre del animal al que se enfrentó al torero José Lara Jiménez “Chicorro”, en una corrida de 1869 muy célebre en el sector duro de aficionados). Con Renault emprendió una relación especialmente provechosa que dio lugar a proyectos como un pequeño coche con carrocería de plástico llamado La Piccola, concebido en los ochenta como el vehículo ligero y asequible definitivo. Por su radicalidad, Renault se aseguró de quedarse con él antes de que lo hiciera la competencia, pero no lo produjo en serie ante las dificultades técnicas que eso habría entrañado.
“A primera vista sus coches son glamurosos y sorprendentes, pero era capaz de aunar esa sorpresa con la elegancia”, explica Simone Carena. “Puede que a veces sacrificara la comodidad, pero la elegancia nunca”. Esa elegancia también la aplicaba en su vida privada, que preservaba a toda costa, como recuerda su hija Marzia: “Era muy amable y generoso, y también alguien muy privado. Nunca hacía relaciones públicas y trataba de no viajar demasiado, porque prefería pasar tiempo con su familia y sus perros y pasear por el monte. Tampoco trabajaba por dinero o fama, sino para hacer proyectos en los que creía de verdad”.
Para Marzia Gandini, es difícil elegir su mejor diseño. “Él diría que el siguiente, porque cada vez que acababa un proyecto lo olvidaba de inmediato para hacer algo completamente distinto”, recuerda. “Pero, si yo tuviera que elegir, diría que su camión para Renault, donde por primera vez se centró ante todo en el confort del conductor, y también los coches de material compuesto, como los que diseñó para Renault o Tata”. La exposición del Museo Nacional de Catar dedica especial atención al legado de Gandini para las siguientes generaciones. En este sentido, Marzia Gandini destaca la obsesión de su padre con la innovación: “A los jóvenes les aconsejaba que hicieran concesiones con su talento. El problema que yo veo, y que él veía también, es que todo el mundo hace lo mismo una y otra vez, copiándose entre ellos y copiando el pasado. Él decía que había que hacer cosas nuevas. O al menos intentarlo”.

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